Rafael Utrera Macías

Se cumplen cincuenta años de la muerte de Pablo Ruiz Picasso (Málaga/España: 25.X.1881- Mougins/Francia: 8.IV.1973). 1981 fue año con centenario de excepción: las más importantes pinacotecas del mundo celebraron entonces los cien años del nacimiento de este revolucionario de la pintura que, también, algo tuvo que ver con el cine. En el presente 2023, el mundo de la cultura (o, acaso, la cultura del mundo) rememora el cincuentenario de su muerte; nunca es tarde si, ya por oportunismo, ya por admiración, se habla, se escribe, se pinta, se filma, invocando su personalidad o evocando las imágenes de sus cuadros; o, incluso, como acabamos de decir, otro arte se cruza con el artista, con sus pinturas, y, el resultado, es un lienzo de plata donde la pincelada picassiana reúne, ortodoxa o heterodoxamente, pintura y cinematógrafo. El color azul vuelve a tomar la palabra, como antes lo había hecho en el verso de Alberti: “- Hoy tengo un nuevo nombre. Se me llama: Azul Pablo Ruiz Azul Picasso”.

¿No son, acaso, esos rostros con doble nariz, esas figuras de perfil y de frente, una representación pictórica del movimiento, una pintura cinematográfica? Pablo Picasso, tan genial como intuitivamente, manejó formas fílmicas en su pintura en otra de las curiosas interrelaciones entre las artes. Sin embargo, el pintor malagueño fue muy reticente para colocarse ante las cámaras; tuvieron que pasar muchos años para que accediera a ser captado por ellas, para que el cine filmara, con detalle, el proceso creador de una idea que, poco a poco, se fue convirtiendo en cuadro, ya fuera “Las señoritas de Avignon”, ya el inmenso y sobrecogedor “Guernica”.  

Pablo, el buen espectador de la primera etapa del cine, no se dejó impresionar por focos y cámaras hasta bien entrada la década de los 50 del siglo XX; de entonces a acá, han sido cientos los títulos que han recogido con acierto la personalidad y el carisma de este artista universal; ha sido revelador que el arte más característico de la pasada centuria haya podido captar la sorprendente transformación de la pintura en sus muchos siglos de existencia.

Cuando, a fines de 1896, se presentó el cinematógrafo en España, Pablo Ruiz fue espectador asiduo del nuevo espectáculo. Luego, instalado en París, asistió a múltiples y variadas sesiones, unas veces en compañía del poeta Apollinaire y, otras, del escritor Ricciotto Canudo, ensayista cinematográfico y fundador de los primeros cineclubs. Entre las preferencias de Picasso estaban por entonces el circo y el cine antes que el teatro y los conciertos; posteriormente, otros intereses apartarían al pintor de los avatares que el arte cinematográfico sufriría en el transcurso de los 30 años siguientes.

Sin embargo, desde fechas muy tempranas, el cine ha ido recogiendo numerosos testimonios del artista Picasso en multitud de películas con motivos que van desde la utilización de sus cuadros para la decoración de ambientes hasta la combinación de figuras para el montaje de dibujos. Como dijo Roger Garaudy, “la pintura picassiana es típicamente la pintura de la edad del cine”; no debe extrañarnos, pues, que puedan establecerse paralelismos entre los tanteos del pintor en sus primeras etapas y la búsqueda de la expresión en el cine mudo; la desintegración de la perspectiva mostrada por el cubismo es la que el rudimentario cinematógrafo, en sus primeros balbuceos, está llevando a cabo desde que descubre el primer plano y, el montaje, desde que es capaz de crear un espacio propiamente cinematográfico. El arte de vanguardia rompe con la expresión tradicional, lo haga con pinceles o con una cámara de cine.

El pintor Antoni Tapies tituló un artículo “Picasso vive” y en él, una hipotética comparación no se hizo esperar: “La revolución destructivo-creativa de la representación clásica de la realidad y la apertura hacia el nuevo universo que intuyó, por ejemplo, con la invención del cubismo analítico, tiene la misma grandeza que las formulaciones realizadas por la física a partir de Einstein”.  

Y el gaditano Alberti sólo necesitó cinco sustantivos, alejados entre sí y escritos en renglones distintos, equivalentes a cinco fotogramas, para efectuar una descriptiva definición de la novedosa tendencia pictórica:
 “Le journal… Una pipa… Una guitarra… Una botella… El cubismo”.

Pero, para un perfecto maridaje entre el cine y la pintura de Picasso tendrían que pasar tres décadas; entonces, el artista posa ante la cámara y esta pinta sobre el celuloide el momento solemne de la creación espontánea y personalísima.

Nos dio cuenta de ello el historiador Fernández Cuenca en su, antaño, novedoso volumen  “Picasso, en el cine también”, el primer libro en España que se ocupó de las relaciones entre el pintor y el séptimo arte; en su momento, fue un exhaustivo trabajo donde se recogían cuantos títulos habían tomado como tema la pintura o escultura del malagueño, ya fueran cortometrajes o largometrajes; la posibilidad de agruparlos permitiría comprobar que, mediante ellos, se podría seguir en detalle la biografía humana, intelectual y artística de Picasso, como también las panorámicas generales sobre el conjunto de su obra, las específicas sobre un momento concreto o sobre una serie determinada, el contraste de su pintura con la de otros artistas o la suya propia, enfrentando dos épocas distintas; la investigación y desarrollo de unas formas pictóricas que acabarían dando un cuadro definitivo, son temas que con rigor y originalidad ha sabido captar oportunamente la cámara de tanto cineasta sorprendido por la capacidad expresiva de un artista fuera de lo común. Según el citado investigador, la atención del pintor al cine se debe a la influencia del poeta Jacques Prévert, artista procedente del grupo surrealista, quien transformó al pasivo espectador en entusiasta cinéfilo; desde 1949, el pintor accedió a posar ante las cámaras, a crear ante ellas.

En 1951, Picasso apareció en su propio papel en Terre et flammes, de Robert Mariaud, documental que recoge la actividad ceramista en Vallauris. Posteriormente, volvió a intervenir en Reportaje a Picasso, de Humberto Ríos, y en El testamento de Orfeo, de Jean Cocteau (véase artículo Jean Cocteau, cineasta. Orfeo: de personaje mitológico a cinematográfico (II)), donde aparece en una secuencia fantástica, asomado a una ventana, junto a otros personajes como Lucía Bosé y Luis Miguel Dominguín.

Sin embargo, merecen lugar más destacado aquellos films en los que Picasso se ha puesto a crear, a pintar, delante de la cámara. Antes tuvo que resolverse el grave inconveniente que impedía captar al artista de frente y el primero en conseguirlo fue Haesaerts que colocó, en su Visita a Picasso, a Pablo Ruiz frente a un cristal mientras la cámara lo captaba desde el contraplano. Posteriormente, Henri-Georges Clouzot utilizó un papel y unas tintas que ofrecían, por el reverso, el dibujo pintado por el artista, en ese mismo momento, por el anverso, sugerencia dada por el propio Picasso; así creó su famoso film El misterio Picasso (1955), sin duda, una de los más importantes títulos dedicados a la creación del maestro de la pintura en el que el propio artista malagueño intervino en la producción de la película. El montador de la obra, Henri Colpi, explicó que se suprimieron los tiempos muertos, aquellos en los que el creador cambiaba los pinceles o pasaba a otro tipo de pintura; sin embargo, se utilizaron hasta 100 fotogramas por segundo para ofrecer la necesaria duración psicológica. En 22 secuencias se recogieron otras tantas obras producidas exprofeso para la película ya nacidas en el mismo acto de la filmación. Es un ejemplo de pintura automática creada, sólo y exclusivamente, para el cine.

Si el citado libro de Fernández Cuenca inició la documentada información sobre las relaciones de Picasso con el cine, otro libro, del que nuestros lectores tienen noticia, enfoca el “Guernica” para hacer una reflexión cuyo título es “Un cuadro en el cine”; su autora es Gisèle Breteau Skira. Remitimos a la serie en Criticalia “Del lienzo del cuadro al lienzo de plata” y, en concreto, al capítulo IV, Guernica. Un tableau au cinema. Un cuadro en el cine, que nos exime de reiterar explicaciones sobre el mismo.

Como particular homenaje al artista malagueño en este cincuentenario, sugerimos revisar la serie Genius en la que, el otro malagueño, también universal, Antonio Banderas, da vida, en exigente y compleja interpretación, a Pablo Ruiz Picasso.


 


-Para ver Terre et flammes, de Robert Mariaud, pulse aquí.


-Para ver Visita a Picasso, de Paul Haesaerts, pulse en estos enlaces: I y II.


-Para ver El misterio Picasso, de H.G. Clouzot, pinche en este enlace.


-Para ver la serie Genius, disponible en abierto RTVE/Play, pulse en este link.


Ilustración: Pablo Ruiz Picasso en una imagen de El misterio Picasso, de H.G. Clouzot.