Enrique Colmena

La vigesimoséptima edición de los Premios Goya se saldó, más o menos como estaba previsto, con el triunfo de Blancanieves, que consiguió diez de los dieciocho galardones a los que se postulaba. Ciertamente fue llamativo que, habiendo conseguido el Goya a la Mejor Película, no obtuviera el de Mejor Dirección, que recayó en Juan Antonio Bayona, por Lo imposible, en vez de en Pablo Berger, pero no es la primera vez, ni será la última, que se dan este tipo de incoherencias.

Fue la ceremonia más sosa en guión que la del año anterior. El autor o autores del texto de Eva Hache, conductora de la gala, no se puede decir que estuviera(n) en su mejor momento; a lo mejor, con los recortes, también hubo que hacerlo en los cerebritos que escribían las gracias de la presentadora, y la cosa por ahí quedó cortita con sifón.

Es cierto que el marcado carácter reivindicativo que algunos de los premiados dieron a sus agradecimientos (sobre todo las actrices Candela Peña, Maribel Verdú y el productor Javier Bardem) caldeó el ambiente y compensó la sosería del guión oficial, tomando al ministro de Cultura, José Ignacio Wert, que con más moral que el Guerra asistió al evento, por el muñeco de tiro de la feria. Es verdad que sólo Corbacho se pasó en su invectiva, faltando al respeto cuando le saludó sólo en un 21%, en alusión al IVA subido por el gobierno, pero es confundir churras con merinas: lo cortés no quita lo valiente, y el saludo no se le puede negar, ni disminuir, a otra persona o institución por mucha inquina que se le pueda tener. Y menos aún cuando el ministro, sin micrófono, como espectador, no tenía posibilidad de rebatir. La subida del IVA cultural es una barbarie, pero la barbarie no se combate con falta de educación.

Por lo demás, esta gala será recordada por varias anécdotas: la más lamentable, la absurda equivocación que cometió la actriz Adriana Ugarte al leer otra tarjeta que no era la correcta a la hora de pronunciar el nombre de los ganadores del Premio a la Mejor Canción Original, inicialmente adjudicado a Los niños salvajes, para rectificar (gracias a Carlos Santos, el Povedilla de Los hombres de Paco, que demostró que le da seis vueltas al lerdo de su personaje catódico), provocando, con toda razón, el enojo de los responsables de la película perjudicada, que se quedaron compuestos y sin premio, y que se fueron de la gala en protesta por el estúpido desliz y, sobre todo, por la falta de unas debidas disculpas al nivel correspondiente.

Otra de las anécdotas sería la acertada aparición en el discurso institucional del presidente de la Academia, Enrique González Macho, de una afirmación (“el cine no es ni de los de la ceja, ni de los del bigote, ni de los de la barba”, en alusión a los presidentes Zapatero, Aznar y Rajoy, reconocibles dueños, respectivamente, de semejantes pilosidades) que buscó, con éxito, hablar del carácter apartidista del cine español como parte de la cultura del pueblo de España, y no patrimonio de bandería alguna.

También merece ser reseñado el hecho de que José Sacristán, miembro fundador de la Academia, consiguiera su primer Goya en esta edición número veintisiete, por El muerto y ser feliz, haciéndose lenguas todos los profesionales sobre tal circunstancia y la injusticia que ello suponía. Como no está de más no caer siempre en los tópicos, sería bueno decir que el gran Pepe Sacristán, desde que se instituyeron los Premios de la Academia allá por 1986, salvo algunos títulos iniciales que ciertamente pudieron ser merecedores de tal distinción (estoy pensando en El viaje a ninguna parte o Un lugar en el mundo), no ha hecho filmes ni personajes con la relevancia suficiente como para conseguir tan preciada estatuilla.

Lo que no cambió con respecto a otras ceremonias fue la inevitable letanía de agradecimientos de los premiados, que hizo interminable la gala.

En cuanto a los premios propiamente dichos, reputamos como justos los diez de Blancanieves, para mi gusto la mejor película española del año: rara con ganas, sin dudas, pero también un regalo para connaisseurs, una exquisitez para cinéfilos que, con esta miríada de premios, optará a desconcertar a públicos más amplios, aunque es probable que más de uno, y de un ciento, se sienta estafado. Pero es inevitable cuando el cine (maravillosamente) minoritario llega a las masas.

Lo imposible fue justa segunda clasificada, con cinco Goyas, donde abundaron lógicamente los premios técnicos, en los que es una auténtica virtuosa, confirmando, como dijo Bayona (o su hermano gemelo, que estaba allí también, y no sabemos cuál de los dos salió a recoger los premios), que el cine español puede y debe acometer grandes empresas como ésta, internacionalizarse, y que ni las superproducciones tienen que ser arrogantes ni las películas pequeñas tienen que ser pobres.

Las aventuras de Tadeo Jones, inopinadamente, con tres galardones, se coló como tercer filme en el imaginario podio de los Goya, confirmando que sus virtudes no son sólo mercantiles (vale decir segunda película española más taquillera del año).

Grupo 7 tuvo que contentarse con dos premios, en ambos casos a actores de reparto: Julián Villagrán, con su enésimo personaje de yonqui (lo que le permitió bromear “ad hoc” en su speech de agradecimiento) y Joaquín Núñez, actor revelación aunque lleva ya más de treinta años interpretando… No fue el único premio para andaluces; Gervasio Iglesias, como coproductor de Juan de los muertos, se llevó el Premio a la Mejor Película Iberoamericana; por cierto que uno de los damnificados del mentado error de Adriana Ugarte en el Goya a la Mejor Canción Original fue el músico sevillano Pablo Cervantes, con lo que ha entrado en la dudosa categoría de “casi” Goya, hay que joderse…

De todas formas, me quedo con la impresión, no sé si fundada, de que sobre la ceremonia sobrevoló un miedo sordo, como de terror hacia lo desconocido; el año 2013 se presenta tormentoso: cambiará la ley del cine, y no se sabe (mejor dicho, sí se sabe…) en qué sentido, y las perspectivas no son buenas. Ojalá que el año que viene, más o menos por estas fechas, la gala de entrega de la entonces vigesimoctava edición de los Premios Goya confirme que esos temores eran infundados. Claro que ello depende, en gran medida, y por encima de todo, de las personas que hacen el cine español.

Pie de foto: Macarena García, Mejor Actriz Revelación por Blancanieves, posa con su Goya.