Julio Diamante recurrió al texto de Kafka para formular una versión propia de la obra homónima y presentarlo como ejercicio escolar en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC). Elegidos los fragmentos más representativos junto a los que aportaran solidez a la estructura narrativa, la película se organiza en diversas partes (la detención, el abogado, el juicio, etc.) y, obviamente, en distintos espacios, donde alternan agobiantes interiores, tan lúgubres en sus elementos como absurdos en sus ambientes, con otros, más luminosos y diáfanos, aunque no por ello menos agobiantes y perturbadores. El juego de luces en contrastado blanco y negro, el fúnebre decorado tanto en, por ejemplo, el ataúd sobre el que descansa el abogado como en el estudio donde los pintores se ejercitan, sirven para componer un ambiente cuya lógica tiene tanto valor como la ley y donde el absurdo gana la partida al derecho sin poder explicarse cómo.
El personaje de Joseph K fue interpretado por el pintor Max Braun y, en papeles de reparto, aparecen Saura (además de ayudante de dirección) y el propio Diamante interpretando al cura que bendice al condenado poco antes de que la faca del verdugo rebane el cuello del infeliz, plano que, acertadamente, el director evita presentar mediante la inserción de un oportuno toque humorístico.
Parecería que el autor del cortometraje intuía su próxima detención y encarcelamiento por su vinculación al Partido Comunista así como que el Instituto de Cine clausuraría por cuatro años su expediente académico.
Este título fue proyectado en las famosas e históricas Conversaciones Cinematográficas de Salamanca, en 1955, como lo demuestra el comentario publicado al efecto por Joaquín de Prada en el programa de las mismas.
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