Pues parece evidente que Santiago Segura, que a avispado no le gana nadie, ha encontrado un nuevo filón, una vez agostado hasta las heces (a veces las frases hechas no pueden ser más adecuadas…) el universo casposo, guarro y desvergonzado de la saga en torno a José Luis Torrente, el agente de la ley (o así…) más asqueroso que haya aparecido alguna vez en pantalla (y eso que el teniente Colombo ya se lo había puesto difícil…). Pues Segura, una vez que vio que el filón torrentiano daba las boqueadas, tanteó el terreno de los remakes de comedia con Sin rodeos (2017), que no fue mal pero tampoco fue el exitazo que se esperaba. Pero dentro de esa veta de las nuevas versiones Santiago encontró pronto un nuevo y feraz venero, el de las pelis “con niños” (sí, en plural, muchos niños y todos muy salados…) con Padre no hay mas que uno (2019), remake de la argentina Mamá se fue de viaje (2017), y en ese año prepandemia se convirtió en la peli española más taquillera, con casi 14 millones de euros de recaudación. Visto lo visto, reincidió al año siguiente con Padre no hay más que uno 2. La llegada de la suegra (2020), que a pesar de ser estrenada en el primer verano de la pandemia, volvió a reeditar el número uno de taquilla de un producto español y se fue a más de 11 millones de recaudación.
Así las cosas, Segura lo tiene claro, al menos mientras dure la ubre de los niños (dicho así suena regular, pero creo que se entiende…). Tanto es así que para las Navidades de 2021 preparó otra peli con críos, ahora con historia distinta, y de ahí salió A todo tren. Destino Asturias (2021), que de nuevo dio en la diana comercial y congregó tantos espectadores que la taquilla se fue por encima de los 8 millones.
Así que en verano Segura ha institucionalizado la cita anual con la línea del “padre” y en diciembre lo hará con la correspondiente al “tren”, salvo que alguno se tuerza o descarrile, que vendría al pelo en la segunda… Pero lo cierto es que no es oro todo lo que reluce, y como suele suceder en estos casos, las primeras entregas, que fueron más o menos agradables, cuando se empieza a estirar el tema y los personajes, comienzan las reiteraciones, la sensación de “déjà vu”, la impresión de que los guionistas (el propio Segura y su habitual colibretista Marta González de Vega) están ya en la fase de “a ver qué nos inventamos para echarnos unas risas, llevárnoslo calentito y vámonos que nos vamos…”.
La historia se ambienta en diciembre, con las Navidades ya en el horizonte; por un lado, el padre, Javier, está cansado de que se le haya metido en la casa Ocho, que así se llama el novio medio carajote (o carajote entero…) de su hija mayor, la adolescente Sara, y le da vueltas a como echarlo sin enfadar a su vástago. Por otro lado, Javier habla a sus hijos menores de su ilusión por colocar, cuando llegue la Nochebuena, un Niño Jesús en el belén familiar, una venerable escultura que le fue legada por su padre, que a su vez la heredó de su abuelo. Pero los niños, esos trastos, rompen sin querer el valioso Jesusito, y entonces todos ellos tendrán que conjurarse para conseguir uno igual para que su padre, sin que se entere del desaguisado, pueda cumplir su rito anual de colocar la figurilla en el pesebre…
Como suele suceder en estos casos, aquí se ha tendido a buscar tres o cuatro líneas argumentales paralelas, de mayor o menor enjundia: la de la búsqueda por parte de los niños de fondos para reponer el Niño Jesús, la de la ruptura de Sara con Ocho y el subsiguiente entusiasmo de la chica por un rapero que hace realidad aquello de “bueno me hará quien detrás de mí vendrá”, y la de Agustín, padre de Marisa, la mujer de Javier y madre de la patulea de niños, al que su esposa lo ha dejado por otro veinte años más joven, lo que le produce una depresión que su consuegra, Milagros, intentará vencer con intenciones más bien libidinosas. Pero lo cierto es que poco hay de nuevo en este tercer segmento que, dadas las excelentes recaudaciones que está teniendo, está claro que tendrá continuidad con, al menos, una cuarta parte, como ya se anuncia al final de los créditos de la peli.
Poco novedoso hay: alguna broma a cuenta del analfabetismo digital del padre (lo de “trapero” en vez de rapero tiene cierta gracia, y el rap virginal que compone para que su “yerno” Ocho se lo cante a su churri, a la sazón su hija Sara, también tiene su conque), algún giro de guion que no se ve venir, y poco más. Tampoco es que Segura se haya herniado en la dirección, que no puede ser más plana y funcional, incluso acartonada, que no es lo mejor para una comedia supuestamente ligera.
El conjunto funciona en tanto que da lo que se le pide, una hora y media de entretenimiento más o menos blanco con media docena de niños haciendo sus gracietas y los adultos intentando sobrevivir a las ocurrencias de estos resalaos, en una comedia que recuerda por varios motivos a aquella deliciosa La gran familia (1962), que tendría una continuación, La familia y uno más (1965), e incluso, casi dos décadas después, un estrambote en tono más dramático, La familia, bien, gracias (1979). Aquí, como entonces, estamos ante una familia numerosa (ahora son 6, que son ya una barbaridad para los tiempos que corren, sin ser del Opus…; entonces, en los años sesenta, queremos recordar que eran algo así como 15 hijos, casi un batallón…), con una serie de peripecias que buscan presentar cierta cotidianidad de los clanes superpoblados, y hasta tenemos una escena en claro homenaje a la primera de aquellas viejas y buenas pelis, producida por Pedro Masó y dirigida por Fernando Palacios y Rafael J. Salvia, cuando el abuelo Agustín, angustiado (perdón, no he podido evitarlo…) por la posibilidad de perder a alguno de los nietos, grita en plena Plaza Mayor aquello de ¡Chencho!, como su homólogo Pepe Isbert en la famosa escena de aquella deliciosa película.
El conjunto es resultón pero, nos tememos, insuficiente, aunque parece que cubrirá más que holgadamente las muchas expectativas comerciales que en el film se han depositado. Estará bien, sobre todo para insuflar renovados bríos a un cine español que en este 2022 va de capa caída total y necesita un chute de euros en vena. Por lo demás, no parece que esta tercera entrega, más allá de llenar de ceros la cuenta corriente de su avispado director, guionista, protagonista y productor, tenga más recorrido.
Los actores y actrices cumplen con corrección; a alguno de los intérpretes, como Tony Acosta, lo vemos con su personaje (la madre de la media docena de mocosos) más que interiorizado. Los niños, resalaos, como hemos comentado, aunque es verdad que los parlamentos que ponen en sus bocas, con cierta frecuencia, les dan un aire un tanto redicho.
(21-07-2022)
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