Pelicula:

CRITICALIA CLÁSICOS
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Casi sin darme cuenta, buscando un dato, caí en la cuenta de que dos grandes mitos femeninos del cine, Greta Garbo y Marilyn Monroe, se habían retirado, inesperadamente, a la misma edad de treinta y seis años. Pero la divina Garbo lo hizo en la cumbre de su carrera, aclamada, y de forma voluntaria para recluirse en un lujoso apartamento neoyorkino cerca de Central Park, donde acumulaba obras de Renoir, Kandisky o Monet. En cambio la pobre Marilyn se retiró mortalmente, debido a una dosis de barbitúricos, al clan de los Kennedy, a maniobras de la mafia... o vaya usted a saber. Pero, una y otra, por caminos muy dispares, pasaron al olimpo del séptimo arte.

Nacida en Estocolmo en 1905, Greta Lovisa Gustafsson destacó muy pronto en Suecia, y ya en 1925 fue contratada por la Metro y se trasladó a Hollywood, nacionalizándose estadounidense y viviendo allí hasta su muerte en 1990. Con abundante filmografía, primero en cintas mudas y luego con el sonoro, su rostro perfecto y marmóreo, su expresión seria, le llevaron a ser apodada "La esfinge", o "La mujer que no ríe". Pero esa fama y esos apodos cambiarían cuando en 1939, bajo la mano maestra de Ernst Lubitsch, rodó esta Ninotchka  que nos ocupa.

Para entonces ya tenía éxitos como La reina Cristina de Suecia, Ana Karenina o Margarita Gautier, y tres nominaciones de la Academia. Cuando Lubitsch y su guionista Billy Wilder le proponen el film, Greta duda y no se atreve a cambiar su estilo dramático. Así surge el eslogan "Greta Garbo ríe en Ninotchka", sobre un cartel con el rostro divertido y sonriente de la diva sueca. Y así rueda su penúltima cinta, completándose su carrera un año después al filmar La mujer de las dos caras, nada menos que con la dirección de George Cukor.

Se ha dicho que Ninotchka, entre bromas y tono de comedia, plantea un dilema muy serio: elegir entre una ideología o el placer de disfrutar de la vida. Y lo hace en tono y forma de farsa, exagerada y grotesca, sin desdeñar la burla. Es verdad que en ese momento los grandes estudios de Hollywood, como Paramount, Universal, o en este caso la Metro Goldwyn Mayer, tenían una actitud hostil e incluso una consigna de ridiculizar a la Unión Soviética, cosa que cambiaría en los años siguientes con la guerra, y la alianza (ma non troppo) entre EE.UU. y la URSS, con perspectivas muy diferentes al terminar el conflicto y dar paso a la Guerra Fría.

Pero hay un dato importante: una buena parte del equipo de la película, entre actores, técnicos, guionistas o productores, son de origen judío, y vienen de huir desde Europa a causa del nazismo, como Lubitsch, como Wilder, o como Otto Preminger, que no participó aquí. Y otro guionista como Charles Brackett (luego indispensable para Billy Wilder) decía irónicamente que él sólo era un simple neoyorkino, ni alemán ni judío, y votante del Partido Republicano...

La cinta nos cuenta la llegada a París de tres comisarios soviéticos que vienen con el encargo de vender el collar y las joyas de una gran duquesa exiliada. Los bolcheviques se vuelven locos al ver el lujo del hotel, los muebles, las camareras, el poder fumar buenos cigarros, beber champán, pedir platos exquisitos... y empiezan a dudar de la maldad del capitalismo. La gran duquesa también está allí, y encarga al mujeriego conde D’Algou (un estupendo Melvyn Douglas) que impida esa venta y recurra a la policía gala. Al empantanarse la operación el gobierno soviético manda  como refuerzo a Nina Ivanovna Yakushova, Ninotchka, una férrea e incorruptible comunista, para poner orden.

El conde, la duquesa, los soviets de a pie, la comisaria... todos entran en un juego sublime de diálogos mordaces, alusiones chispeantes, situaciones chistosas, sombreros absurdos, puertas que se abren y cierran, encuentros buscados o temidos, en un carrusel de altísimo nivel, que justifica la fama de lo que se llamó "el toque Lubitsch". Naturalmente el conde donjuán entra en contacto con Ninotchka, que primero se resiste pero termina rindiéndose al amor y a los pecaminosos placeres capitalistas. Hay una escena clave, en un modesto restaurante, entre dimes y diretes la estricta rusa rompe a reír, con una risa desbordante e inacabable, y se rompe de manera definitiva la barrera entre los -ahora- enamorados. Pero veremos aún líos burocráticos, pactos secretos con la duquesa, la reaparición de los tres camaradas iniciales (que se niegan a volver a Moscú), la vuelta a la convivencia entre unos y otros... y un final feliz, normal en una "comedia romántica"... que tuvo un notable remake en 1957, con La bella de Moscú, de Rouben Mamoulian, y que interpretó la estupenda Cyd Charisse.

Aunque el director todavía rodaría seis largos más (hasta su muerte en 1947), ya no volvió a trabajar con la Garbo, y sólo una cinta suya podría superar a ésta que hemos glosado: la irresistible obra maestra Ser o no ser, de 1942, otra parodia política con la Polonia invadida por los nazis y una compañía de teatro como fondo. Y como Fernando Trueba, al recoger su Óscar en 1993 por Belle Époque, dijo aquella boutade de que él no creía en Dios, pero sí en Billy Wilder, en buena lógica tendría que creer también en Lubitsch, por aquello de "de tal palo, tal astilla". Pero cuando tuvo más gracia Trueba fue cuando dijo (aludiendo jocosamente a su bizquera) que él por un ojo veía Tele Cinco y por el otro Antena Tres...


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110'

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Ninotchka - by , May 11, 2023
4 / 5 stars
Greta, la risueña...