Esta película está disponible en el catálogo de Filmin, Plataforma de Vídeo bajo Demanda (VoD).
La película se inicia con un letrero que sitúa geográfica y temporalmente la acción: Oregon, 1851. A partir de ahí, sobre una pantalla en negro, escuchamos en off la admonición de los que se identifican como los hermanos Sisters, que dicen ir en nombre del Comodoro y reclaman la entrega de un tal Blount, con lo que el resto podrá salvar la vida; tras unos instantes de silencio, vemos sobre el fondo negro los fogonazos de una serie de disparos, con su característico y estridente ruido. Esa primera escena ya marca el tono que Jacques Audiard ha querido imprimir a este western atípico, un western en el que, como en este plano primero, están todos los elementos típicos del viejo género por excelencia, pero de tal forma dados que suponen el envés de las películas de Oeste: así, los tiroteos siempre son o bien a oscuras, o premeditadamente filmados de forma caótica, que realmente debe ser la sensación que se siente cuando se está metido en una refriega, en una balacera así, sin orden ni concierto; las relaciones entre los personajes principales no se resuelven a tiros, como es norma en el western clásico (incluso en el espagueti-western), sino mediante diálogos; hay una mayoritaria intencionalidad de abandonar la vida airada del pistolero en las dos parejas de protagonistas masculinos, uno anhelando un idílico hogar, tal vez en brazos de una quizá imaginaria mujer amada (ese chal rojo que actúa como fetiche, como amuleto que evoca otra vida posible), otros buscando la sociedad perfecta, justa, igualitaria, democrática, una suerte de Arcadia feliz donde todo sería ideal.
Sin embargo, siendo un western que juega con las claves y constantes del género para hacer otra cosa distinta, la historia no peca en absoluto de intelectualizante (la mención hecha a Thoreau al principio por parte del personaje de Gyllenhaal pareciera ir en ese sentido, aunque pronto veremos que no es así), como hubiera cabido esperar cuando se pretenden subvertir las reglas establecidas en décadas de fecundo desarrollo del cine del Oeste, sino que se convierte en un relato ameno, en el que los giros del guion están sobradamente justificados, en el que la relación entre los personajes les permitirá una evolución inesperada en cada uno de ellos, en el que los guionistas (el propio Audiard y Thomas Bidegain, que ha firmado para él varios libretos, y ambos sobre la novela de Peter DeWitt) nunca avanzan por caminos previsibles sino que, con buen criterio, buscan nuevas sendas sin por ello retorcer el sentido natural de las cosas, la coherencia de la historia.
Espléndidamente filmada por el director de fotografía Benoît Debie, que juega con la habitual paleta de colores del western (el ocre de la tierra árida, el verde de las zonas boscosas, el marrón de los caballos) pero confiriéndole un sutil sentido distinto; con una sobrecogedora partitura del maestro Alexandre Desplat, una de las mejores de su carrera, y eso es decir mucho en el autor de bellísimos “scores” como los de La joven de la perla, El escritor, El velo pintado, La noche más oscura o La forma del agua; con unos hermosos diálogos en los que no sobra una palabra, la película de Audiard lo confirma como uno de los cineastas más interesantes del momento; films suyos anteriores como Un héroe muy discreto (1996), De latir, mi corazón se ha parado (2005), Un profeta (2009) y De óxido y hueso (2012) ya nos lo presentaron como un cineasta ecléctico, con capacidad para rodar cualquier tipo de cine, y hacerlo con personalidad propia, insuflándole su muy especial impronta, la de un cineasta inteligente y valiente, porque, usando una terminología un tanto machista, pero que viene al pelo, hay que tenerlos cuadrados para emprender la aventura de hacer un western que subvierte las claves del género sin dejar de serlo, y hacerlo en una coproducción mayoritariamente europea, con localizaciones en Europa (entre ellas en tierras españolas de Navarra, Aragón y Andalucía).
Gran trabajo actoral, en el que, además del siempre estupendo Joaquin Phoenix, brilla sobre todo un extraordinario John C. Reilly, cuyo personaje tiene matices francamente excepcionales, con valores (su complicidad con los animales, su amor fraterno a ultranza, su capacidad para discernir el bien del mal aun siendo un asesino a sueldo, su idealizado sueño de ser alguien normal) escasamente habituales en la fauna que puebla los westerns, confirmando con ello la atipicidad de este simpar Los hermanos Sisters. Jake Gyllenhaal, como siempre, muy bien, un actor que desde tan temprana edad como la que tenía al hacer Donnie Darko nos viene dando excelentes interpretaciones. La sorpresa es Riz Ahmed, el actor británico de obvia etnia pakistaní, hasta ahora relegado a personajes secundarios sin especial brillo, que aquí da una soberbia réplica en un personaje preñado de recovecos. Mención especial para la actriz transgénero Rebecca Root, en un personaje de corta duración pero muy, muy interesante.
La escena final, sin entrar en “spoilers”, también confirma la vocación de Los hermanos Sisters de western visto desde el envés, recorriendo visual y estéticamente, pero a la inversa, el legendario itinerario que el personaje de John Wayne hace en el fordiano Centauros del desierto, enmarcado en el dintel de la puerta: un bellísimo final, tan demostrativo de la intencionalidad de sus autores.
(16-05-2019)
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