Pelicula:

Theo Montoya (Medellín, 1992) es un joven cineasta colombiano que se desempeña, además de como director, como guionista, productor, director de fotografía, montador e incluso actor. Tras un primer corto, Don’t cross the line (2018), su segundo film en ese formato, Son of Sodom (2020), curioso documental sobre un chico cuyo nombre artístico como trans se corresponde con el título de la peli, muerto una semana después de hacer el casting para Montoya, llamó la atención en varios de los festivales por los que pasó, como Cannes, Berlín, Guanajuato y Palm Springs, en algunos de los cuales fue premiado. Esa atención despertada le ha servido para poder llevar a la gran pantalla su primer largo de ficción (quizá mejor docu-ficción), con el sustento en la producción de países tan diversos como la propia Colombia donde se ha filmado, pero también las europeas Francia y Alemania, y lo que es más raro, también Rumanía, que no suele participar en este tipo de coproducciones del Viejo Continente.

Montoya, miembro activo del movimiento “queer” (para entendernos, se puede traducir al español como “marica”, lo que podríamos definir como cualquier persona que no se corresponda con los parámetros heterosexuales), filma su ópera prima en el largometraje sobre tres grandes ideas-fuerza: en la primera, que supone el eje conceptual de la cinta, presenta un coche fúnebre que se pasea por las calles de Medellín, siempre de noche, con un cadáver en el ataúd, abierto, en el que vemos al propio director, que a su vez se convierte en el narrador omnisciente (y con frecuencia casi abstracto) de lo que se nos cuenta; la segunda idea sería la utilización de las entrevistas que el propio Montoya grabó en 2017 con algunos de sus amigos para preparar un largometraje nunca rodado, unas entrevistas en las que el invariable elemento común será la búsqueda por parte de todos ellos de un permanente vivir al día, aparejado a la noción de que la muerte no tardará en llegar, de que no hay futuro en el país para ellos; y la tercera idea será, precisamente, una aproximación, una recreación alegórica de lo que podría haber sido ese largo, con imágenes, descripciones en off del propio Montoya en su papel de director fiambre ambulante, y evocaciones de muy diversa laya, desde imágenes documentales sobre manifestaciones hasta encuentros ficcionalizados de sus amigos “queer”.

Sobre esas tres ideas se ha construido una película extraña, difícil, que se aleja de todos los parámetros conocidos, más cercana quizá al cine fantasmagórico del cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul, del que se podría decir que homenajea clarísimamente su primera película conocida en Occidente, El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010), en especial al tomar de ese film la señera figura espectral negra de luminosos ojos rojos, icono muy apropiado para representar en esta historia esos “espectrófilos” que vendrían a ser algo así como una representación metafórica de los seropositivos.

Podría decirse que Anhell69 (sic, pronunciado como “ángel”, como el celestial ser seráfico, pero también podría traducirse, del inglés, como “un infierno”...) busca convertirse en un poético caleidoscopio sobre Medellín, con una perspectiva eminentemente “queer”, aunque Montoya no se resiste a tocar otros temas, como la figura aún omnipresente de Pablo Escobar, el proceso de paz con la guerrilla impulsado por el presidente Santos, o los múltiples asesinatos de los sicarios del narcotráfico.

La voz en off de Montoya irá describiendo esa (en sus propias palabras) “hipotética película que nunca se rodó, una historia de serie B de fantasmas, una metáfora de la realidad, pero también un homenaje a las películas colombianas que inspiraron su adolescencia, esas películas que le enamoraron porque en el cine era el único lugar donde podía llorar”. Esa hipotética película, que llevaría el título también de Anhell69, sería protagonizada por “ángeles viviendo en un infierno de deseos, en una Medellín distópica, sin pasado ni memoria, en la que Pablo Escobar se había convertido en padre de una nación sin referente paterno, una ciudad gobernada por la violencia, en la que eran tantos los muertos que ya no cabían en los cementerios y los fantasmas habían empezado a convivir con los vivos”.

Visión entonces melancólica y poética, de una poesía sucia, emparentada con el nihilismo de un Bukowski o un Carver, una visión tremendamente pesimista sobre un país, sobre una ciudad, desde una perspectiva “underground”, sin futuro, Anhell69, en el fondo, no deja de ser también un extravagante juego metacinematográfico, pero también una imposible fantasía “queer”, un film neopunk, una rara taracea que conforma un corpus abigarrado, a veces estrafalario, otras provocador, pero con un tono espectral y hermético que confiere a su narrativa una extraña sensación hipnótica, e instala ladinamente en el espectador, como una poderosa carga de profundidad, el deseo de que ese hipotético film cuya génesis se esboza aquí, pudiera haber llegado en algún momento a hacerse realidad. Anhell69 supone también una atmosfera de pesadilla, un mundo paralelo, casi un multiverso “queer”, pero también, a qué negarlo, una fricada considerable, no apta para todas las mentes. Estamos entonces ante una trémula, a ratos subyugante mirada hacia un submundo casi invisible, poblado no solo por los trans, maricas y gays, sino también por una fauna bohemia que coquetea abiertamente con drogas de toda laya y con toda clase de heterodoxias.

Hay algo macabro en esas escenas del cásting realizado por Montoya en 2017, cuando nos enteramos que algunos de esos chicos “queer” a los que les preguntaba por cómo se veían en el futuro, y a lo que invariablemente contestaban que no se imaginaban sencillamente porque no creían tener futuro, poco después aparecían muertos por sobredosis, o suicidados, o por la violencia callejera que es un elemento más, tan cotidiano como cualquier otro, en la ciudad de Medellín; dice Montoya, o su “alter ego” el cadáver ambulante que narra la historia con voz monocorde, como de espectro, que en ese tiempo fue a mas velorios que a cumpleaños, y que sus redes sociales se convirtieron en un cementerio. Así, el cásting se convirtió en una especie de inventario emocional de las amistades, de los amores que iban desapareciendo, confirmando la imposibilidad del futuro.

Formalmente Montoya opta por un tratamiento lírico, con una cámara de movimientos suaves, que se recrea sobre todo en recurrentes imágenes a vista de pájaro de Medellín de noche, con la ciudad iluminada, una visión con un punto espectral por los textos en off como de ultratumba y la música de sintetizador, una visión de Medellín rodada con dron, con una cámara de movimientos lentos y majestuosos, a su manera también fúnebres...

Es cierto que Anhell69 nos parece una película descompensada, con algunas imágenes, como las documentales de las manifestaciones, que resultan menos impactantes, más convencionales, y tampoco tienen demasiada relación con el, en general, tono elegíaco, onírico, del film. Por el contrario, su propia formulación cinematográfica, evidentemente anárquica, sin una estructura clara, juega en su beneficio, confiriéndole un tono caótico que conviene a este relato ciertamente inusual.

Curiosamente, el papel del conductor del coche fúnebre que pasea el (falso) cadáver del director (que juega el papel de narrador a la manera del William Holden de Sunset Boulevard) lo interpreta uno de los cineastas que más ha influido en Montoya, Victor Gaviria (director de films como La vendedora de rosas, Sumas y restas y La mujer del animal), al que solo veremos indirectamente por el reflejo del retrovisor, de nuevo en juego metafílmico, siendo Gaviria un cineasta que, en palabras de Theo Montoya, “fue el que le hizo creer que era posible un cine de los creyentes, de los marginados, de los que no pertenecen a nada ni a nadie, un cine de los que sobran...”.  

Bienvenida esta voz nueva, la de Theo Montoya, distinta, irregular pero brillante, que nos parece tiene muchas cosas que decir, aunque será bueno que pula sus ideas, tan potentes como, a veces, excesivas.

(30-05-2023)


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75'

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Anhell69 - by , May 30, 2023
3 / 5 stars
Las redes sociales como cementerios