Pelicula:

CINE EN PLATAFORMAS


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Eugenio Jofra, conocido en el siglo como Eugenio, fue uno de esos personajes excepcionales que de vez en cuando surge en un país (como, por supuesto, Chiquito de la Calzada, aunque su tono y su origen fue muy distinto), el caso de un personaje descubierto casi por casualidad para el mundo del humor, convirtiéndose de la noche a la mañana en una figura mítica en la nada fácil tarea de hacer reír a la gente. Eugenio, en los años ochenta del pasado siglo XX, se hizo popularísimo sobre todo por sus apariciones en programas televisivos, siempre con una puesta en escena austera (vestido de negro, gafas oscuras, rostro imperturbable, un micro con soporte, sentado en un taburete, mientras toma un vodka con naranja y se fuma un cigarrillo, encendido expresamente para la actuación), siendo su forma de arrancar las risas del público sencillamente contar chistes, pero de una peculiar manera, con un dominio (probablemente intuitivo) de los tiempos, con unas estudiadas pausas retóricas (que años después haría suyas, en sus entrevistas, Jesús Quintero) que desconcertaban al público y lo preparaban para escuchar aquellas microhistorias llenas de un humor con frecuencia surrealista, chistes de toda la vida que, en la voz nasal y sin apenas modulación de Eugenio, con un fortísimo acento catalán y algunas palabras espurreadas en la bella lengua de Pla, de Verdaguer y de Serrat, resultaban explosivamente cómicos.

Sobre este personaje ciertamente excepcional, David Trueba nos cuenta su historia, que no fue precisamente una vida de risas: joyero en su juventud, cantante aficionado, por mor del amor hacia Conchita Alcaide, una onubense afincada en Barcelona, cantante de hermosa voz, dejó su profesión y ambos formaron el grupo Els Dos, que llegaron a participar en un concurso para acudir a Eurovisión, aunque quedaron cuartos. Por una ausencia obligada de Conchita, que viaja a Andalucía a asistir a su madre gravemente enferma, Eugenio cubre el hueco de su esposa, en sus actuaciones, contando algunos chistes, con notabilísimo éxito. A partir de ahí, la historia de Eugenio es de doble dirección: profesionalmente cada vez llega más alto, y cada vez gana más dinero; personalmente, cada vez le va peor, primero por su miedo escénico, que le angustiaba cada vez que tenía que salir a contar sus chistes, con públicos progresivamente más numerosos, pero, sobre todo, cuando su mujer enferma de cáncer, con malas perspectivas, muriendo a principios de la década de los ochenta, ya con el humorista en la cumbre de su fama.

Esa doble historia, de éxito profesional y de tragedia personal, es, en síntesis, lo que David Trueba nos narra en este drama basado en el libro escrito por el primero de los hijos de Eugenio, Gerard Jofra, la historia de este hombre triste que hacía reír. Y lo hace bien, presentándonos a un hombre callado y austero, fulminantemente prendado de “la morena más guapa de Sierra Morena”, como llamaba recurrentemente a la que sería su esposa, en una relación que fue determinante en su vida: con Conchita descubrió el amor de verdad, pero también que era capaz de hacer reír a decenas, centenares, miles, millones de personas simplemente (pero no tan simplemente...) contando chistes, chistes de siempre pero contados a su muy peculiar manera, esa manera de rictus imperturbable que unos años antes ya había utilizado, y con gran éxito, José Luis Coll en sus inolvidables actuaciones con Luis Sánchez Polack, en aquel dúo inmortal que se llamó Tip y Coll. Pero Eugenio tenía su propio sistema, un sistema más que probablemente intuitivo, no estudiado ni pensado: él simplemente contaba los chistes así, con una gracia natural que surgía espontáneamente de la forma tan impávida en la que los contaba.

La doble historia de Eugenio, su cima profesional y su sima personal, supone el eje de la trama de esta valiosa aproximación a una de las figuras más peculiares del humor español del último medio siglo. Trueba se acerca con pudor a su biografiado, presentando en pantalla las dudas, los miedos de este personaje con tendencia a la melancolía, cuando no a la depresión, que hubo de enfrentarse al mayor de los retos imaginables para alguien que ama sin poder hacer nada para impedir lo irremediable, a pesar del mucho dinero, del mucho poder que, ya en esa época, tenía.

Film sobre el estoicismo del ser humano, en particular de un ser humano en concreto, gusta la ambientación sin alharacas de una época (años sesenta, setenta, ochenta) que a los que las hemos vivido no nos rechina, nos parece ajustada, al menos en nuestro recuerdo. Gusta la aparición de algunos de los fetiches de la época: Pedro Ruiz, imitándose a sí mismo mientras caricaturizaba a Adolfo Suárez y Felipe González; Mónica Randall, en su programa televisivo Cosas en el que apareció por primera vez Eugenio; Miriam Díaz Aroca, presentando el mítico Un, dos, tres...; el mismísimo Chicho Ibáñez Serrador (con la cara del director Paco Plaza, con un parecido razonable, aunque el cineasta es bastante más delgado que el genio televisivo...); Nino Bravo, en una inteligente exposición, con un doble cantando al fondo del plano, desenfocado, mientras en primer plano vemos al genuino cantante valenciano en su interpretación de la mítica Un beso y una flor en dos monitores televisivos...

El conjunto es armónico, en su (re)presentación de un personaje ciertamente único, pero también en la forma en la que Trueba (en una de sus mejores películas, al nivel de Soldados de Salamina y Vivir es fácil con los ojos cerrados, hasta ahora sus más interesantes propuestas cinematográficas) la adorna sutilmente con una banda sonora en la que alternan las con frecuencia banales baladas que cantaba el dúo Els Dos, con hermosas composiciones de jazz, de corte melancólico, que tan bien cuadran al tono general del film.

Gran trabajo actoral, con un David Verdaguer plenamente imbuido del personaje de Eugenio, transformándose en él, y pidiendo a gritos ya una nominación a un Goya. Lo mismo cabría decir de Carolina Yuste, uno de los descubrimientos más estimulantes de la interpretación en el cine español del último decenio, que hace toda una creación de la mujer a la que Eugenio amó, y por la que se convirtió en el mito que ya será para siempre. Entre los secundarios habría que citar a una joven actriz, Marina Salas, a la que la cámara quiere, como es evidente, aquí segurísima, y al veterano Pedro Casablanc, un actor que tiene la rara virtud de hacerlo todo bien.


(08-11-2023)


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117'

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Saben aquell - by , Feb 09, 2024
3 / 5 stars
El hombre triste que hacía reír