Pelicula:

Carlos Vermut (nacido Carlos López del Rey; Madrid, 1980) irrumpió como un huracán en el panorama cinematográfico español a mediados de la pasada década de los años diez con su espléndida Magical girl (2014), que se llevó premios prácticamente en todos lados (Goya, Feroz, Forqué, CEC, ASECAN, Fotogramas de Plata, incluso la Concha de Oro en San Sebastián), confirmando que su debut en el largometraje, su anterior Diamond Flash (2011), que con modestia presupuestaria interesó mucho, no era el sonido de la flauta del burro. Posteriormente, Quién te cantará (2018), que quizá bajó un peldaño sobre la excelencia de Magical..., ratificó que la voz de Vermut era una de las más fascinantes de la nueva hornada de cineastas españoles surgidos en este siglo XXI.

La acción se desarrolla en su mayor parte en Madrid, hace unos años, antes de la pandemia. Conocemos a Julián, un chico como de treinta años, un programador de vídeojuegos que está preparando el nuevo proyecto de la empresa para la que trabaja, el prototipo de un monstruo que será el protagonista del juego La bestia. Vive en un piso antiguo del Madrid profundo. Un día ve por el patio de su bloque que la vivienda de su mismo rellano está ardiendo; consigue abrir la puerta y rescatar a Cristian, un niño como de 8 años que estaba atrapado. Llegan los bomberos, el SAMUR, la Policía Local... poco después la madre, que se deshace en agradecimientos lógicamente hacia el salvador de su hijo. Sin embargo, pronto sabremos que Julián esconde un horrible secreto: desde siempre ha sentido una atracción sexual hacia los niños, aunque se ha resistido y nunca la ha llevado a efecto. Sería lo que se conoce como un pedófilo (que siente esa atracción), pero no un pederasta (que además de sentirla, la ejecuta con niños o adolescentes). Parece evidente que el pequeño Cristian le excita, pero decidido a no incurrir en la abominación del abuso sexual, perfila en su ordenador, con los “software” de última generación que utiliza para su trabajo de programador de videojuego, una imagen virtual del chico y con ella se desahoga en la soledad de su casa. Poco después conoce en una pequeña fiesta de la empresa a un chica catalana, Diana, con la que hace buenas migas. La muchacha cuida de su padre, postrado en cama por un ictus. Pronto Julián y Diana parecen acercarse no solo amistosamente. Para él quizá sea la forma de acabar con su escondida obsesión...

El cine de Vermut es, ciertamente, el cine del signo, o del símbolo, o de otras figuras de la comunicación: alegorías, símiles, metáforas; todas sus películas, meticulosamente cinceladas hasta el último detalle, juegan con varios subtextos, con signos o tropos que evidencian historias subterráneas que acabarán por salir a la luz. La importancia de esas figuras que sustituyen a las que realmente se quiere representar ya comienza desde la primera escena, en la que veremos, a través de la realidad virtual, el esqueleto del monstruo que está ejecutando Julián, con sus herramientas digitales, ese monstruo que pronto sabremos es él, o cree ser él, ese monstruo que mantiene encerrado bajo siete llaves, pero que en cualquier momento, con la más mínima tentación, pugna por aflorar al exterior. No será, ni mucho menos, el único signo o símbolo que aparecerá en la película: así, Julián, en su banal conversación con el pequeño Cristian tras salvarlo, mientras esperan a la madre, le dice que él, de niño, quería ser un tigre, figura que, a la postre, se convertirá en el catalizador del desenlace, la tragedia del protagonista, pero también quizá su única salvación.

Hay, claro está, toda una reflexión sobre realidad e irrealidad, pero también sobre monstruos, reales o ficticios. Con un tema tan vidrioso, Vermut busca un acercamiento hacia una de las figuras (con toda razón) más execradas de la civilización moderna, la del pedófilo, en especial cuando se convierte en pederasta, cuando pasa de la teoría a la práctica; el cineasta, tan osadamente, propone a un pedófilo como protagonista, para que el espectador, en el inevitable proceso de identificación (espectador = protagonista, la ecuación del cine desde, al menos, Méliès), tenga que ver lo que ocurre a través de sus ojos. Además, Vermut se aleja de la tópica figura del pervertido: Julián es un tipo normal, o que desearía ser normal, zarandeado sin embargo por un deseo que le cuesta la misma vida controlar.

Es también interesante la reflexión que implícitamente hace Vermut sobre el hecho real y el hecho virtual, tan de nuestro tiempo, y mucho más de los años venideros: si Julián tiene sexo con la figura digital de Cristian, ¿es ello delito, al margen de las consideraciones morales que lógicamente pudieran desprenderse? Pero quizá lo más estimable de la película sea el proceso de búsqueda de redención que el protagonista emprenderá cuando conoce a Diana y siente que, por fin, él podría ser un hombre normal, con una relación felizmente convencional, olvidar para siempre su lado oscuro, ese monstruo que anida en su interior y con el que lucha cada día para mantenerlo bajo siete llaves. Cuando ese proceso se desmorone en todos los frentes (laboral, sentimental, psicológico), Julián se sentirá vencido y dejará escapar a la bestia: solo la visión de (de nuevo...) una figura, él mismo ingenuamente convertido en una suerte de mantícora (figura mitológica con cabeza de ser huano y cuerpo y cola de animal), le detendrá y le abocará a la única solución posible.

Con un final estremecedor, en el que dos seres devastados por la vida se consolarán mutuamente en la mejor, quizá la única forma en la que se sienten bien, tan alejada de los estándares que manejamos cotidianamente, Mantícora supone una obra con frecuencia turbadora, narrada austeramente por uno de los cineastas españoles más exquisitos y estilosos, pero a la vez también más sobrios. Su recurrencia al signo, a las alegorías, a las metáforas, a las elipsis, nunca son gratuitas, nunca son ornamentales: están ahí porque tienen que estar; en el cine de Vermut no hay planos de trámite, todo en él significa algo, quiere decir algo.

Cine, desde luego, para espectadores activos, y por supuesto con mente abierta, está trufado de referencias cultistas que tampoco son, por supuesto, accidentales: así, la película que Julián y Diana, todavía por separado, ven en la Filmoteca, resulta ser la curiosísima, tan rara, El planeta salvaje (1973), de René Laloux, con dibujos de Topor, una película donde monstruos y niños constituyen su esencia. El propio proceso de conocimiento de Cristian por parte de Julián recuerda también poderosamente la novela de Heinrich Von Kleist La marquesa de O (llevada al cine, por cierto, por Éric Rohmer), en la que el salvador de la dama resultará ser a la postre, también, su violador. Habrá incluso una escena en la que Diana habla de cómo para ella crecer de golpe fue ver, de niña, un vídeo porno escondido con la carátula del Videodrome de David Cronenberg

Obra distinta, perturbadora, sobre los monstruos de varia laya que podrían anidar en cualquiera de nosotros, resulta tan incómoda que remueve al más pintado, además con recursos puramente cinematográficos y siempre alejados de esa explicitud tan de nuestro tiempo: aquí todo es sobreentendido, todo es subterráneo, casi nada es evidente.

Buen trabajo del protagonista, Nacho Sánchez, en su complicado papel, al que hemos visto y apreciado en films como Diecisiete y El arte de volver, un actor de físico peculiar que aquí tiene que trabajar hacia adentro, consciente de que su personaje esconde bajo un manto de silencio un secreto que le corroe. Muy bien también Zoe Stein, su partenaire, muy natural,  muy ajustada a su personaje.

(17-12-2022)


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115'

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Mantícora - by , Dec 17, 2022
3 / 5 stars
El monstruo que no quería serlo