Pau Durà (Alcoi, 1972) es un actor alicantino (generalmente en papeles secundarios: recientemente lo hemos visto, por ejemplo, en las series Ana Tramel y Heridas) que desde hace algunos años lleva adelante también una incipiente carrera como guionista y director. Comenzó a dirigir en 2009, primero con cortometrajes, para saltar al largo de ficción con Formentera Lady (2018), seguida después por Toscana (2022); ambos fueron sendos fiascos comerciales, y tampoco contaron con demasiado aprecio por parte de la crítica ni obtuvieron premios de relieve, a pesar de lo cual Durà ha conseguido (y nos parece estupendo, por supuesto) financiación para este nuevo proyecto, que se reputa quizá el más ambicioso hasta ahora de sus films, en este caso además en coproducción con Rumanía.
Sus películas como director reflejan generalmente a hombres de perfiles peculiares, sometidos a situaciones que les superan, y cómo afrontan esas situaciones. Decimos bien, hombres, varones, porque sus pelis por ahora tienen pocos personajes femeninos, y de poco peso. Otra de las características de sus films es contar generalmente con actores de renombre, como el veterano y estupendísimo José Sacristán en Formentera... o aquí, en Pájaros, Javier Gutiérrez y Luis Zahera, dos de los grandes popes del cine nacional de nuestro tiempo.
La historia se inicia en nuestros días en un barrio típico de la ciudad de Valencia, Cabanyal. Allí conocemos al que todos llaman Colombo, como el popular teniente de Policía televisivo que encarnara Peter Falk; es un vivalavirgen, empleado por turnos en un garaje, donde siempre llega tarde, para desesperación de sus compañeros; está en trámites de divorcio (a requerimiento de ella, aunque él se resiste), teniendo un niño como de 12 años al que desatiende aunque lo quiere más que nada en el mundo; es un trápala, miente más que parpadea, trapichea con marihuana y es menos fiable que un tornillo de cartón. En el garaje conoce a Mario, un cincuentón (como él) que parece tener un plomazo dado, y que, afectado por algún tipo de dolencia, no es capaz de conducir su coche; Mario le propone a Colombo que lo lleve a Cataluña, a ver grullas, le pagará bien; lo de la buena remuneración hace milagros y el tarambana acepta... Pero el viaje al Principat no se quedará ahí, porque las grullas (o lo que sea...) han, literalmente, volado...
Pájaros es una película que cae irremediablemente bien: dos varones, cincuentones, muy distintos, uno un cabeza hueca, el otro con la cabeza (y, sobre todo, el corazón) lleno de dolores, físicos y espirituales. Uno ve la ocasión de sacarse unos cientos de euros y con ello intentar volver a dar esquinazo al divorcio que pende sobre él como una espada de Damocles, y también a seguir sobreviviendo en esa vida sin norte ni rumbo que es su existencia; el otro, con algún que otro esqueleto en el armario, y una pena en el alma que lo corroe, buscará en ese viaje la redención a sus culpas, aunque el socio que se ha echado para ello no sea precisamente el más adecuado.
Pero Pájaros, tan interesante en su planteamiento como duelo no violento de dos caracteres tan dispares, de dos formas de vida tan diferentes, renquea por varios puntos: uno sería el guion, armado por el propio Durà, que comparte tarea con Ana M. Peiró, que debuta en tal labor. El libreto que entre ambos han elaborado parece buscar, aparte de ser considerada una “road movie” de libro (con el extraño prestigio que tiene la fórmula, con independencia de si la peli es buena o mala...), hacerlo visitando tantos países que parece que estamos ante una libérrima versión siglo XXI, en tono dramático, de aquella vieja y estupenda comedia Si hoy es martes, esto es Bélgica (1969). Aquí podrían decir “Si hoy es miércoles, esto es Hungría”, porque los dos compañeros a la fuerza se pasean en su destartalado vehículo 4x4 por Cataluña, como queda dicho, pero también por Francia, Italia, Eslovenia, Hungría y Rumanía, países en los que irán encontrando un poco de todo, como en botica: Colombo una italiana con la que liga y se ponen “moraos”, tanto en Francia como en Italia; en Eslovenia se topan con unos policías francamente receptivos al tema del “untamiento” (y no precisamente de cremitas...); en Hungría con una celebración de judíos con su “kipá” y todo; y en Rumanía con unos guardias de frontera hinchas del Barça; por cierto, esta última es, a nuestro juicio, la mejor escena de la peli, una escena tragicómica, con esos dos uniformados haciendo bromas en su idioma, sin enterarnos de casi de nada, sobre el Real Madrid y el Barcelona, con nuestro papafrita Colombo poniendo cara de circunstancias porque lleva escondidos en el maletero un fugado de la justicia y un cargamento de “maría”.
Otro de los problemas de Pájaros es su falta de tensión narrativa; los hechos se van sucediendo, vemos a los dos cincuentones en su viaje, ligando con italianas o untando eslovenos, pero todo aquello que se nos cuenta nos viene importando más o menos lo que una higa: nada. El cine moderno requiere de cierta intensidad, que aquí solo aparece en el último tramo del film, ya en Rumanía, cuando las cartas se ponen sobre la mesa y la relación del buscavidas y el estragado por su conciencia entra en fase de franca amistad, como ese Pont de l’Amitié sobre el río Sarre que se menciona -por supuesto con toda la intención del mundo- cuando comparten la trasera de una camioneta con una familia de inmigrantes.
¿Quiere todo ello decir que Pájaros es un film fallido? No diríamos tal: tiene una historia interesante, la de dos náufragos de sí mismos que no saben que lo son (al menos el cabeza de chorlito...), y cómo la convivencia de ambos durante varias jornadas y las vicisitudes que habrán de atravesar van moldeando una relación en principio entre absolutos opuestos, para llegar a una síntesis en la que el mentecato se propondrá, de verás, centrarse en su vida, y el alma en pena encontrará la paz (quizá la del camposanto...) que buscaba. Una historia que podría haber sido mejor si los guionistas y, fundamentalmente el director, hubieran sabido contárnosla con más fuelle, con menos tendencia a esta especie de vacuo tour europeo que se gastan los dos protagonistas, con sus paisajes que enteramente parecen promocionados por las oficinas locales de turismo de los lugares visitados y filmados.
Un último problema que vemos en Pájaros, y no menor, radica en los actores protagonistas: por supuesto, ambos son excelentes; Javier Gutiérrez borda (otra vez) su personaje, un pájaro (este sí...) de cuenta, uno de estos tipos que va por la vida como a trompicones, según le llega, intentando siempre maniobrar en el último momento para que no le salpiquen sus propias marrullerías; Gutiérrez es muy bueno, especialmente en este tipo de roles que, por decirlo a la manera que nos enseñó Aquí no hay quien viva, creen que “escrúpulos” es un archipiélago griego. Sin embargo, en el caso de Zahera, un extraordinario actor que en la madurez ha explotado como el intérprete español más interesante de los últimos diez años (inolvidables sus actuaciones en, por ejemplo, El reino, As bestas o la serie Vivir sin permiso), nos parece un error de casting: y no es que el gran Luis no se esfuerce en “ser” Mario, que lo intenta denodadamente... pero, a veces, un actor no da un papel, y en esos casos da igual lo que hagas, porque no te lo creerás: es el caso; Zahera hace un ímprobo esfuerzo por meterse en la piel de este hombre azotado por su propia conciencia, pero “vemos” la actuación, no “es” el personaje, como tantas veces ha hecho, y tan bien, en títulos como los citados y otros. Así las cosas, de vez en cuando, sin querer, le sale inesperadamente el Zahera auténtico, y entonces reconocemos al Ferro de Vivir sin permiso o al Ezequiel de Entrevías, y ya nos saca de la historia... Qué lástima, porque Zahera es bueno como él solo...
(10-04-2024)
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