CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Filmin, Movistar+, Apple TV y Prime Video.
No sé si los lectores recordarán que a mediados de los años ochenta, algunas cadenas de televisión empezaron a programar cintas que originalmente eran en blanco y negro, pero coloreadas para, supuestamente, modernizarlas y así hacerlas más atractivas al público. Pero la verdad es que desvirtuaban la creación inicial de los autores de ellas y - afortunadamente- la moda pasó pronto. Bueno, pues mira por donde, repasando este film de John Huston que hoy comentamos, me vino la malvada idea de repetir esa técnica con ella, porque los escenarios, los paisajes, el mar, los casi continuos exteriores de la narración, la flora y el país donde transcurre... todo pedía a gritos un technicolor vistoso, llamativo y radiante. Y ello a pesar de la extraordinaria fotografía en blanco y negro que tiene la cinta, gracias a la pericia del gran cameraman mejicano Gabriel Figueroa.
Dejando delirios aparte, hemos dicho "film de John Huston", pero también de Tennessee Williams, el prolífico dramaturgo norteamericano que casi monopolizó Broadway durante cerca de veinte años, con historias exageradas, malsanas y sensuales... pero que gustaban al público y a las productoras de cine o televisión, contándose más de treinta de ellas, las que llegaron a la grande o la pequeña pantalla. En cine su periplo empezó con la sórdida (e interesante) Un tranvía llamado deseo, de Elia Kazan, aunque la más repetida fue La gata sobre el tejado de zinc, con unos estelares Liz Taylor, Paul Newman y Burl Ives, bajo dirección de Richard Brooks, y que luego tuvo varias versiones más.
En esta ocasión, un director vitalista y de fuerte personalidad sirve, paradójicamente, para templar un tanto las exageraciones de la obra original, y eso que la escena inicial parece contradecirnos, con este clérigo anglicano airado, histérico y poseído en su púlpito, expulsando del templo a sus propios fieles que huyen asustados y despavoridos. Como consecuencia, al intervenir sus superiores, lo vemos después haciendo de guía turístico en un destartalado autobús, por la costa mejicana del Pacífico. Y a partir de ahí (aunque no cesan las escaramuzas) van surgiendo nuevos personajes que enriquecen y matizan la narración. Pero este clérigo (o no), borracho, peleón y siempre conflictivo, da pié a la acusación de corruptor de menores, con una rubita que se incorpora al grupo. Hacen todos una parada en un sencillo hotel cerca de la playa, y allí siguen surgiendo nuevos protagonistas.
Y hay que decir ya que este film no sería el mismo sin sus intérpretes, con un Richard Burton que lidia con un papel difícil y a veces antipático, pero que saca adelante, cambiando de registro de una escena a otra, si hace falta. Cuando llegan al modesto hotel ya citado resulta que su dueña es una conocida suya, nada menos que la siempre guapa Ava Gardner, sensual y provocativa, una morena bravía con moño arremangado, y siempre con un par de gigolós con maracas todo el santo día a su lado, pero a los que cuando hace falta les para los pies, como en la escena nocturna del baño en la playa. Más tarde, tras la morena aparece la rubia, una Deborah Kerr en su versión mosquita muerta (como en Mesas separadas, de Delbert Mann), lejos de la fogosa adúltera de De aquí a la eternidad, de Fred Zinnemann. Y viene con su abuelo, viejo centenario y poeta, que se pasa el día durmiendo o recitando. Y entre ambas mujeres llegan a maniatar al reverendo en una de sus crisis alcohólicas.
Junto a los adultos, aparece también Sue Lyon, la lolita provocativa, que venía de hacer precisamente Lolita con Stanley Kubrick. Y como sorpresa tenemos a una excelente y casi desconocida Grayson Hall como autoritaria jefa del grupo de señoras que van en el autobús del Reverendo Shannon, y única intérprete que fue nominada al Globo de Oro y al Óscar por este papel. Con todo este batiburrillo de personajes variopintos y escenarios exóticos, ¿qué hace John Huston? Por de pronto aplicar una realización sencilla, sin alardes ni planificaciones rebuscadas, poner apuntes costumbristas de escenas cotidianas del pueblo llano, rodando parajes del estado de Jalisco y enamorándose de Puerto Vallarta, donde vivió luego algún tiempo y tiene una estatua suya en la plaza.
Rodada casi, casi a la mitad de su larga carrera (con una cincuentena de films), Huston cierra La noche de la iguana (escamoso y curioso reptil que aparece en varias escenas) con un final a la antigua, dejando unidos (¿para siempre?) a sus dos personajes más queridos, el bala perdida que hace Burton y su también conflictiva pero complementaria amiga que encarna Ava Gardner. Lo que ya no sabemos es si fueron felices y comieron perdices, o mejor algún plato típico y picante de la región...
(04-02-2024)
125'