CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Filmin y Movistar+.
Qué mejor para empezar una cinta que, en su totalidad se desarrolla en Méjico, que a base de imágenes de esqueletos, cráneos, tibias... todos muy bailones y dinámicos. Estamos en el Día de los Muertos, que como el Halloween de los anglosajones o el Día de los Difuntos en España, se celebra entre el primero y segundo día del mes de noviembre. Además, el film lo dirige alguien tan ligado a ese país como es John Huston, nacido en la ciudad de Nevada, en el estado de Missouri, pero que siempre gustó de pasar temporadas en tierras aztecas, en la ciudad de Puerto Vallarta (en Jalisco), donde le tienen una escultura en la plaza del pueblo, y en la que muchos años antes dirigió La noche de la iguana, en 1964. Aunque ya conocía el país desde todavía más atrás, en 1948, cuando rodó la excelente El tesoro de Sierra Madre, con Humphrey Bogart y su propio padre, Walter Huston, como protagonistas.
Para esta cinta de hoy, eligió una famosa y difícil novela de Malcolm Lowry (que la retocó muchas veces), un niño bien inglés, que murió a los 48 años (1909-1957), y uno de esos autores a los que se conoce e identifica por una sola obra, aunque tuviera otras valiosas, como su primera novela, "Ultramarina". Viajero por cuestiones familiares, por sitios tan distantes como el lejano Oriente (en barcos de la naviera de uno de sus abuelos), por Estados Unidos o por Alemania (para aprender su idioma), para luego volver a Reino Unido, donde conoce a Dylan Thomas, que le descubre el mundo de la literatura. Y simultáneamente empieza a obsesionarse por la autodestrucción y el alcoholismo, muriendo en el condado de su Sussex natal, en una sobredosis de antidepresivos con alcohol.
No es extraño que otro artista tan aventurero y vitalista como John Huston, ya en los finales de su carrera -y con importantes problemas de salud- se empeñase en rodar esta "Bajo el volcán", que ya había pasado por la mente de otros autores, como Joseph Losey, Jules Dassin, Ken Russell, incluso nuestro Luis Buñuel... -que no llegaron ninguno a decidirse por su complejidad-, y que le permitía a Huston volver otra vez a su querido Méjico, en concreto a Cuernavaca, en las laderas del Popocatépetl (un volcán todavía en activo), para hacer allí su largometraje número 37, que luego completaron otros dos tan valiosos como El honor de los Prizzi y Dublineses, para cerrar su carrera
Y aquí vamos a volver a la narración casi biográfica del libro de Lowry, que se autorretrata en la figura de un ex-cónsul británico, durante un día de su azarosa y tormentosa vida, hipotecada por la bebida, el desorden y el pesimismo, que cree poder mitigar con una sempiterna botella en la mano. Con un desarrollo necesariamente un tanto reiterativo, la película tiene unas bazas fundamentales en el buen guión del escritor y guionista Guy Gallo, y en la labor interpretativa (y constante a lo largo del metraje) de Albert Finney, actor iniciado en los tiempos del Free Cinema inglés con films como Sábado noche, domingo mañana, de Karel Reisz, o la divertida y exitosa Tom Jones, de Tony Richardson, que ya lo popularizó. Así se unió al grupo de nuevos actores británicos, como Tom Courtenay, Edward Fox, o Terence Stamp.
Y terminando con Finney, es chocante encontrar comentarios o reseñas que critican su trabajo en este film, acusándolo de "sobreactuación", como si hacer de un desesperado y autodestructivo alcohólico, al borde del delirium tremens, pudiera encarnarse con la misma tranquilidad, sosiego y ademanes cotidianos de un oficinista cualquier día en su mesa, a pesar de que otras veces cuida su atuendo y lo vemos muy atildado y presumido por las calles del pueblo.
Así, entre borracheras, peleas, secuencias divertidas -como la del tiovivo-, inútiles visitas a burdeles, y chiquillos que lo atosigan para sacarle unas monedas, vemos a este Geoffrey Firmin, al que luego se incorporan su hermano menor Hugh (Anthony Andrews) y sobre todo su segunda esposa, Ivonne, una también excelente Jacqueline Bissett; la película va subiendo en interés con otros elementos a tener en cuenta, y el trabajo de los recién llegados por recuperar a un irrecuperable Geoffrey, un personaje que desde su creación literaria de Lowry, a la de la visión cinematográfica de John Huston, está condenado al fracaso.
En cuanto a la impronta mejicana de la cinta es fácil encontrarla en la presencia de gente como la gran Katy Jurado (tantas veces reclamada por el cine de Hollywood), o Ignacio López Tarso (como el doctor que lucha para salvar al cónsul), e incluso Emilio Fernández "el Indio", gran símbolo del cine de su país, que aparece en varias escenas, junto al refuerzo en la fotografía de Gabriel Figueroa, que nos hace un retrato colorista, puntual y bellísimo de Cuernavaca. Ya como refuerzo externo, la banda sonora de Alex North, que acumula en su carrera hasta una quincena de candidaturas a los Oscar (Espartaco, Cleopatra, El tormento y el éxtasis, o la misma de Bajo el volcán), para que un año después la Academia le concediera la estatuilla honorífica, como ha hecho tantas otras veces (en todas las categorías) para disimular su error anterior...
Ya en 1987, tras poder rodar con mucho esfuerzo los ya nombrados El honor de los Prizzi y Dublineses, un enfisema terminaba en Rhode Island con la vida de este aventurero del celuloide, aquel principiante que en 1941 iniciaba su carrera, con tantas y variadas películas (como director, porque también fue actor) llevando a la pantalla El halcón maltés, la estupenda novela de Dashiell Hammett -con Humphrey Bogart y Mary Astor- y cinta que abrió un nuevo enfoque y estilo al policíaco, al cine negro. Y, mucho tiempo y muchas cintas después, en su México lindo nadie olvida a ese gringo vitalista que tanto lo amó, visitó y vivió, al que -en vez de una- habría que levantarle media docena de estatuas en su memoria...
(29-06-2025)
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