Se esperaba con expectación el nuevo filme de Alejandro González Iñárritu, tras su divorcio artístico de Guillermo Arriaga, el guionista que le “cocinó” las tres películas que le llevaron al éxito y el prestigio. Porque lo cierto es que tanto su iniciática Amores perros como la muy potente, ya plenamente norteamericana, 21 gramos, como la algo menos interesante pero también estimulante Babel, tenían un sello y una impronta que creíamos de Iñárritu, pero que, al desaparecer Arriaga de las tareas de guión (perdón, guion, como exigen que se escriba ahora los señores académicos de la Lengua Española: habrán dicho como el chiste de la pareja de viejecitos: María, ¿jodemos un poco?, sí, contesta la abuela, pues vístete que vamos a pedir el saldo al banco, le dice el viejo…), habrá que atribuir al libretista y no al director. Y es que aquí Iñárritu confirma su buena capacidad para crear imágenes, pero también su incapacidad para montar un guion como Dios manda, ayudado para la ocasión por un publicista y un autor novel: la verdad es que cambiar a un monstruo de los guiones, que le había conferido carta de naturaleza a su cine, por un pelanas de los spots y un primo (en sentido literal: Nicolás Giacobone es primo del director) con ínfulas de escritor, no podía terminar bien.
Y así es: Biutiful se enmaraña en un sinfín de historias que supuestamente están conectadas, pero que no terminan de hacerlo con solvencia: el tronco argumental gira en torno a Uxbal, un paria que concita sobre el todos los males de la tierra: yonqui, camello (aunque quiere retirarse), tiene cáncer de próstata con metástasis, dos hijos pequeños a los que intenta, mal que bien, cuidar, una mujer de la que se ha separado por la adicción de ésta al alcohol, y que intermitentemente aparece en su vida para joderlo involuntariamente… En fin, como el del chiste, el hombre aquel, jorobado, cojo, ciego y feo, que iba cantando el himno religioso: “El Señor hizo en mí maravilla…”.
Pero además de esa línea argumental, que tiene ya varias ramificaciones, hay algunas más, que abundan en la vida llamémosle “profesional” del protagonista, que se dedica a coordinar una red de vendedores ilegales (negros del top manta, que se sacan un sueldecillo extra vendiendo droga…), colaborar en un negocio de confección de chinos esclavizados, sobornar a un policía… de todo ello surgirán otras cuestiones guionísticas, desde acudir al rescate de la mujer de uno de sus amigos negros, deportado a su país, hasta intentar mejorar las condiciones de vida de los esclavos de ojos rasgados, con resultado nefasto, entre otras variantes. Mucha tela, muchos temas, muchas líneas argumentales, quizá como queriendo imitar el estilo de los guiones de Arriaga, que efectivamente abundaban en historias; pero donde había engarce, densidad, coherencia, aquí sólo hay disparidad, flecos, sensación de divagar, historias colaterales que no interesan.
A buen seguro, si Iñárritu se hubiera dejado de memeces, y se hubiera dedicado a la historia central, con el paria y su mundo familiar, hubiera tenido más que suficiente para hacer una buena película. Con su alarde “a la manera de Arriaga” no ha hecho más que poner en evidencia que, efectivamente, en sus filmes anteriores el valor importante era el de su guionista, y no el de su puesta en escena.
Así las cosas, Biutiful no deja de tener su interés, aunque sea a ráfagas: es potente la imagen de los muertos a los que el protagonista (en otra de las muchas líneas argumentales colaterales) puede ver y con los que puede conversar, con un rizo final muy sugerente; es verdad que a veces parece, visualmente, tomar prestadas imágenes del cine de terror japonés moderno (pongamos Llamada perdida, por citar un ejemplo), pero también que está bien imbricado en la historia y resulta convincente. Hay otros momentos de interés (menos mal: si no, las casi dos horas y media que dura hubieran sido insoportables), pero el conjunto adolece de unidad y, como decía Stephen Frears, yo, sin un buen guion, es que ni cruzo la calle.
Mención aparte para el esforzado trabajo de Javier Bardem, ciertamente encomiable. Toda la historia recae sobre él, y su personaje, el súmmum de todas las desgracias, aun siendo un caramelo, también es verdad que es un caramelo envenenado, uno de esos papeles que te marcan por su carácter depresivo, en una historia negra donde las haya.
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