Y nosotros que nos habíamos hecho ilusiones tras Infiltrados, creyendo que Scorsese había recuperado el pulso de antaño y estaba en la buena senda… Su nueva película, esta Shutter Island, desmiente completamente tal impresión, confirmándonos que aquel estimulante filme no fue sino (quizá: a lo mejor me equivoque) el canto del cisne de un cineasta que ha hecho cosas tan espléndidas como Toro salvaje, La edad de la inocencia, El color del dinero, Uno de los nuestros o Taxi Driver, un cineasta que pertenece, por méritos propios, a la aristocracia del cine norteamericano (vale decir mundial) de los últimos cuarenta años.
Pero en Shutter Island echamos de menos al cineasta sutil de tantos y tan grandes empeños anteriores, atrapado el italoamericano en un guión lamentable que abunda en los tópicos del cine sobre enfermos mentales, manicomios y componendas freudianas; un guión que, digámoslo ya, pronto enseña la patita, a partir de la cual el espectador podrá conocer (aunque no lo pretenda su autora, ni Scorsese) el final de esta historia que más que surrealista es disparatada, con su “mad doctor” que termina siendo un “good doctor”, con sus secuencias imposibles (esa escena con DiCaprio descendiendo la escarpada pared vertical de un acantilado con la única ayuda de sus manos, como si fuera Spiderman, cuando a su personaje no se le conoce habilidad alguna como alpinista), esa explicación final tan cogida por los pelos, y lo que es peor, tan escasamente cinematográfica… todo lo contrario, curiosamente, al cine de un hombre que siempre se ha caracterizado por su exquisito estilo, por su conocimiento impecable de las técnicas y los recursos fílmicos, por su elegancia innata, aquí sorprendentemente olvidada entre los ropajes “fifties”.
Lo que debía ser un thriller psicológico se ha quedado en una (larguísima, eso sí) trama penosamente urdida y peor escenificada, en la que los actores naufragan a modo: es el caso de Leonardo DiCaprio, del que Scorsese sigue sin darse cuenta de que no vale para los personajes fuertes que le encomienda (no solo este bragado ex militar y actual agente judicial, sino tampoco el topo policial de Infiltrados, el misántropo millonario inventor de El aviador, o el duro delincuente de Gangs of New York); DiCaprio, por más que frunza las cejas con mucho empeño, carece de entidad, de convicción, para esos papeles “bigger than life”.
Pero es que incluso actores tan seguros como Ben Kingsley o el gran Max von Sydow están penosos, incurriendo en lo peor que puede ocurrir con un intérprete, que el público vea al actor, no al personaje. Ojalá me equivoque, pero el ya largo rosario de patinazos de Scorsese en los últimos tiempos parece indicar que el talento del cineasta de Little Italy se ha ido agostando y ahora apenas queda un pálido recuerdo de lo que fue. Eso sí: cuánto me gustaría equivocarme…
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