Como era de esperar, el tema de los zombies está evolucionando a marchas forzadas. Ya pasó la época en la que eran exclusivamente bestias sedientas e inhumanas, muertos vueltos a la vida con la aviesa intención de zamparse de forma bastante grosera a sus congéneres aún vivitos y coleando, y, ya de paso, contagiarles su virus y convertirlos a su vez en difuntos vivientes con hábitos gastronómicos más que cuestionables. Esa era la primera lectura del tema, en un subgénero del cine de terror cuyo comienzo se puede datar en La noche de los muertos vivientes (1968), el mítico clásico de George A. Romero; de esa guisa permaneció durante varias décadas, pero a partir del siglo XXI se está observando una interesante evolución (además de una inusitada explosión del subgénero; véase el éxito extraordinario de la serie The walking dead, o en cine el de Guerra Mundial Z), en la que vamos observando como aquellas bestias irredentas empiezan a dar evidentes signos de vida inteligente. Ahora ya se han visto casos como Memorias de un zombie adolescente (2013) y la serie televisiva iZombie, que ya plantean abiertamente muertos vivientes con capacidad intelectual y posibilidad de intereactuar (no necesariamente comiéndoselos…) con los que fueron sus semejantes.
Melanie. The girl with all the gifts va en esa interesante línea. De entrada, su planteamiento llama poderosamente la atención; estamos en un extraño centro de internamiento, donde varios niños son tratados como apestados por los soldados que los custodian. Los niños, que después sabremos son zombies de segunda generación (infectados en el vientre de sus madres), tienen inteligencia y en ese centro están siendo estudiados por la escasa resistencia que queda en el mundo humano a la plaga de los muertos vivientes; los científicos buscan una vacuna, un remedio contra la epidemia. Entre los niños destaca una chica de diez años, de portentosa inteligencia, que trenza lazos de amistad, casi maternofiliales, con una de las profesoras…
La película está trufada de temas que evocan los mitos de la Grecia clásica. Así, se compara la plaga con la caja de Pandora, cuya apertura permitió la dispersión por el mundo de males sin fin. También la alusión a Prometeo no será en absoluto ociosa, y finalmente el mito del fuego también aparecerá, en este caso de forma literal, no metafórico, en una hermosa alegoría. De hecho, el filme parte de la novela homónima de M.R. Carey, que a su vez procede de una historia corta del mismo autor, titulada reveladoramente Ifigenia en Áulide, la tragedia de Eurípides sobre el sacrificio de la persona en beneficio de la comunidad.
Todo ello está perfectamente ensamblado en una historia que, por supuesto, como toda película de zombies, tiene generosas dosis de acción y sus correspondientes muertos vivientes airados y hambrientos de carne hermana, pero en la que late una preocupación por la especie humana, por su supervivencia (o no), además de varios dilemas morales a cuál más interesante, también de raigambre helenística.
Así que, ¿quién da más? Entretenimiento que, encima de todo, se viste con los hermosos ropajes de los mitos más ancestrales del ser humano, aquellos que nacieron en la vieja Hélade de Homero y de Sófocles, de Píndaro y de Herodoto.
Colm McCarthy, el director, es un escocés que se ha fogueado en numerosas series televisivas de la BBC y otras cadenas británicas, con prestigiosos títulos como Los Tudor o Doctor Who. Tiene buena mano para la puesta en escena, narra con fluidez, sin apenas baches, y tiene capacidad para sorprender y para empatizar con el público. Es cierto que ha contado con una buena materia prima, la novela de M.R. Carey que el propio escritor se ha encargado de guionizar (haciéndolo muy bien, por cierto), y cuya moraleja, en esta distopía finalmente no demasiado humanista, no deja de ser desazonadora.
Entre los intérpretes me quedo con una Glenn Close que, como siempre, está espléndida, pero también con la jovencísima Sennia Nanua, que debuta en el largometraje con este filme, aunque quién lo diría…
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