Pelicula:

Esta película se proyecta en la sección Revoluciones Permanentes, dentro del Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’20).

La animación cinematográfica hace muchos años que dejó de ser (afortunadamente...) territorio exclusivo del cine infantil. Desde hace ya mucho hay una corriente que aboga, y con cuánta razón, por un cine de animación adulto. En esa línea, el pintor y artista plástico polaco Mariusz Wilczynski (Lodz, 1960), tras una etapa en la que se formó en el dibujo animado a través de videoclips musicales, afronta una nueva fase en la que comienza a hacer cortos con un peculiarísimo look, con un trazo muy infantil pero una temática muy adulta. Ha hecho tres cortometrajes de estas características antes de afrontar este su primer largo, aunque realmente lleva en este empeño desde 2006.

La historia parte de los recuerdos infantiles del propio Mariusz en su natal Lodz, si bien hemos de decir que ello se cuenta en la gacetilla del film, pero no en la propia película. Asistimos entonces, caóticamente, como ocurre en los sueños, a varias escenas de los recuerdos de Mariusz, o quizá cómo los recuerda él. No hay una línea narrativa clara, sino que asistimos a una serie de escenas que se van concatenando unas con otras, desde la del hombre que visita a su anciana madre en lo que parece un hospital hasta la tarde de verano que un hombre y su hijo pequeño pasan en una playa, entre otras muchas.

Lo cierto es que, si se asiste a la película de Wilczynski en una sala de cine, sería conveniente que el precio de la entrada incluyera (como en esos “packs” que se venden de entrada más palomitas y refresco) una cápsula de Prozac, el famoso antidepresivo, más que nada para evitar que el público se tire por la ventana al acabar la proyección... Porque ciertamente la película del artista polaco tiene interés, pero también una temática deprimente al máximo. Se ve que la infancia de Mariusz debió ser cualquier cosa menos feliz... Claro que su infancia transcurrió en la cetrina Polinia de la era comunista (vamos, la de ahora de los ultramontanos del partido PiS de los gemelos Kacynski –uno de los cuales, el difunto Lech, lo debe tener Dios en su gloria — tampoco es que sea como para tirar cohetes...), y eso debe marcar para los restos... Esas fábricas horribles con enormes chimeneas permanentemente arrojando columnas de negro humo; esos cuerpos feísimos, o viejísimos, o ambas cosas a la vez; esos peces que se convierten en pequeños seres humanos que comprar en el mercado... Mariusz está claro que opta por el feísmo como estilo, con evidentes influencias de varios “ismos”, desde el surrealismo al dadaísmo, sin olvidarnos de la huella de Kafka, también obviamente presente. Con un dibujo muy sencillo, casi siempre sin color, salvo algunas excepciones contadas, un dibujo que aparenta ser garabateado, sin mucha intención antropomórfica, la película de Wilczynski transcurre en escenas en las que se huye premeditadamente de las tres dimensiones, donde no existe profundidad de campo y, de hecho, se busca omitir absolutamente la perspectiva cónica y plantear toda la historia en un dibujo dual, de dos dimensiones, que conviene sin duda al aspecto como de pesadilla que recorre todo el film.

Realismo sucio, entonces, en un mundo industrial que recuerda épocas pretéritas, con un tipo de dibujo que a ratos recuerda los de Andrés Rábago, más conocido por sus seudónimos Ops y El Roto. Cuerpos viejos, estragados por la edad, en un universo en el que no hay lugar para la belleza, solo para la tristeza, un mundo feo, gris, lleno de odio, de violencia y agresividad contra niños, adultos y animales, en una mirada hosca hacia un mundo huraño.

El director demuestra una rara capacidad visual, para transformar cosas, objetos y personas en otras cosas, para imaginar escenas surrealistas, como la de los peces que sacan sus cabezas asomando por el techo de una habitación. A veces incluso se permite escenas de cierta felicidad, como la del hombre en la playa haciendo el crucigrama mientras su hijo de corta edad se baña en el mar, pero incluso en esa escena hay un desasosiego perfectamente perceptible, una sensación de zozobra inexplicable.

Experiencia alucinada y deprimente, en un cine que no busca en absoluto el regocijo ni el aplauso del público medio, a la vez realista y surrealista, Kill it and leave the town es ciertamente otro tipo de cine, muy distinto, un tipo de cine que, sin ser la intención de su autor, hay que encuadrar necesariamente en el género de terror, porque eso es lo que, finalmente, infunde en el público, aun sin querer.

Las voces originales incluyen las de algunas famosas personalidades del cine polaco, desde el director Andrzej Wajda, antes de morir, hasta los históricos actores Krystyna Janda y Daniel Olbrychski, ambos muy vinculados al autor de La tierra de la gran promesa.

(14-11-2020)
 


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88'

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Kill it and leave this town - by , Nov 14, 2020
2 / 5 stars
Una cápsula de Prozac, por favor...