Pelicula:

Mel Gibson tiene mala prensa, y ciertamente la tiene bien ganada: de ideología ultraconservadora, con serios problemas con el alcohol, homófobo, maltratador… no se puede decir que sea una de esas personas con las que uno se iría de cañas. Pero, como pasa tantas veces, gente que nos parece lamentable en su vida personal, tiene después una faceta artística que nos interesa, nos llega, a veces incluso nos fascina. Sin llegar a tanto, parece claro que el Mel Gibson director y productor es bastante distinto al que presta su jeta para interpretar películas que, en general, tienen poco interés desde un punto de vista cinematográfico.

Y es que como productor, a través de su productora, Icon, Gibson nos ha sorprendido con filmes que nadie diría impulsados, gestionados, arropados, financiados por alguien que tiene una fama execrable. Películas como Hamlet. El honor de la venganza (1990), de Franco Zeffirelli, El hombre sin rostro (1993), del propio Gibson como director, Un marido ideal (1999), de Oliver Parker, sobre la exquisita, alada comedia de Oscar Wilde, o El viaje de Felicia (1999), de Atom Egoyan, evidencian que los intereses como productor y director de Mel no son precisamente los del facha intolerante que aparenta ser.

Hasta el último hombre confirma esta impresión. De entrada pudiera parecer otra “patriotada” al estilo de la que nos tiene acostumbrados de vez en cuando el Gibson actor, al estilo de El patriota (2000) o Cuando éramos soldados (2002), pero, lejos de ese patriotismo de pandereta y gónadas masculinas, resulta que la película nos cuenta, y con notable sensibilidad, la vida y obra de Desmond Doss, el primer objetor de conciencia del Ejército de los Estados Unidos, un hombre que tenía tan interiorizado su rechazo a cualquier tipo de violencia que se alistó para intervenir en la Segunda Guerra Mundial, pero con la firme convicción de no tocar un arma en ningún momento, y servir como médico de combate. Así las cosas, en una institución no acostumbrada a este tipo de planteamientos vitales, el soldado Doss se vio abocado a graves represalias vitales, aunque finalmente pudo superarlas y su actuación en la batalla de Okinawa fue de tal heroísmo, sin tocar un fusil, que fue condecorado con la Medalla al Honor por el presidente Truman.

Así las cosas, Hasta el último hombre tiene un valor especial por venir de quien viene; se trata entonces de un filme eminentemente pacifista, aunque Gibson lleve a la pantalla en los últimos tres cuartos de hora lo que no puede llamarse de otra forma que una carnicería, la que por lo demás fue, según las crónicas, la batalla de Okinawa entre los aliados y los japoneses, una matanza sin nombre que, desde luego, actualmente no se puede hacer en cine de otra forma que como la hace Gibson, bebiendo en las mismas fuentes del atroz, descarnado verismo que impuso como canon Steven Spielberg en la seminal (a efectos de tratamiento bélico) Salvar al soldado Ryan (1998). Confieso que esa parte me interesa menos, acostumbrados (quizá acorchados ya, qué lástima…) a esas masacres inmisericordes que nos recuerdan hasta qué punto el ser humano tiene una ilimitada capacidad para producir sufrimiento, dolor y muerte a sus semejantes.

Más me interesa el proceso de convicción del joven que supo enrocarse en sus creencias, y, sobre todo, la dura tarea, ajena al fanatismo, de resistir, contra viento y marea, todo tipo de presiones para que desistiera de su postura (ay, no empuñar un arma contra sus congéneres, salvar a todo trance lo que otros lesionan, amputan, destrozan): familia, compañeros, amigos, superiores, incluso la mujer amada. Esa resistencia numantina, pero que nunca parece sectaria, está dada con una mesura desconocida por un joven actor, Andrew Garfield, al que no conocíamos tanta sensibilidad, tanta sutileza en la interpretación; y es que el rol protagonista de The Amazing Spider-Man (2012) no daba, precisamente, muchas facilidades para demostrar su valía como actor… Junto a él descuella la espléndida Teresa Palmer, tan hermosa como buena actriz, una de las estrellas emergentes de su generación, aparte de veteranos tan extraordinarios como Hugo Weaving, capaz de ser drag en Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (1994), pérfido agente secreto en Matrix (1998), rey elfo en la saga de El Señor de los Anillos (2001-2002), o padre alcoholizado y maltratador en este filme, y hacerlo todo con absoluta, pasmosa credibilidad.



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139'

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Hasta el último hombre - by , Mar 02, 2017
3 / 5 stars
Cría fama…