Los cineastas europeos más veteranos siguen en plena forma: al caso excepcional de Manoel de Oliveira, que cuando se escriben estas líneas tiene ya noventa y nueve años, hay que sumar otros quizá no tan longevos, pero de todas formas con edades en las que otras personas están, literalmente, dedicadas a la sopita y el buen vino; curiosamente son mayormente franceses, como Eric Rohmer, que está a punto de alcanzar los ochenta y ocho años, o Alain Resnais, que va camino de los ochenta y seis.
Resnais, aunque de manera intermitente, sigue ofreciendo de vez en cuando muestras de su talento. Ya pasó la época en la que se convirtió en el apóstol del cine críptico, del cine de la abstracción, con películas inolvidables (pero que han envejecido tan mal…) como Hiroshima, mon amour o El año pasado en Marienbad.
Desde hace algunas décadas, Resnais se mueve como pez en el agua en el cine de sentimientos, de amores y desamores, y Asuntos públicos en lugares privados (cuánto mejor haber traducido el título original francés, Coeurs, Corazones, en lugar de tomar el de la novela en la que se inspira el filme) incide de nuevo en esa temática.
Son varias historias que se cruzan, se rozan, en un juego geométrico que recuerda las líneas tangentes y las secantes. Varias personas solas, aunque parezcan acompañadas, buscan la compañía del amor de verdad, tal vez sólo la compañía a secas, la de alguien que te escuche, te comprenda y sepa ofrecer el hombro donde derramar las lágrimas de la vida.
En una ciudad permanentemente asolada por una nevada que no acaba nunca, como símbolo del desamparo existencial de sus protagonistas, seguiremos las andanzas de una pareja que se desmorona, acuciada por la rutina y por el desafecto de él cuando su despido le impele al alcohol; un agente inmobiliario concibe una atracción irrefrenable por su compañera de trabajo, aparentemente una santurrona poco apegada a lujurias, pero con un secreto tal vez inconfensable; una chica busca en las citas a ciegas la felicidad que, invariablemente, la esquiva; y el encargado del bar del hotel, aherrojado a un padre enfermo e insoportable, y torturado por la muerte de su ser amado. Todos ellos juegan sus cartas, a veces con alguna fortuna, casi siempre perdiendo las bazas del amor, sumidos todos en una apoteosis de la soledad que es tanto peor en un universo urbano poblado de extraños.
Resnais pone en escena (así lo sigue reivindicando él, la “mise en scene”, como hacía el llorado Truffaut) con delicadeza, con una extraordinaria sensibilidad que alcanza sus mejores momentos en la relación entre el encargado del bar y la santurrona que acude a cuidar a su padre, creando entre ambos un vínculo no sexual, pero sí de comunicación, que les hace tener compañía, milagrosamente, durante algún tiempo; o la relación del alcohólico con la chica de las citas a ciegas, que cabalga tempestuosa hacia cotas más altas hasta que la fatalidad, tal vez el azar, la decapite definitivamente.
Cine hermoso, de emociones contenidas pero tan ciertas, tal vez la reiteración de las cortinillas de nieve entre cada escena resulte un tanto repetitiva, aunque se comprende la intención de Resnais de remarcar las historias dentro de ese ambiente gélido pero, a la vez, tan cálido.
Asuntos privados en lugares públicos se convierte así en un drama sobre la soledad, sobre el amor, correspondido o no, sobre la incomunicación: no deja de ser curioso que, casi medio siglo después, y de una forma evidentemente tan distinta, Antonioni vuelva a estar de moda…
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