No comparto al ciento por ciento el entusiasmo de buena parte de los colegas de la crítica: Deseo, peligro, la nueva película del ecléctico Ang Lee, no me parece la obra maestra que a más de uno, y de dos, se les ha aparecido como Yahvé a Saulo en el camino de Damasco. También es verdad que no seré yo quien le dé una gran lanzada, como afirma el dicho español, porque ni es un moro muerto (en todo caso chino, y afortunadamente vivo…), ni se merece tal tratamiento. Pero es que Deseo, peligro es una película desequilibrada: está dividida, casi milimétricamente, en dos partes: la primera, ambientada en el Hong Kong de 1938, en la que la joven que supone el personaje central entra en la vida de un alto funcionario colaboracionista del régimen impuesto por el Imperio japonés; se trata de una estratagema de un esforzado grupo patriótico que pretende asestar un golpe mortal a los invasores; en la segunda parte, ya en Shanghai, en 1942, la bella tendrá ocasión de volver a tender sus redes amorosas sobre el traidor, ahora ya investido como ministro. Pero lo cierto es que esa primera parte es excesivamente larga, premiosa y como inmadura, sin peso específico; cuánto mejor habría sido un aligeramiento de esta fase de la historia, recargada de elementos manifiestamente prescindibles, cuando el cine de Ang es, precisamente, de corte austero y directo, sin por ello ser elemental.
La segunda parte, cuando la historia toma grosor y la relación entre la matahari que ha de tender la emboscada, y el bronco traidor que, a pesar de su recelo hacia todo, está metiéndose él solo en la trampa como un corderito, ya alcanza el nivel que le conocemos y reconocemos al autor de Tigre y dragón, Sentido y sensibilidad y, sobre todo, Brokeback Mountain. Es en esta parte de la historia donde el filme gana altura, donde la vinculación entre los amantes que hasta entonces no lo son, aunque lo desean, gana en consistencia, incluyendo escenas de alto voltaje erótico que, ciertamente, convienen al relato cinematográfico, pues conoceremos entonces la relación colindante con el sadomasoquismo que se establece entre los protagonistas: él, un hombre brutal que no concibe el sexo si no es desde una perspectiva de violencia y sometimiento absoluto; ella, en principio reticente y sorprendida, después aherrojada a este tipo de amor que no desdeña la sangre.
Es también en esta fase cuando Deseo, peligro se torna más oscura, más riesgosa (como dirían nuestros amigos hispanoamericanos…), cuando violencia y placer se dan de la mano, Eros y Thanatos siempre juntos, con escenas que incluso remiten, en una especie de homenaje oculto, a la mítica El imperio de los sentidos, el filme erótico por excelencia del cine de Extremo Oriente: esa escena con ella encima, él debajo, y la almohada con la que ella parece querer matarlo, quizá llevarlo a ese éxtasis supremo del orgasmo a las puertas de la muerte provocada por la asfixia… Lástima que el conjunto no sea todo igual. Estamos, entonces, ante una hermosa, aunque desequilibrada película, cuya primera parte no casa, en su tono y en su altura, con la segunda. Los actores de Ang, como es norma, excelentes, desde el habitual Tony Leung Chiu Wai (cómo olvidarlo en la espléndida Deseando amar, aquí en un personaje tan diferente) hasta la histórica Joan Chen (memorable en El último emperador) e incluso la debutante Tang Wei, nueva en esta plaza pero notable en su complejo personaje, una mujer escindida entre la obligación de luchar por su patria y el deseo que la consume y que la conduce en sentido diametralmente contrario.
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