El superhéroe Aquaman, creado en 1941 por Mort Weisinger y Paul Norris, es uno de los últimos que DC Comics ha incorporado a su repertorio en cine. Mucho después de que Supermán y Batman tengan series cinematográficas propias, este superhéroe aguado apareció por primera vez con personajes reales (en animación había aparecido antes) como rol secundario de la serie televisiva Smallville, dedicada, como es sabido, a la infancia de Supermán. Pero cuando a partir de los años diez de este siglo XXI la más directa competidora de DC Comics, Marvel, puso en pantalla grande, en comandita, a buena parte de sus héroes más populares en films como Los vengadores (2012), de estrepitoso éxito comercial, DC concibió la idea de hacer algo parecido, combinando también a sus más conocidos mitos en un equipo denominado genéricamente como La Liga de la Justicia. Habrá que decir pronto que, al menos por ahora, los rendimientos comerciales de esta asociación de tíos y tías en leotardos (véanse Batman v Superman: El amanecer de la Justicia o la llamada propiamente La liga de la Justicia) no está llegando, ni de lejos, a los del grupito de los notas en mallas de Marvel.
Aquaman ya apareció en las dos películas citadas, y ahora ya es el protagonista absoluto de esta que se reputa la historia original (más o menos...) de este medio humano, medio atlante, un hombre nacido de la coyunda de un mortal (de aspecto maorí, por cierto) y una atlante (de aspecto escandinavo, aunque sea australiana la actriz que la representa), en una de esas historias de amor romántico como de cuento de hadas. Claro que la bella tendrá que escapar para salvar a su marido y su hijo de las furias de su gente oceánica, que desea a toda costa su vuelta. El pequeño Arthur, que así se llama el mestizo, crecerá conociendo poco a poco sus extraordinarias capacidades físicas (respiración bajo el agua, tremenda fuerza bruta, gran resistencia a laceraciones y heridas) y mentales (telepatía con animales, nada menos), hasta que, ya de mayor, habrá de enfrentarse a su medio hermano que reina en las profundidades, y que se gasta una mala leche considerable, además de un racismo como de Ku Klux Klan...
Lo curioso de este Aquaman es el innumerable batiburrillo de referencias, casi todas cinéfilas, que pueblan su (por lo demás manifiestamente mejorable) guion; así, se pueden citar guiños, o tributos, u homenajes, casi siempre visuales, aunque también a veces argumentales, a films o series tales como La hormiga atómica, Star Wars, El Señor de los Anillos, Juego de Tronos, Gladiator, Matrix, Viaje al fondo del mar, Parque Jurásico, Pinocho y hasta La sirenita, entre otros muchos. Mezclar todo esto y que el resultado no sea indigesto ya debía ser tarea meritoria, pero no parece que sea el caso: nos tememos que los guionistas no han dado en la tecla. Porque además la historia, en su conjunto, es muy marciana, muy delirante, con un superhéroe que es sucesivamente estúpido (sobre todo en las escenas con la mujer con la que se empareja, la princesa Mera, en la que siempre queda como un memo integral) y bizarro, imbécil y valiente, gilipollas y temerario.
Como siempre, además, la historia se hace larguísima, casi dos horas y media que podría haberse recortado perfectamente en veinte o treinta minutos sin que lo que se nos cuenta se viera afectado en absoluto. De nuevo los chicos de los efectos digitales se ponen las botas, y se desatienden otros aspectos como la coherencia argumental (aunque en este tipo de marcianadas de superhéroes ya se sabe que esto tiene una importancia relativa) o la interpretación, en la que tampoco parece que los actores y actrices se hayan implicado mayormente, dado lo que estaban contando.
El director, James Wan, está especializado en cine de terror, siendo el responsable de algunas de las películas más populares del género en este siglo XXI: Saw, Insidious y Expediente Warren: The conjuring, llevan su firma; así, verlo aquí en este “blockbuster” poblado de superhéroes más o menos infantiloides resulta cuando menos curioso. Sin embargo, no hay en la historia de Aquaman ningún elemento, ni remotamente, que recuerde la especialización en el género de terror del cineasta chino-americano, lo que hace sospechar que se trata de un encargo que el director ha ejecutado con profesionalidad pero sin mayor interés que ver subir el número de dígitos de su cuenta corriente.
Volviendo a los intérpretes, se ha dicho de Jason Momoa que parece que está haciendo siempre el papel de Khal Drogo, el personaje de Juego de Tronos (obviamente inspirado en el huno Atila) que le hizo popular, y nos tememos que tan malévola apreciación no anda demasiado desencaminada. Del resto nos quedamos con la frescura de Amber Heard, una de las presencias femeninas más refrescantes y estimulantes de los últimos diez años, y poco más; la profesionalidad y tablas, por supuesto, de Nicole Kidman y Willem Dafoe, que sirven igual para un roto que para un descosido, y curiosidades como la de que Patrick Wilson interprete el papel de hijo de Kidman, cuando es solo 6 años menor que ésta: precocidad, se llama la figura...
(22-01-2019)
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