Pelicula:

CINE EN SALAS


Wim Wenders, rozando ya la cualidad de octogenario, vuelve al buen cine después de demasiado tiempo en el que no nos daba muchas alegrías. Casi olvidada su etapa juvenil que nos encandiló, con films como Alicia en las ciudades (1974), En el curso del tiempo (1976), El amigo americano (1977), Relámpago sobre agua (1980), París, Texas (1984) y Cielo sobre Berlín (1987), a partir de ahí pareció que al circunspecto cineasta nacido en Düsseldorf lo había mirado un tuerto, porque solo muy de vez en cuando hizo alguna película interesante, llegando incluso a incurrir en algunas “castañas” importantes, como El hotel del millón de dólares (2000) o Inmersión (2017).

Pero con Perfect Days el bueno de Wim nos parece que ha vuelto al buen camino. Comparte con la mayor parte de su filmografía su cosmopolitismo, rodando fuera de su país, en este caso haciéndolo en Japón (donde ya rodó el documental Tokyo-Ga), pero también conecta con la primera y más brillante parte de su filmografía a través de su aproximación a un individuo peculiarísimo, un hombre quizá sexagenario que, en la gigantesca Tokio ejerce de limpiador municipal de retretes públicos, oficio en el que resulta de una meticulosidad extraordinaria. Poco a poco iremos conociendo algunas cosas sobre este hombre de pocas palabras, de fácil sonrisa, aunque casi siempre sin mostrar los dientes, como de forma recatada, que busca hacer siempre lo correcto y al que se adivina que alguna sorda tragedia (¿su difícil relación con un padre felón, quizá, a lo que se alude tangencialmente en algún momento?) ha empujado a abrazar una profesión, dignísima sin duda pero en el último escalón en la consideración social, como si fuera una bendición.

Y quizá lo sea. Hago gracia al lector de narrarle el famoso cuento del hombre feliz que no tenía camisa; por si acaso, recordemos que era un rey triste al que sus asesores dijeron que para recuperar la alegría tenía que ponerse la camisa de un hombre feliz; pero cuando lo encontraron, ¡ay!, el hombre feliz no tenía camisa... Pues no está muy lejos esta historia, en cuanto a la felicidad/infelicidad, de ese cuento. Porque nuestro protagonista, Hirayama, es feliz en su oficio, que desempeña con exactitud de relojero, quizá contento de haber encontrado algo parecido al nirvana, esa plenitud espiritual que otorga la zona de confort, donde todo tiene un ritmo, donde uno se sabe todos y cada uno de los pasos del día a la perfección, donde no hay lugar para la improvisación o para la sorpresa... aunque, por supuesto, habrá de ambas en su vida, problemas nunca capitales, pero que sí pespuntearán su existencia, le conferirán algo parecido a la novedad y nos hará conocerlo mejor; como la visita de su sobrina, que supondrá un soplo de aire fresco que, aunque le varía circunstancialmente sus esquemas, le proporcionará algo parecido a la emoción, al amor familiar.

Cine contemplativo, cine que nos pone delante a alguien que normalmente no aparece en una pantalla, el que nos friega los retretes que usamos sin acordarnos de que personas como nosotros habrán de limpiarlos, habla de la felicidad como un estado mental, como una forma de vivir, no de la felicidad forzada de quien cree que hay que estar alegre y contento a todo trance, sino de quien, quizá habiendo pasado por todo en su vida, ahora se siente en paz consigo mismo con una humilde tarea que tantos desdeñarían, pero que para él supone ese remanso de serenidad para afrontar el paso del tiempo: limpiar los baños públicos, escuchar viejas, hermosas canciones en desvencijadas casetes, cenar en un modesto restaurante público en el que la propietaria y él parecen tener algún vínculo sentimental puramente platónico, comer un emparedado en el parque mientras una chica, con cara de pasmada, lo mira, y mientras un hombre, que parece tener un ladrillazo dado (o quizá la vida le ha tratado aún peor que a nuestro hombre de los retretes...), se contorsiona en una danza sin música ni, aparentemente, sentido.

Cine sobre la cotidianidad, sobre la posibilidad de ser feliz en cualquier circunstancia si se está en paz con uno mismo, si se carece de la ambición del dinero, del poder, de la egolatría, de la fatuidad, Perfect Days, esos “días perfectos” del título, supone un reconfortante reencuentro con el genio de Wim Wenders, que no sabíamos dónde se había metido, pero que vuelve a aflorar, para nuestro gozo, con esta película pequeña pero sentida, que hay que paladear con suavidad, con delectación, como su propia historia. Por supuesto, hay algo, o mucho, de Yasujirô Ozu en la nueva peli de Wenders; no es la primera vez (ya lo hizo en la mentada Tokyo-Ga) que el alemán se acerca al cine del director japonés que habló como nadie de la cotidianidad y de la familia tradicional nipona; aquí nos parece que Wenders rinde un críptico y emocionado homenaje al inmortal autor de Cuentos de Tokio.

Enorme trabajo del protagonista, Kôji Yakusho, actor de dilatada carrera, que ha trabajado con gente como Hirokazu Koreeda, Alejandro G. Iñárritu y Rob Marshall, y que aquí se ha sentido tan implicado que incluso se desempeña como productor ejecutivo.

(25-01-2024)


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123'

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Perfect days - by , Jan 25, 2024
3 / 5 stars
El hombre feliz limpiaba retretes