Tras el estrepitoso éxito comercial de Por un puñado de dólares (1964) (en Italia, principal país coproductor, fue vista por más de 15 millones de espectadores, y en España sería la película con mayor recaudación durante varios años), la segunda película de lo que con el tiempo se conocería como la Trilogía del Dólar sería esta La muerte tenía un precio que, sin embargo, lejos de ser una película seguidista y que buscara simplemente reeditar el éxito anterior copiando el mismo esquema, se reputa como una obra más estilizada, mejor guionizada y dirigida que la primera, una película que confirmaría que lo del primer capítulo no solo no fue el sonido de la flauta del burro, sino que Sergio Leone había encontrado su propia voz y, además, había abierto un feraz venero, el euro-western, del que podían beber otros cineastas. El que ese venero, sin embargo, fuera hollado por gente generalmente sin talento y con exclusivas miras comerciales, no empece el valor del empeño y la calidad del envite.
El film plantea en principio un esquema de western clásico, pero con maneras diferentes. En el Lejano Oeste americano (rodado para la ocasión en las españolas provincias de Almería y Granada, aunque también parte en localizaciones en los alrededores de Madrid, y con rodaje en interiores en Cinecittà, en Roma), el bandido conocido como el Indio consigue escapar de la cárcel en la que está recluido y, con su banda de despiadados atracadores, planea robar el Banco del Paso; dos bragados cazarrecompensas, un hombre llamado Manco (aunque no le falte ningún brazo...) y el coronel Mortimer, llegan al acuerdo de capturar o matar entre ambos al Indio y a sus secuaces; en el caso del militar, hay también una motivación de venganza, al haber violado el bandido a su hermana tiempo atrás...
Se advierte en La muerte tenía un precio un tono más elegante que en el previo Por un puñado de dólares. Leone consigue una historia más coherente, más solvente, sin perder el tono un punto hipnótico que tenía la primera, si bien es cierto que aquí se pierde la cualidad casi esotérica que parecía nimbar al protagonista, sustituido en este caso por su prodigiosa puntería, compartida con el coprotagonista, pero también con el peligroso antagonista, con lo que la lucha entre los tres irá más por los caminos de la inteligencia que de la rapidez al desenfundar el arma.
La música de Ennio Morricone, bellísima e inolvidable, es buena parte del éxito de una película que sin los temas del gran músico italiano no tendría ni la mitad de la fuerza que tiene. Clint Eastwood repite el personaje que le haría famoso en la Trilogía del Dólar, si bien aquí, como hemos apuntado, pierde el halo de mágico misterio del primer capítulo, ganando en humanidad y (quién lo diría) en vulnerabilidad. Lee Van Cleef es perfecto para el personaje del militar de alta graduación obsesionado con la venganza, casi un Ahab en tierra firme. Gian María Volontè, por su parte, compone un asesino vesánico, inteligente, taimado, sin escrúpulo alguno, un mal bicho que, claro está, no podrá ganar (todavía en los años sesenta los malos no lo hacían nunca...). Massimo Dallamano, el operador, saca un extraordinario partido a los paisajes almerienses, en especial al desierto de Tabernas.
(15-12-2019)
132'