Cine y religión no se llevan demasiado bien. Hay algunas obras maestras sobre el tema (véanse El Séptimo Sello, Ordet/La palabra o El Evangelio según San Mateo), pero en general el cine no ha sabido hacer arte con la religión, como sí lo han hecho otras disciplinas artísticas; no debe ser un problema de que el cine es, mal que les pese a algunos, un arte narrativo, porque la literatura también lo es, y no hace falta recordar ejemplos evidentes, de La Biblia al Corán, pasando por los Vedas o tantos textos poéticos de una belleza, una hondura mareante, como los versos de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz.
Pero la mixtura cine/religión tiende, con frecuencia, a la mitificación, a la hagiografía, cuando no directamente al proselitismo, a la búsqueda de la conversión del otro. Y cuando el cine se convierte en propaganda, ya no es cine. Puede ser publicidad, pero no cine.
Algo de esto ocurre con esta Encontrarás dragones (por cierto, bellísimo título, muy superior a su contenido), que no es sino un filme producido por gente próxima al Opus Dei, en lo que podría ser una especie de contraataque hacia las películas que, en estos últimos años, han puesto en solfa la obra de la Obra (si me permiten el retruécano, tan adecuado en este caso): véanse los casos de El código Da Vinci, en clave aventurero-fantasiosa, o Camino, de forma más dramática.
Se nos cuenta los años de juventud de José María Escrivá de Balaguer, primero en su Barbastro natal y después en Madrid y otras ciudades de España, y su amistad, y posterior enfrentamiento, con un amigo que tomará un camino quizá radicalmente opuesto al del cura: este amigo, hombre de fuerte ideología derechista, se infiltrará entre los anarquistas como espía, enamorándose de una de las milicianas, sin ser correspondido por ella, lo que provocará una tragedia sin nombre y arruinará el resto de su vida. La historia, entonces, es la de una dualidad, una feroz divergencia que (a qué dudarlo: no es un spoiler, se ve venir a la legua) termina con reconciliación.
Es curioso que sea Roland Joffé, izquierdista, agnóstico, hombre de escasa relación con la religión, quien haya sido el encargado de llevar a la pantalla esta historia que busca, sobre todo, ensalzar las virtudes del Padre (así llamado por sus seguidores de la Obra). Dicen las crónicas que Joffé, el autor de La misión o The killing fields, se involucró plenamente en el proyecto, pero a la vista de la manifiesta desgana que transmite toda la historia, esto no es sino (también) propaganda. Joffé dirige con el piloto automático puesto, y en ningún momento los personajes tienen perfiles de carne y hueso, no son creíbles, resultan roles artificiales, por más que sepamos que existió José María Escrivá y el contexto histórico en el que se movió.
Joffé sólo parece animarse en las escenas bélicas, en las que, es verdad, su talento brilla: y es que la Guerra Civil Española, en cine, siempre ha parecido una guerra de pistolitas de agua, cuando fue una contienda atroz, que Joffé sabe recrear con verismo. Pero el resto del metraje no tiene, ni de lejos, esa altura, empantanado el director y guionista en poner una escena una historia en la que (es evidente) no cree. Si hasta tira de la iluminación como recurso para dar la presencia de Dios, un truco que debe ser de la época de Méliès…
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