Aunque en principio pudiera parecer que David Cronenberg no era el director ideal para llevar a la pantalla la quinta novela publicada por Stephen King, La zona muerta, la visión del filme evidencia que el cineasta supo llevar a su terreno la historia del hombre señalado por el destino para, tras un accidente, despertar con poderes de precognición que no desea. Cronenberg hace de la novela su particular lectura, y, sin traicionar el sentido del original literario, del que se hace una versión bastante fidedigna, consigue escribir con su propia caligrafía sobre los temas que tanto le interesan: el deterioro físico, pero sobre todo moral, el desmoronamiento interior, son, también, asuntos sobre los que trata la película, como ya había hecho en su anterior filmografía, desde Scanners a Videodrome, pasando por Vinieron de dentro de... o Cromosoma 3; no digamos de su obra posterior a ésta, filmes como La mosca, Inseparables, M. Butterfly o Crash; ello, por supuesto, además de los temas propiamente aportados por el texto kingiano: la fatalidad del destino, el amor desairado por sucesos incontrolables, la capacidad de hacer el bien con poderes sobrenaturales, la dura carga de soportar algo tan pesado como la facultad de ver el futuro de los demás, el complejo de culpa por ser visto como un monstruo por las personas "normales".
Pero finalmente el tema fundamental aportado por King, y conducido solventemente por Cronenberg, es la plausibilidad, incluso el derecho a intentar modificar el futuro cuando éste se presenta meridianamente negro. Se lo pregunta Smith a su médico, el Dr. Weizak, un afectado por la Segunda Guerra Mundial: ¿mataría a Hitler si pudiera viajar en el tiempo, con lo que sabe que hizo el dirigente nazi? El médico hace lo que parece una versión libre del juramento hipocrático: “mi vocación es salvar vidas, me gusta ayudar a las personas, las quiero, así que, sí, mataría a ese hijo de puta”, viene a decir, venciendo las últimas dudas morales de Smith con respecto a lo que sabe que tiene que hacer, acabar con Stillson, político corrupto y demagogo que habría de llegar a la Casa Blanca y desde allí desencadenar un holocausto nuclear. Ése es, pues, el tema último de la película, aunque, como hemos visto, no el único.
Es más, se diría que no es el asunto que más interesa a Cronenberg, sino más bien la ruina que se produce en la vida tranquila y sin sobresaltos de este joven profesor con novieta virgen porque "hay cosas por las que merece la pena esperar", cuando un sino malhadado le roba, en primer lugar cinco años de su vida, después su único amor, más tarde la vida de su madre y, encima de todo, le carga con un peso que no desea llevar, un estigma que servirá para hacer el bien en algunos casos, aunque para otros sea una maldición, pero que progresivamente irá comiéndose, literalmente, lo que le resta de vida, hasta abocarlo a una decisión heroica: o matar al futuro genocida o vivir con la certeza de que el mundo tiene sus días contados y él, que lo sabe, no ha hecho nada para evitarlo.
Toda la película, pero sobre todo las primeras secuencias, están impregnadas de una sensación de fatalismo, desde la tarea que encarga el profesor Smith a sus alumnos ("os gustará, trata de un profesor perseguido por un demonio sin cabeza"), de alguna forma una hermosa pero tétrica metáfora de lo que a él mismo está a punto de sucederle, hasta la extraña sensación que le invade cuando circula a toda velocidad, con su novia, en la montaña rusa, una especie de premonición no sustanciada.
A este fatalismo que ya no se separará de todo el filme no es ajena tampoco la lírica pero decididamente melancólica partitura compuesta por Michael Kamen, una banda sonora inquietante sin estridencias, misteriosa y bella, así como la fotografía de Mark Irwin, que se recrea en los níveos paisajes de la ficticia Castle Rock y de otras ciudades (ficticias o no) de Nueva Inglaterra, un universo blanco apenas cortado por la sangre de la escena final, cuando se desencadena la tragedia que venía presagiándose durante toda la película.
La zona muerta es una notable obra, plenamente autoral de Cronenberg, que no traiciona en ningún momento el sentido de su carrera, tan interesante siempre, y al mismo tiempo plenamente kingiana, por existir evidentes puntos de intersección entre las obsesiones del director y del autor de la novela, sin por ello perder homogeneidad temática. Cinematográficamente hablando es formidable, espléndidamente realizada por un cineasta que ya empezaba a ser considerado como lo que es, uno de los más fascinantes y personales autores de las últimas décadas.
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