El 24 de Agosto de 1939, en París, pocos días antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de amigos de diversas nacionalidades deciden reencontrarse en el mismo lugar cada año. Cuando pocos días después la Alemania hitleriana invada Polonia, cada amigo, cada amiga, tendrá que tomar partido por su país, luchando contra los demás...
Por supuesto, son muchas las incursiones que el cine ha realizado en el vastísimo campo de la Segunda Guerra Mundial; la cinematografía que con más frecuencia ha tocado el tema, en muy diversas formas, ha sido probablemente la norteamericana, muchas veces aliada con los británicos, con notables resultados en algunos casos. Buena prueba de ello son cintas de la calidad de El puente sobre el Rio Kwai (1957), Los cañones de Navarone (1961), Doce del patíbulo (1967) o Un puente lejano (1977), por poner solo algunos ejemplos de todos conocidos. En la época de la filmación de este De Dunquerque a la victoria, a finales de los años setenta, no era frecuente que las productoras italianas o francesas se lanzaran a la aventura de realizar una película sobre el conflicto armado más grande que padeció el siglo XX, pero menos frecuente era aún que la cinematografía española se atreviera también a intervenir en un proyecto de este teórico calibre.
El resultado de esta coproducción franco-italo-española, desgraciadamente, no es bueno. De Dunquerque a la victoria contó con pocos medios económicos y aún menos imaginación. Los combates se suceden con monotonía, a base de amontonar hombres y más hombres para llenar la pantalla con explosiones y muertos a manta. Para los productores del film debería haber sido evidente que para hacer un buen film bélico hacía falta algo más que contar con algunos tanques antiguos, pintarles unas cruces gamadas y pretender hacerlos pasar por panzers, los temibles carros de combate de la Werhmacht, el poderoso ejército de tierra nazi. Además, la documentación histórica brilla por su ausencia.
Umberto Lenzi, cineasta italiano perito en todo tipo de subgéneros (péplum, espagueti-wéstern, giallo...), se encarga también del tópico guion, junto a su compatriota Giuseppe Clerici y el español José Luis Martínez Molla. Como director firma con el sonoro nombre anglosajón de Hank Milestone, para aparentar que el film es la producción yanqui o británica que no es, con poco éxito. Aunque Lenzi era un más que fogueado artesano, era evidente que difícilmente podía conseguir, con los mimbres con los que contaba, una cinta medianamente creíble.
En el apartado técnico nos gusta la fotografía del gran José Luis Alcaine, ya entonces uno de los más respetados operadores del cine español, en un trabajo complicado como lo es todo film bélico, y también la música del maestro Riz Ortolani, con momentos de gran inspiración, aunque en otras ocasiones decaiga hasta llegar a acordes convencionales. La ambientación es pobre, y la interpretación raya a una altura más bien discreta, destacando quizá George Peppard (por aquel entonces muy popular en España por su serie televisiva Banacek, pasado ya su mayor momento de gloria cuando en los sesenta coprotagonizó con Audrey Hepburn la estupenda Desayuno con diamantes), Sam Wanamaker y Horst Buccholz, frente a los poco expresivos Capucine, George Hamilton y Jean-Pierre Cassel.
En resumidas cuentas, nos parece que De Dunquerque a la victoria fue un fallido intento de dar una versión de la Segunda Guerra Mundial falta de rigor histórico, de inteligencia fílmica y de recursos económicos.
(20-02-2022)
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