(El lector interesado en la obra de Woody Allen puede consultar también en Criticalia los siguientes artículos: Auge y declive de su alteza Woody Allen, Los “alter ego” de Woody y El cine de Woody Allen según sus mujeres).
Parece evidente que, al margen de cuestiones de edad (Woody Allen ha cumplido ya, cuando se escriben estas líneas, los 87 años), el cineasta neoyorquino por excelencia (con permiso de Martin Scorsese...) está llegando, si no ha llegado ya, al final de su carrera. De hecho, en entrevistas que ha concedido ha dejado entrever que esta Golpe de suerte puede haber sido su última película, coincidiendo con el redondo número de 50 largometrajes dirigidos por él desde el primero de ellos, Toma el dinero y corre, rodado allá en la Prehistoria, en 1969.
Hay varios factores que conspiran en esa sensación de fin de carrera, como las crecientes dificultades para encontrar financiación para sus películas, que han hecho que el lapso de espera entre su anterior film y este haya sido de tres años, en vez del año habitual, siendo necesario incluso que, por primera vez en su filmografía, el coproductor mayoritario haya sido extranjero (francés, para mayores señas), lo que ha dado lugar a unos títulos de créditos en la lengua de Molière, pero con el mismo tipo de letra y fuente de siempre, una de sus señas de identidad; también las reticencias que viene encontrando desde hace algunos años por el tema del supuesto abuso hacia su hijo cuando éste era menor, denunciado por Mia Farrow a raíz de la separación (de facto, puesto que no estaban casados) de ambos, lo que se ha acrecentado con el fuerte ascenso del fenómeno #MeToo.
Pero hay un tercer factor, o así nos lo parece, que abona la sensación de que el cine de Allen ha llegado a su fin, y no es otro (aunque a los woodyanos irredentos, que los hay a mansalva, les parecerá una blasfemia) que el hecho de que, en nuestra opinión, la creatividad, la capacidad para sorprender, el talento del que fuera indiscutible maestro de películas como Manhattan, La rosa púrpura de El Cairo, Zelig o Blue Jasmine, por solo citar cuatro films extraordinarios, ha dado paso, desde hace ya bastantes años, a un cineasta con destellos de interés, generalmente agradable de ver, pero también casi siempre poco memorable.
Golpe de suerte se ambienta en París (ya sabemos que Woody, en los últimos años, ha localizado sus historias con frecuencia en Europa, donde es bastante más apreciado que en su país: Barcelona, Roma, Londres, Costa Azul, San Sebastián, han sido algunas de sus localizaciones de los últimos tres lustros...), en nuestros días. Conocemos a Fanny, una joven treintañera que trabaja en una casa de subastas, casada con Jean, cincuentón que se dedica, en sus propias palabras, “a hacer ganar dinero a otros”, por medios no necesariamente legales... Fanny se encuentra por la calle a Alain, antiguo compañero de la universidad, que siempre estuvo enamorado de ella aunque nunca se lo llegó a decir. Quedan para comer, y una cosa lleva a la otra, terminando ambos de amantes. Jean termina oliéndose la “tostá” y, tras contratar a un detective, confirma que su mujer lo engaña con Alain. Jean tiene amigos de Centroeuropa poco recomendables que ya anteriormente le resolvieron taxativamente un problema con un socio, desaparecido en extrañas circunstancias, lo que ha alimentado algunos rumores difusos en su entorno. Esos amigos de Jean se “encargan” de Alain; Fanny, tras su desaparición sin dejar huella, queda desolada...
El problema de Golpe de suerte es que es una película que podría haber hecho cualquier otro cineasta; no es un mal film, aunque sí bastante previsible y con una recurrencia extraordinaria al azar, en especial en un final literalmente increíble, que el cineasta intenta maquillar citando varias veces a lo largo del metraje de la película el pequeño o gran milagro que significa que cada uno de nosotros estemos aquí, una entre 400 millones de probabilidades, número aproximado de espermatozoides que llegan a los ovarios en una eyaculación. Pues en esa infinitesimal probabilidad se escuda Woody para proponernos carambolas improbables y un final literalmente imposible, que hace trizas el concepto de “deus ex machina” o “efecto Séptimo de Caballería”; solo lo hubiera mejorado (o sea, empeorado...) una abducción alienígena, que por cierto también se comenta en algún momento del film...
Pero es que además la historia es bastante tópica e incluso diríamos antigua, otra de cuernos, qué cosa más “vintage”, que el cornudo resuelve por vía expeditiva, no ya por conceptos decimonónicos como el honor y otras zarandajas, sino por el más prosaico de quitarse de encima a un ventajoso competidor que le estaba escamoteando su “trofeo”, como dice Fanny que siente ser para su marido.
Contada con desgana, como si fuera con el piloto automático, las emociones no vienen por lo que vemos en pantalla, sino por lo que dicen los personajes que supuestamente sienten. El súbito enamoramiento de ella del escritor nos lo creemos porque ella lo dice, pero desde luego no porque lo demuestre, dos amantes de escasa pasión. ¿Puede ser que Woody, a su edad, ya no tenga fuerzas para insuflar cierto vigor a su nueva película? No es que el cine de Allen haya sido nunca vertiginoso, pero sí ha tenido generalmente más “chicha” que este, por lo demás, agradable film, bien contado y entretenido, pero que nos parece no hace honor a un cineasta que, en especial durante los años setenta, ochenta y noventa, alcanzó cimas difícilmente igualables.
No será el mejor testamento fílmico posible, si finalmente es, como parece, la última película de Allen. Tampoco será raro: recuérdense algunos casos sonados, como Visconti, con la endeble El inocente, o Hitchcock, con la entonces poco valorada Family Plot (aunque el paso del tiempo ha jugado a su favor...), sendos testamentos cinematográficos que no estuvieron a la altura de las carreras de estos grandes del llamado Séptimo Arte. Pero no se preocupen: los woodyanos de guardia, que son legión, volverán a encumbrar esta medianía como la obra maestra que (siempre en nuestra opinión...) no es.
Allen nunca ha sido buen director de actores y actrices, y con la edad la cosa se acentúa: todos hacen lo que pueden con sus personajes, que con frecuencia son meros estereotipos, como el del marido cornudo, o sin nada detrás, como la amante que descubrió el amor como quien se encuentra un euro en el suelo, uy, qué bien. A ambos intérpretes, Melvil Poupaud y Lou de Laâge, los hemos visto en papeles mucho más interesantes. La que más nos ha gustado, la que parece un personaje más real, quizá sea la veterana Valérie Lemercier, que encarna el rol de madre de la pánfila enamorada y que, a la postre, será la que resolverá, como una Miss Marple de andar por casa y con acento franchute, el caso criminal en torno a su hija.
Como será la cosa que hasta el exquisito Vittorio Storaro, grande entre los grandes en su oficio, habitual operador de los últimos títulos woodyanos, nos ofrece una fotografía más bien vulgar, correcta pero sin nada reseñable.
(03-10-2023)
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