El (más frecuente de lo que parece) caso de las escritoras que han visto opacada su carrera literaria al haber sido publicadas sus obras a nombre de sus maridos está apareciendo poco a poco en cine; recordemos, a vuela pluma, el caso de Mary W. Shelley, quien menos mal que su marido, el poeta Percy Bysse Shelley, se comportó como era debido y, cuando los críticos le atribuyeron a él la autoría de la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, declaró públicamente que el volumen lo había escrito su esposa; esa anécdota nada banal aparece en Mary Shelley (2018), el interesante biopic que sobre la escritora realizó la directora saudí Haifaa Al-Mansour. En España hemos tenido recientemente un caso mucho sangrante, que nos cuenta la directora Laura Hojman en su estupendo documental A las mujeres de España. María Lejárraga (2022), en el que narra la historia de la escritora del título, quien publicó prácticamente toda su obra a nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra, que se aprovecharía de una fama y un predicamento indebidos, puesto que el hombre, mayormente, no escribió ni una línea de la caudalosa obra fundamentalmente teatral concebida por su esposa, que le hizo de “negra” durante muchos años.
Pues ese es el caso que describe también esta Colette, película que narra la vida de Sidonie-Gabrielle Colette, conocida en el siglo simplemente como Colette, en una historia que se inicia a finales del siglo XIX, cuando conoce al editor Henri Gauthier-Villars, más conocido como Willy. La acción se inicia en Saint Sauver-en-Puisaye, en Borgoña, en el centro-este de Francia, en 1892. Allí sabremos de la joven Colette, a la que llaman Sidonie, y a Willy, que pretende a la joven damisela, aunque ésta carece de dote. Al año siguiente ya los vemos a los dos en París, casados, pero Sidonie se aburre soberanamente, sobre todo porque en el ambiente en el que se mueve Willy son todos estirados y superficiales. Willy encarga una novela a un amigo escritor, que actuará de “negro” para él, pero el empeño no termina de funcionar. Dos años después, acuciado por trabajadores y deudas, y sabedor de los pinitos literarios de su mujer, le pide que escriba una novela, que se titulará Claudine en la escuela, publicada en 1900, pero a nombre de Willy...
Wash Westmoreland (Leeds, 1966) es un cineasta británico afincado en Estados Unidos desde joven, habiendo trabajado inicialmente en la industria “underground”, para después pasarse al cine convencional. Su mayor éxito como director se puede considerar que ha sido Siempre Alice (2015), un sensible melodrama sobre el Alzheimer precoz por el que su protagonista, Julianne Moore, se llevó todos los premios de interpretación habidos y por haber, incluido el Oscar. Colette fue su siguiente proyecto, sugerido por su marido, Richard Glatzer, que falleció de ELA el mismo año en el que se estrenó la citada película.
Quizá el hecho de que este proyecto fuera sugerido por el esposo del director, poco antes de fallecer, sea la razón por la que, en realidad, es una película esforzada pero un tanto impersonal, era más una especie de promesa que tenía que cumplir que un empeño que concerniera a Westmoreland. Con una correcta realización, pero pulcra e impersonal, la historia de Colette resulta entretenida pero bastante elemental, como si el director y sus coguionistas se hubieran quedado en la cáscara de la vida y la obra de Colette, sin profundizar demasiado.
Se entiende el interés en llevar a la pantalla la historia de esta escritora que escandalizó a la Francia de su época tanto con su obra, fundamentalmente el ciclo protagonizado por la adolescente Claudine (una “alter ego” de la propia Sidonie), como por su propia vida personal, en la que fueron públicos y notorios sus amoríos con varias mujeres, en una época en la que el lesbianismo, al menos de forma abierta, era un tabú absoluto. Pero Colette consiguió quizá la cuadratura del círculo, ser aceptada en la sociedad biempensante de la época quizá porque su personaje por excelencia, la cándida Claudine, un auténtico aldabonazo moral en su época, resultaba fascinante por su abierto libertinaje dentro de una ingenuidad que parece real, no impostada.
En definitiva, y siempre en nuestra opinión, estamos ante un pulcro biopic de la famosa escritora, pero también un biopic al que le falta garra. Tiene, es cierto, un tibio tono feminista, aunque poco marcado, y está hermosamente ambientado en el mundo artístico del París finisecular, un mundo bohemio y liberal donde, de todas formas, el pansexualismo de Colette levantó bastantes ampollas, especialmente en el mundillo de la alta sociedad en la que la escritora también se movía, con sus hermosos salones “art decó”, sus vistosas fiestas con preciosos vestidos, pero también con su inanidad existencial y su altanero complejo de superioridad.
El film, en su última parte, nos recuerda que Colette, por fin, pudo empezar a publicar con su propio nombre una vez separada de Willy, y que también recuperó la propiedad de toda su obra anterior, por lo que la posteridad la conoce, afortunadamente, como la única autora del microcosmos inventado en torno a la figura de Claudine, la adolescente de Saint Sauver que era tan, tan parecida a Sidonie...
Buen trabajo de Keira Knightley como la escritora; algo más cargante vemos a Dominic West, al que no terminamos de ver en su personaje, el Willy que sería marido y mentor de Colette, pero también quien usurpó su nombre literario y trapicheó con los derechos de autor sin que estos realmente le correspondieran.
(18-06-2024)
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