La novela Little Women (en España, Mujercitas) fue publicada por Louisa May Alcott, escritora de Massachusetts, en 1868. Fue recibida calurosamente y se convirtió pronto en un clásico de literatura fundamentalmente femenina. En contra de lo habitual en aquella época en ese tipo de literatura, aunque mantenía en general los criterios habituales de compostura y rigidez que se estilaban para las féminas, uno de los personajes, la protagonista Jo, se caracterizaba por una rebeldía poco frecuente, lo que parece evidenciar que las mujeres de la época deseaban mayores cuotas de libertad de las que gozaban, que era más bien ninguna.
De la novela se han hecho numerosas versiones: para cine, según la IMDb, han sido siete películas (hasta la fecha en la que se escriben estas líneas, se entiende), siendo la primera la datada en 1917, en pleno cine mudo, y la más famosa la que dirigió Mervyn LeRoy en 1949, también con el título de Mujercitas, que, imbuida del espíritu de la época, reflejaba una rebeldía del personaje de Jo más bien “sotto voce”. En 1994 la australiana Gilliam Armstrong hizo la versión más popular de estos últimos tiempos, con Winona Ryder. Además de las siete versiones para pantalla grande, la pantalla pequeña ha versionado en numerosas ocasiones el clásico de Alcott, en todos los formatos posibles, desde miniseries sintéticas a dilatadas series, pasando por TV-movies y telefilms de toda laya.
Greta Gerwig, la directora y guionista de la prestigiosa Lady Bird (2017), afronta el reto de hacer una versión del clásico por antonomasia de la literatura femenina del siglo XIX, pero vista con los valores del siglo XXI. La película no se aparta demasiado de la peripecia argumental del original literario. Conoceremos así a las cuatro hermanas March: Amy, Meg, Jo y Beth, a su madre, Marmee, y al amigo rico de las niñas, al que llaman Laurie; también a otros personajes secundarios, como el abuelo de Laurie, John Brooks, que terminaría casando con Meg, y la tía March, rica y viuda. Asistiremos entonces a la vida y eventos de las cuatro chicas, con convulsos tiempos como los de la Guerra de Secesión, en la que la familia se alineó sin fisuras con el Norte. Las aventuras y desventuras de las hermanas, con sus riñas internas, sus enamoramientos a veces cruzados, sus incipientes aficiones, el desamparo económico cuando el padre se alistó en el ejército, y otros acontecimientos de todo tipo, constituirán el meollo de la película.
Gerwig, como queda dicho, ha optado con buen criterio por, manteniendo en general la estructura argumental de la novela, actualizar su mensaje, que en sus manos se convierte en un discurso nítidamente feminista, bien que dentro de una sociedad, la de la década de los sesenta del siglo XIX, que no podía estar más lejos de tal ideología. Gerwig, entonces, acentúa el carácter rebelde del personaje de Jo, convirtiéndolo casi en un estandarte de las ideas más progresistas de la época, rebelándose contra el papel monográfico adjudicado por la sociedad del momento a la mujer: hija, esposa, madre, y punto. Nada más. Gerwig construye su guion jugando con los tiempos narrativos, de tal manera que va alternando momentos posteriores con anteriores, utilizando con habilidad el flashback como un elemento que hace avanzar la acción y, a la vez, nos da información sobre el pasado de las cuatro chicas y los personajes que se mueven a su alrededor. Con buen criterio, la directora y guionista ha procurado que esa narrativa con saltos temporales sea de fácil seguimiento para el público medio, que hoy día no está precisamente muy familiarizado con nada que no sea la más convencional narrativa cronológica estándar.
El acentuamiento en el carácter rebelde, y por ello marcadamente feminista, en el personaje de Jo, tiene su culmen en el ambiguo final, muy inteligente, que permitirá al espectador activo decidir qué ha ocurrido realmente en el mismo, y qué es literatura y qué es realidad en lo que supuestamente ocurrió en la ficción a la que asistimos.
Con buen pulso, aunque como casi siempre en el cine moderno, con un cuarto de hora de más, esta Mujercitas del siglo XXI es una muy digna y plausible actualización del clásico, un “aggiornamento” razonable sobre una historia que, ciertamente, tiene mucho de inmortal: el crecimiento y la formación de las cuatro adolescentes, sus incipientes escarceos amorosos con los varones que las rondan, sus sueños de futuro y cómo estos podrán cumplirse o, en la mayoría de los casos, apagarse tras una vida al uso, son algunos de los valores universales de esta novela que, sin duda, se adelantó a su tiempo, convirtiendo a Louisa May Alcott en un referente de las escritoras de su siglo, quizá a la altura sociológica (que no literaria, en la que la norteamericana era claramente inferior) de una Jane Austen, de unas hermanas Brontë, de una George Sand, de una Mary Shelley.
Buen trabajo interpretativo, en especial de Saoirse Ronan, que, ya con 3 nominaciones a los Oscar cuando tiene 25 años, tenemos escrito que lleva camino de ser la nueva Meryl Streep, quien por cierto aparece también en un papel secundario, en una composición que recuerda poderosamente a la aristócrata que interpretaba Maggie Smith en la serie y la película Dowton Abbey. También la joven Florence Pugh nos parece estupenda, pero no tanto Emma Watson, la inolvidable Hermione Granger de la saga Harry Potter, aquí sin embargo un tanto cohibida. De los varones nos quedamos como casi siempre con Timothée Chalamet, el más talentoso de la generación de actores jóvenes, ya con una nominación al Oscar con 24 años y con una envidiable filmografía en la que ha trabajado para buena parte de los directores más interesantes de nuestro tiempo.
(28-12-2019)
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