Jacques Audiard es sobre todo conocido por sus “polars”, sus películas de cine negro a la francesa, siempre muy peculiares, alejadas del canon que establecieron en los años cincuenta y sesenta gente como Duvivier, Clouzot, Melville o Becker. En esa línea le recordamos títulos muy atractivos, como Lee mis labios (2003), De latir mi corazón se ha parado (2005) y Un profeta (2009). Pero Audiard es ecléctico, lo que tanto le agradecemos, y es capaz de hacer otro(s) cine(s). Así, le apreciamos en su primer gran éxito, Un héroe muy discreto (1996), dramedia sobre la impostura heroica, pero también en De óxido y hueso (2012), extraño melodrama romántico, y no digamos en Los hermanos Sisters (2018), peculiarísimo neowéstern.
Así que tampoco era tan raro que afrontara aquí un nuevo reto, el de hacer una dramedia romántica, o sexual, o ambas cosas. La trama se desarrolla en nuestro tiempo, en ese distrito 13 de París del título, situado en la margen izquierda del Sena y de antigua tradición obrera, aunque ahora su población es en buena parte de origen asiático y también ha sufrido los embates de cierta gentrificación. En ese ambiente conoceremos la historia de tres personas: Émilie, de origen chino aunque ya nacida en Francia, que se desempeña en un “call-center” vendiendo paquetes audiovisuales; alquila una habitación de su vivienda, en principio a una chica, pero hace una excepción con Camille, profesor de instituto que se ha tomado un año sabático para opositar; ambos terminan por tener una relación sexual sin compromiso, aunque parece que ella quisiera llegar más allá... Por otro lado, Nora, a sus 33 años, llega desde Burdeos para retomar su carrera de Derecho, que aparcó para desempeñarse como agente inmobiliaria en su tierra. Allí choca con el ambiente cosmopolita y esnob de los estudiantes, diez o quince años más joven que ella, mucho más desprejuiciados que ella, mucho más imbéciles que ella (aunque la joven, como periférica, pase por “cateta” en ese ambiente...). Víctima de una crudelísima burla al ser confundida con la “stripteuse” de un chat porno, Nora abandona La Sorbona y se coloca en una agencia inmobiliaria que regenta... Camille, que necesita ganar algo de dinero mientras oposita...
Ciertamente el cine romántico ha cambiado, y de qué forma: esta historia solo veinte años atrás hubiera sido más bien impensable de ver en pantalla. Los personajes disocian perfectamente sexo y amor, aunque ambos elementos, que la tradición judeocristiana empareja inequívocamente, pudieran también darse de consuno (de hecho, se darán, sin caer en “spoilers”...). Audiard, que empezó como guionista, crea aquí una delicada filigrana con las relaciones de este triángulo isósceles que se convertirá, insospechadamente, en cuadrilátero (sin reminiscencias boxísticas, se entiende, aunque algún puñetazo hay...). La chica asiática, enamorada sin querer reconocerlo, se lanzará a suplir esa falta de amor con aventuras sexuales en la fórmula “aquí-te-pillo-aquí-te-mato” que propician las populares “apps” de ligues; el descreído profesor, que dice lo que piensa (aunque con frecuencia no piensa lo que dice...), cree haber encontrado el amor de su vida, aunque esta, Nora, realmente, esté en otra onda y descubra la razón de existir a través de una pantalla de ordenador: el amor en los tiempos de Skype...
Sentimientos cruzados, entonces, también sexo cruzado, en una obra madura, serena, adulta, llena de matices de buen director; gusta la audacia de filmar mayoritariamente en blanco y negro, un precioso blanco y negro con Paul Guilhaume a los mandos, uno de los nuevos valores de la dirección de fotografía gala, un blanco y negro que extrae una belleza etérea de los rectilíneos paisajes urbanos del “quartier” parisino donde está filmada la película, inspirada en la tira cómica Les intrus de André Tomine, sobre el que Jacques Audiard ha escrito un primoroso guion con la colaboración, entre otros, de Céline Sciamma, la memorable directora de la espléndida Retrato de una mujer en llamas.
Cine sobre sentimientos, pero también sobre sexo sin más, quizá cabría reprochar a Audiard que la película termine aparentemente con finales felices (ya que son varias las personas en danza...), pero no nos parece ello un hándicap sino más bien una apuesta, un posicionamiento en positivo sobre estos tiempos procelosos en los que los valores tradicionales se tambalean en tanto llegan unos nuevos, seguramente distintos, pero necesarios para nuevas generaciones que habrán de regirse por sus propias normas, por su propia escala de prioridades.
Buen trabajo actoral general, con desempeño adecuado del trío protagonista, Noémie Merlant, Makita Samba y Lucie Zhang, creíbles y convincentes en sus roles.
(05-11-2021)
105'