Los aristócratas del crimen

Sam Peckinpah es un nombre fundamental en el cine norteamericano de los años sesenta y setenta, décadas en las que consiguió rodar un buen puñado de títulos de gran valía, generalmente emparentados con (cuando no plenamente incursos en) el western: fueron sus años de gloria, con films como Duelo en la Alta Sierra (1962), Mayor Dundee (1965), Grupo salvaje (1969), La balada de Cable Hogue (1970) y Pat Garrett y Billy the Kid (1973); también hizo cine aparte del western, también con acierto, como lo demuestran títulos como Perros de paja (1971), La huida (1972) y Quiero la cabeza de Alfredo García (1974). Pero es cierto que su cine alcanzaba sus mejores momentos en los espacios abiertos del Oeste, un género que se prestaba mucho a su visión desalentada, crepuscular, sobre el ser humano y sus conflictos vitales.

De esta forma, cuando tenía que afrontar otros géneros, como el thriller, Peckinpah se notaba más inseguro, quizá menos interesado en lo que nos contaba. Fue el caso de la bélica La cruz de hierro (1977) o su canto del cisne, el desvaído thriller de espionaje Clave: Omega (1983). También lo fue en este Los aristócratas del crimen, una alambicada historia basada en la novela The killer elite de Robert Rostand (seudónimo de Robert Syd Hopkins), rodada después de la citada Quiero la cabeza... pero decayendo claramente en interés con respecto a sus anteriores películas.

Se nos cuenta en el film la historia de dos agentes de la CIA (la “élite asesina” a la que se refiere el título original) enfrentados por mor de las órdenes superiores. Confusa en muchos momentos, tiene algunas escenas interesantes, pero el conjunto naufraga espectacularmente, en un producto que apenas parece de Peckinpah y en lo que cabría suponer se trata de un producto meramente alimenticio.

Al frente del reparto aparecen dos duros de Hollywood, un James Caan que estaba entonces en la cresta de la ola, tras haber intervenido en la mítica El padrino, y antes de que su difícil carácter lo apeara de la primera línea de Hollywood, y el gran Robert Duvall, un actor espléndido que, sin embargo, no ha tenido la suerte que merecía su inmenso talento.