Pelicula:

Aunque no solo hizo westerns, quizá Sam Peckinpah quede para la posteridad como un director fundamentalmente de westerns, un poco a la manera de John Ford, sin por ello querer hacer ningún paralelismo ni comparación. Los westerns de Peckinpah, quizá conforme al tiempo en el que fueron realizados (entre 1962 y 1973), son westerns crepusculares, historias que narran el final de un género, de una forma de vida, pero también de muerte. Fogueado en modestas series televisivas y humildes TV-movies con el Oeste como tema, como El hombre del rifle o Zane Grey, Peckinpah, cuando dio el salto a la gran pantalla, planteó una interesante, desalentada pentalogía del cine del Oeste, que comenzó con Duelo en la Alta Sierra (1962), continuó con Mayor Dundee (1965), Grupo salvaje (1969) y La balada de Cable Hogue (1970), para cerrar el ciclo del western con esta también temáticamente postrera Pat Garrett y Billy el Niño (1973), la historia más o menos verídica de la caza que el primero (y su grupo de agentes de la ley) realizara del segundo, habiendo sido ambos compañeros de fechorías años atrás, hasta que Garrett entendió que su modo de vida llegaba a su fin y que no había más solución que pasarse al otro lado de la ley, al orden y la legalidad que arrasarían con el mundo volátil, fullero pero libre del Oeste americano.

Esa historia verídica, aunque modificada por Peckinpah para hacerla más cinematográfica y estimulante, es lo que se nos cuenta en este film que, digámoslo ya, es interesante por lo que se nos narra y por cómo se nos narra, aunque en esa forma hoy día, cuando se escriben estas líneas, cuatro décadas después, chirríe el manierismo de las escenas de acción, ya inevitablemente infectadas de las coreografías imposibles y el tono cuasi hiperrealista del espagueti-western. Pero también tiene Pat Garrett & Billy the Kid virtudes incuestionables, como espléndidos diálogos, llenos de frases sentenciosas que tan bien convienen a este film de ocaso, o la atmósfera crepuscular que las bellísimas pero melancólicas canciones de Bob Dylan confieren a la película. La propia presencia de Dylan ante la pantalla (cortito con sifón como actor, dicho sea de paso: no es su profesión, como fue evidente en las escasas veces en las que se prestó a ello) le otorgan una extraña sensación al film, como si el cantante-actor fuera algo más que un personaje y se constituyera en nexo de unión entre el fin de una época, el western, y el comienzo de otra, el rock, aunque entre ambas mediaran varias décadas de tiempo.

Film hermoso, irregular, mestizo, el último western de Peckinpah quizá fue un buen testamento cinematográfico en clave del Oeste, una película de alguna forma fatalista: todos sabemos que el Niño sería matado por su amigo Pat, como sabíamos cómo terminan las tragedias griegas de Sófocles o Eurípides: el tema, entonces, no es si va a morir o no, sino cómo va a morir, de qué forma Billy, como símbolo del Oeste a la vieja usanza, se niega a cambiar, se niega a salir de escena, y cuando lo hace será, literalmente, con las botas (y la canana, la cartuchera, el revólver) puestas: morir matando.

Buena composición de un James Coburn al que el viejo pistolero le salía casi automáticamente. Muy inferior a él, el también cantante (como Dylan) Kris Kristofferson no da nunca la talla del que fuera una de las pistolas más veloces del Oeste americano, en uno de esos errores de casting que se lamentan eternamente. Ese error se compensa, sin embargo, con uno de los elencos de secundarios más completos que se hayan visto jamás: Robards, Jaeckel, Jurado, Sullivan, Elam, el Indio Fernández, Pickens, Stanton...



Pat Garrett y Billy el Niño - by , Dec 29, 2018
3 / 5 stars
Fatalista, a la manera de una tragedia griega