A finales de los años cuarenta el western estaba en pleno apogeo: maestros como John Ford ya habían colocado los pilares imprescindibles del género con filmes como La diligencia (1939), Pasión de los fuertes (1946) y Fort Apache (1948). Por su parte Howard Hawks, el más versátil de los cineastas del Hollywood clásico, hizo con Río Rojo su primer western oficial, aunque unos años antes intervino también como director, aunque sin acreditar, en otro famoso filme del género, El forajido (1943), nominalmente dirigido solo por el magnate Howard Hughes.
Pero aunque Río Rojo sea su teórico bautizo en el cine del Oeste, lo cierto es que, como prácticamente todo Hawks, da igual, porque el cineasta de Indiana lo hacía todo bien: comedia, drama, cine negro, musical, western… nada fílmico le fue ajeno, como confirmó con este vibrante western que narró la epopeya de un grupo de vaqueros (cowboys, le decían en las películas clásicas) que trasladó una inmensa manada de vacas a lo largo de buena parte de Estados Unidos, desde Texas hasta Missouri, en una hazaña que tiene resabios de El rey Lear, con su paterfamilias al que aparentemente su hijo (adoptivo) traiciona, aunque realmente lo que está haciendo es lo justo, lo legítimo, lo lícito, impedir que la rabia nuble el buen criterio de su padre y cometa una injusticia atroz.
Película formidable, son admirables los arquetipos que se plantean, como el identificado con la imagen portentosa de un John Wayne en plena madurez personal y profesional, aquí un hombre sin ataduras sentimentales, más allá del que considera su hijo, un hombre duro porque la tierra en la que vive le obliga a ser el más duro de todos para sobrevivir; el hijo, interpretado por Montgomery Clift (aquí alejado de los personajes atormentados que le dieron fama), un hombre formado a la vera de su padre putativo, del que tomará lo mejor pero no lo peor; Walter Brennan, el amigo y confidente de ambos, toda la vida junto al padre y al hijo, lo más parecido al más leal familiar que puedan tener los dos nunca. Y una pléyade de secundarios que infundieron humanidad a gran número de westerns clásicos, desde el estupendo Noah Beery Jr., sobrino del gran Wallace Beery, hasta John Ireland, un imprescindible actor de reparto que se hizo innumerables filmes del Oeste, tanto en cine como en televisión.
Rodada en grandes escenarios naturales, forjando mientras se rodaba muchas de las constantes de un género que en aquellos años aún estaba todavía en formación, Río Rojo es una espléndida película dotada del ya legendario ritmo hawkasiano y la no menos mítica "invisibilidad" de la figura del director, una de las características de Hawks. Para la ocasión, y dado el notable despliegue que requirió el filme, con miles de cabezas de ganado que tuvieron que ser manejadas durante el rodaje, Hawks, también productor, se hizo acompañar por un codirector, Arthur Rosson, un humilde artesano, cuya función real fue la de director de segunda unidad. Hawks todavía haría varios westerns más, curiosamente varios de ellos con la palabra “río” en el título (al menos en España): Río de sangre (1952); Río Bravo (1959), seguramente su obra maestra en el género; El Dorado (1967); y Río Lobo (1970), su canto del cine en el género y en el cine.
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