He aquí un hermoso filme sobre el triunfo de la voluntad, tan típico del cine norteamericano, pero a años luz de otros productos similares, como las dilatadas (y progresivamente carentes de interés) sagas al estilo de Rocky o Karate Kid. Ambientada en los años de la Gran Depresión que produjo el Crack del 29, cruza con sabiduría las historias de tres hombres psicológicamente heridos, por muy distintos motivos: el empresario triunfador, hundido por la muerte de su hijo; el domador de caballos, sin sitio en una civilización cada día más mecanizada; el chico abandonado por los suyos, que se gana la vida como jockey a pesar de estar tuerto.
En las existencias de estos tres despojos humanos entra un caballo de carrera hosco, airado, pequeño y con aparente vocación de perdedor, pero que cambiará la vida a todos. Cómo lo hace es el meollo de la historia, pero también una sutil metáfora sobre el New Deal de Roosevelt que puso en pie a un país postrado por la más grave crisis económica del siglo XX. Admirablemente dirigida por el casi novel (sólo había realizado hasta ahora la interesante Pleasantville, que no presagiaba que pudiera volar tan alto) Gary Ross, Seabiscuit es una hermosa apuesta por el ser humano, por su capacidad para levantarse y seguir luchando, aún a expensas de dejarse jirones por el camino.
Cinematográficamente irreprochable, con bellas elipsis y un tono melancólico que casa tan bien con aquella época negra pero esperanzada de los años treinta, el filme tiene mimbres para gustar, y mucho, y no por vender efectos especiales desmesurados o violencia sin límites, sino relaciones humanas, hombres y mujeres restañando sus heridas a base de sacrificio y lucha.
140'