Milos Forman emigró de su Checoslovaquia natal en 1968, después de asfixiarse creativamente hablando tras el trauma de la frustrada Primavera de Praga. Había realizado allí ya varios largometrajes, alguno tan reconocido internacionalmente como Los amores de una rubia, que ponía en solfa, con humor e ironía, las contradicciones de la sociedad comunista.
A su llegada a Estados Unidos no dejó atrás su capacidad crítica, y películas como Taking off (que en España llevó el horroroso título de Juventud sin esperanza, probablemente inspirado por el funcionario de censura de turno) y Alguien voló sobre el nido del cuco (que le consagró plenamente, al ser galardonada con cinco merecidos Oscars), suponen una visión muy corrosiva de la sociedad americana.
En Ragtime Forman adaptó la célebre novela homónima de E.L. Doctorow, una historia-río en la que confluyen muchos personajes, pero enseguida se manifiesta su interés por centrarse en el personaje del negro de cierto porte intelectual y económico que será humillado por blancos más próximos a la escoria que a otra cosa.
A años luz de la filosofía de La cabaña del tío Tom, la premisa del filme de Forman reivindica la fuerza para conquistar derechos tan caros al ser humano como la dignidad, el respeto mutuo, incluso la autoestima.
Forman dirigió con precisión y gran suntuosidad formal esta historia ambientada en los primeros años del siglo XX. La extraordinaria fotografía es del también checo Miroslav Ondricek, habitual colaborador de Forman desde los tiempos en los que filmaba en su país natal.
Entre los intérpretes brilla James Cagney, en su reaparición cinematográfica, ya con ochenta y tres años, y la magnífica Elizabeth McGovern. El filme estuvo nominado para ocho Oscars, no consiguiendo ninguno, dada la habitual miopía artística de los vejestorios de la Academia de Hollywood. Ragtime hubiera merecido, al menos el reconocimiento a su excelente guión, a la ya citada fotografía y también a la labor de Howard H. Rollins, nominado al Mejor Actor Secundario.
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