Los sucesos de la vida real son, a qué dudarlo, una interesante fuente de temas para películas. Es el caso: El gran robo pone en escena, con la misma meticulosidad de la que en su momento hicieron gala los delincuentes, el famoso robo al tren postal entre Glasgow y Londres, un golpe dado el 8 de agosto de 1963 por un grupo reclutado por los hampones Ronnie Biggs y Bruce Reynolds, en el que se apropiaron de 2,6 millones de libras, aunque fueron capturados días después.
Sobre ese suceso verídico, el director inglés Peter Yates rodó su tercera película; sus títulos anteriores no habían alcanzado relevancia, aunque sí estaría en la grabación como realizador de algunas series televisivas importantes de la época, como El santo. Con El gran robo consiguió una película de buen ritmo, intrigante, una apreciable tarjeta de presentación para marchar a Estados Unidos al año siguiente, donde, con su primera película en suelo yanqui (casi toda su carrera la desarrolló ya después allí), Bullitt (1968), llamó poderosamente la atención, en lo que fue un percutante thriller con Steve McQueen y una vertiginosa persecución en coche por las calles de San Francisco.
Aunque El gran robo narra el asalto al tren postal de Glasgow a Londres, los productores, para evitar problemas legales, hicieron que los personajes ostentaran nombres distintos a los de los verdaderos protagonistas del delito.
El film comienza espléndidamente, en una elegante, pero también intrigante escena con los títulos de crédito sobreimpresionados sobre la imagen de un tren, mientras la banda sonora, de tonos jazzísticos, evoca los sonidos del ferrocarril: la locomotora, los silbidos, el movimiento de las ruedas... Prosigue a la misma altura con una secuencia sin diálogos, solo imagen y música, una escena también muy potente, esencial para el posterior desarrollo de los hechos. Una posterior brillante persecución en coche nos recordará que Yates fue el autor material de la ya referida de Bullitt, que durante años se reputó como la mejor en su género. La preparación del golpe se va haciendo meticulosamente, y la escena del asalto al tren también está bien resuelta.
Sin embargo, tras la huida de los ladrones y su refugio en el escondite previamente previsto, el tono del film baja apreciablemente: no se explica, ni bien ni mal, los motivos por los que Scotland Yard se puso sobre la pista de los malhechores, salvo una escena en la que el factor humano tiene un peso muy importante, pero que en definitiva parece que no fue relevante para ello. A partir de entonces la Policía parece actuar bajo las órdenes de un jefe omnisciente, y eso, evidentemente, rebaja la credibilidad y el interés de la película, que además en este último tramo fantasea (sin mejorarla) la realidad de cómo fueron aprehendidos estos atracadores casi perfectos, porque la mayor parte del botín jamás se recuperó, aunque todos ellos fueron, antes o después, detenidos y encarcelados.
Así las cosas, queda un apañado relato de intriga, un thriller bien armado y urdido, aunque en su segunda parte baje en su interés y no tenga el mismo nivel. A destacar la hermosa música de jazz de Johnny Keating. En la interpretación brilla el protagonista, el muy loseyano (ambos trabajaron juntos en cuatro ocasiones) Stanley Baker, que además se implicó en el proyecto hasta el punto de coproducir la película; entre los atracadores destaca Barry Foster, inolvidable violador y asesino en el hitchcockiano Frenesí (1972).
(18-03-2020)
110'