Claude Miller fue un cineasta francés coetáneo de Godard, Truffaut, Chabrol; aunque no se le suele ubicar junto a ellos en la Nouvelle Vague, quizá por ser algo más joven (unos diez años) y por ello empezar a dirigir más tarde, lo cierto es que su cine comparte bastantes de las características del de los jóvenes airados que cambiaron la cinematografía en los años sesenta, si no en la forma (cuando Miller empieza a rodar, a mediados de los setenta, ya se había retornado al clasicismo), sí en el fondo.
El cine de Miller no ha llegado a España en condiciones, apenas algunos títulos de su primera época, como La mejor manera de andar (1976), su estupendo debut, y La pequeña ladrona (1988), y ya al final de su carrera la no menos buena Thérèse D. (2012), pero también nos llegó en su momento esta magnífica Arresto preventivo (1981), un “polar” o policíaco francés que tiene todas las cosas buenas del cine negro clásico a la francesa, y ninguna de las gangas accesorias que los años setenta y ochenta trajeron al género.
Sobre la novela de John Wainwright Brainwash, con guion de Jean Herman y los siempre brillantes diálogos de Michel Audiard, Arresto preventivo se inicia en la noche de un 31 de Diciembre, Nochevieja, en una comisaría de Policía, la popular Gendarmerie francesa. Allí es interrogado el notario Martinaud por el inspector Gallien, sobre los asesinatos de dos niñas ocurridos recientemente, al saberse que el notario conocía a ambas chiquillas y haber ciertas dudas sobre su posible implicación en los hechos. El interrogatorio, con las evasivas del fedatario público, no hace sino levantar nuevas sospechas, hasta que el notario, queriendo hacer valer su cargo, intenta marcharse, momento en el que el inspector lo pone en “arresto preventivo” para que no pueda salir de la comisaría. Pronto sabremos que el notario y su mujer mantienen una extraña relación desde hace tiempo, y el motivo de ello será esencial para desentrañar lo ocurrido...
Con un notable guion y los siempre estupendos diálogos de Audiard, acerados, irónicos, inteligentes, más una estilizada puesta en escena, con buenas ideas visuales, y un creativo uso de los insertos, entre el flashback y el pensamiento puesto en imágenes, la película es una de las grandes obras del “polar” moderno, a la altura de los míticos cineastas del género en Francia, de Carné a Melville, de Clouzot a Becker.
Lo escabroso del tema (violación y muerte de niñas, pero también pedofilia, tal vez pederastia) está tratado con suma delicadeza, pero con una mirada distinta, alejada de los blancos y negros y buscando la matizada gama de los grises donde generalmente se mueve el mundo.
Hay, desde luego, una crítica a los métodos policiales, ese miedo sordo que inspira el estamento policial, incluso a alguien tan poderoso como un notario en el siglo XX en Francia, cuando esta figura estaba revestida de un prestigio y un mando al que nadie osaba oponerse. Hay también una crítica a la alta sociedad, a su necesidad de cubrir siempre las apariencias.
En la intrincada trama, que de todas formas se sigue sin problemas, destaca la entrevista entre el inspector de Policía y la esposa del notario, de la que saldrán las posibles claves que resuelvan el caso, una entrevista hecha con una sutileza, con una extraordinaria exquisitez, una entrevista que establece una ambigua conexión entre ambos. También es notable el juego de inteligencias (pero también de poder) que se gastan entre los personajes del inspector y el notario, jugando como si fueran el ratón y el gato, conscientes ambos de que un error del otro puede determinar el final del juego, con la exculpación total o la definitiva inculpación.
En el transcurso de los interrogatorios, el notario confesará que hace años que su mujer y él duermen en habitaciones distintas, separados por un pasillo de 15 metros, que para él se ha convertido en “un desierto de 15 metros”: una metáfora demoledora de la distancia sexual, sentimental, que ha provocado la actual ruina humana y social de la pareja.
Excelente trabajo interpretativo, desde un Lino Ventura que borda como siempre el papel de policía, duro pero alejado de los cánones de un Harry el Sucio, por poner un ejemplo meridiano de un “madero” USA coetáneo, hasta un Michel Serrault cuyo notario es notable, valga la casi aliteración, un rol lleno de matices, como por supuesto Romy Scheneider, en un personaje complejo, de muchas aristas, rodado pocos meses antes de la desgraciada muerte de su hijo adolescente, siendo esta la penúltima película de su carrera antes de su propio fallecimiento.
La cinta fue candidata a 8 César del cine francés, consiguiendo 4, por los conceptos de Mejor Película, Mejor Director, Mejor Dirección de Fotografía y Mejor Sonido. El cine norteamericano hizo una versión posterior de la misma novela, con el título Bajo sospecha (2000), con dirección de Stephen Hopkins y con Gene Hackman, Morgan Freeman y Monica Bellucci en los principales papeles, obviamente muy inferior a la versión francesa.
(30-11-2020)
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