José Valdelomar López nació el 27 de Octubre de 1904, en Granada. Pronto separará su primer apellido dotándolo de un toque efectista de arabización, Val del Omar, y así será artísticamente conocido tanto por inventor de numerosos artilugios audiovisuales como por experimentador y singular cineasta.
Entre otras múltiples actividades, fue creador de efectos especiales en los Estudios Chamartín (1941), fundador del Laboratorio Experimental de Electroacústica de Radio Nacional de España (1949) así como del Servicio Audiovisual del Instituto de Cultura Hispánica (1951). Desde 1975 trabajó e investigó las técnicas del láser y, a partir de 1978, efectuó experiencias con vídeo. Murió en Madrid el 4 de agosto de 1982, con 78 años, a consecuencia de un accidente de automóvil.
Su filmografía, etiquetada como “Tríptico elemental de España”, está compuesta por los cortometrajes Agua-espejo granadino (1952-1955), primer filme en “diafonía”, Fuego en Castilla (1960), película pionera de la “tactilvisión”, y De barro (1961), película sin montaje propio aunque puesta a punto, posteriormente, por deseo de su hija María José. Los mencionados títulos disponen, respectivamente, de otros paralelos, La gran seguiriya, Tactilvisión del páramo del espanto, Acariño galaico, que o bien han antecedido a los definitivos o acompañan a éstos a modo de complementaria explicación. A ellos, según proyecto nunca finalizado, debería añadirse Ojala. La imposible cuarta pieza anuló una hipotética estructura cuyo proyecto personal planteaba degustarlas en orden inverso a su cronología.
La época en la que Val del Omar realiza dichos títulos corresponde a una prolongada etapa que va de los años cincuenta a los setenta del pasado siglo. La capacidad de innovar y romper con lo establecido le sitúa como puente entre la vanguardia histórica y la contemporánea. Semejante a la música de cámara, sus planteamientos técnicos y estéticos se localizan lejos de la cadena industrializada organizadora de la producción comercial; por el contrario, le aproximarían al entorno donde, sin tiempo y sin fin, se fragua la condición poética de la imagen. Andalucía, Castilla y Galicia son las zonas geográficas por donde bucea en su arte y su antropología desde personalísima visión.
La catalogación de sus títulos, atendiendo al género, es deseo del cineasta que no se inscriba en la taxonomía cinematográfica habitual; frente al término “documental”, legitimado por la tradición, el autor granadino reclama para ellos el denotativo “elemental”. No es mero sustituto de un significante por otro ni banal juego de palabras; sus tres films son, en consecuencia, “elementales” sobre el agua, el fuego y el aire (luego éste sustituido por el barro), respectivamente, con sus semejanzas estilísticas y sus diferencias temáticas.
Por ello, estamos ante un cineasta, “cinemista” o “cineurgo” que emparenta culturalmente con las teorías de los filósofos presocráticos, aquellos que buscaron los primeros principios del mundo, de la vida y los encontraron en la esencia de las cosas, rechazando la teoría de la materia única primitiva y resolviéndola en cuatro sustancias fundamentales: agua, fuego, tierra y aire.
Acariño galaico / De barro
El elemento esencial de Acariño galaico iba a ser el aire. El encuentro de Val del Omar con el escultor Baltar convirtió la tierra mezclada con el agua en el “elemental” De barro, rodado entre 1961-1962 y retomado por el cineasta en 1981 cuando tenía la ilusión de retocar el tríptico y añadirle un film, “vórtice”, que se llamaría Ojala y funcionaría a modo de introducción.
La muerte del granadino, como ya indicamos, víctima de un accidente de tráfico, impidió la realización de un proyecto que tendría como objetivo su proyección en el Centro Georges Pompidou, en el seno de la muestra “Antología del Cine de Vanguardia en España” (1982), coordinada por los expertos en su obra Manuel Palacio y Eugeni Bonet.
En De barro el cineasta introduce al espectador en el paisaje gallego, en la geografía periférica de la ciudad, en el paisanaje peculiar de la región. Los elementos provenientes de los presocráticos son una dualidad conformada por agua y tierra; su resultado, el barro. Por ello, el actor Baltar, escultor él mismo, es un ser humano embarrado, envuelto en barro; su figura, su humanidad se caracteriza, sobre todo, por el barro pegado a su cuerpo si no, acaso, porque su cuerpo adánico sea sólo barro.
En los alrededores de Santiago se sitúa el encuentro del hombre y la naturaleza y ya en la ciudad misma el encuentro del hombre con el arte, con la arquitectura que caracteriza a la ciudad y que la define, en espacio, exteriores o interiores, tan universales como la plaza del Obradoiro, el frontal de la catedral, el Pórtico de la Gloria. Allí parecen resonar todavía los golpes de los canteros tallando la piedra mientras las imágenes nos muestran los bajorrelieves que parecen conformar, en su figuración y características, un nuevo y diferente “jardín de las delicias”. Luego, un primer plano de la severa imagen del apóstol, nos impedirá olvidar a quién se dedica tan sagrado y visitado lugar.
El acercamiento a la esencia de esta tierra, de esta agua, de este barro lo efectúa Val del Omar con imágenes habitualmente nítidas y naturales, lo que no impide presentarlas, cuando proceda, con formas tenebrosas. El cineasta ha prescindido en esta ocasión del color; el blanco y negro, en positivo o negativo, conforma la textura de la imagen. A su vez, la banda sonora combina adecuadamente sonidos naturales (el fluir del agua), animales (trinos de pájaros), con otros de naturaleza diversa, desde el tañido de la campana hasta el sonar agridulce de la gaita; y no falta siquiera, como ya hiciera el autor en sus “elementales” precedentes, la distorsión del sonido, tan provocativo en sí mismo como la imagen a la que acompaña y adjetiva. No se sorprenda el espectador si a la imperiosa voz, incluso repetida, “guerra al cielo y a la tierra”, se le añada un inesperado “¡Al suelo, quieto todo el mundo!”, como representación auditiva de aquel frustrado intento de acabar con la joven democracia española, cuando Tejero entró, pistola en mano, en el Congreso.
El cineasta Javier Codesal fue encargado por María José Val del Omar de llevar a cabo la recuperación y el montaje último del filme. Las páginas explicativas sobre el modo de proceder en tan delicado trabajo son buena prueba de la actuación de un miembro nato perteneciente por derecho propio a la “Ínsula” valdelomariana. Él mismo ha puesto de manifiesto que el “Sin fin” con el que finalizan los “elementales” puede ser un homenaje, más allá del préstamo, del granadino José al onubense Juan Ramón quien en “Patio primero” sentenció en heptasílabo: Sinfín de tanto fin.
Acariño galaico/ De barro -
by Rafael Utrera Macías,
Jun 04, 2014
4 /
5 stars
Adán en Finisterre
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