Cuando el director y productor Sydney Pollack dirigió Tal como éramos, ya tenía en su haber algunos títulos que habían tenido repercusión popular y le habían proporcionado cierta fama, como los broncos melodramas Propiedad condenada (1966) y Danzad, danzad, malditos (1969), curiosamente ambos situados cronológica y socialmente durante la Gran Depresión, y el film protoecologista Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972). Quiere decirse que el gran éxito de Tal como éramos fue su definitiva postulación a la primera fila de los cineastas jolivudenses, donde se mantuvo durante las décadas de los setenta y los ochenta, con films como Los tres días del cóndor (1975), El jinete eléctrico (1977), Tootsie (1982) y Memorias de África (1985), aunque su estrella languideció a partir de los noventa, con films mediocres como la lamentable Habana (1990), la mediocre La tapadera (1993) y el prescindible remake del wilderiano Sabrina (y sus amores) (1995).
Pero en Tal como éramos Pollack estaba en su mejor momento creativo, en torno a los cuarenta años, y con una notable capacidad para poner en escena historias que interesaran, como este film que nos cuenta algunas fases de la vida de una pareja, Katie y Hubbell, a lo largo de las décadas de los treinta, cuarenta y cincuenta del siglo XX. En la primera de esas décadas, ella, activista comunista, conocerá a él, entonces todavía también universitario, y a pesar de que las primeras vibraciones no son especialmente buenas (él le reprocha su radicalismo), pronto se enamoran; en los años cuarenta él sirve en el ejército yanqui durante la Segunda Guerra Mundial y empieza su carrera como escritor, y ella se convierte en activista a favor del presidente Roosevelt, y su relación afectiva y sexual continúa con sus altibajos...
Tal como éramos es, de alguna forma, una crónica de la juventud del segundo cuarto de siglo XX, contraponiendo sus dos actitudes preponderantes: la rebelde de ella, que quería cambiar el mundo, y la conformista de él, que quería una vida sin sobresaltos, triunfar sin cambiar nada. Esas dos miradas, como cabría esperar, no casan en ningún momento, y solo el amor entre ambos permitirá que la pareja tenga algunas etapas en comandita, pero abocadas permanentemente al fracaso.
Con un tono agradablemente melancólico, el film de Pollack es, para su época (recuérdese que estamos en los primeros años setenta), bastante avanzado para ser cine comercial norteamericano, con un personaje comunista (el de Katie, interpretado por Barbra Streisand) pintado con rasgos positivos, lejos de la caricatura típica sobre esos roles en los años cincuenta y primeros sesenta; recuérdese que solo 13 años antes, en Espartaco, Dalton Trumbo, uno de los represaliados por el Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy, había conseguido, y ello gracias al empeño personal del poderoso Kirk Douglas, productor de la película, que su nombre apareciera como guionista del film. Así que en ese sentido Tal como éramos, además de la agradable dramedia romántica que es, también ponía su granito de arena de corte progresista y democrático.
Aparte de ello, el film se beneficiaba de la evidente buena química de Robert Redford y Barbra Streisand, en la única película en la que coincidieron, y, por supuesto, de la bellísima música de Marvin Hamlisch, con el tema principal cantado sugestivamente por la propia Barbra; ambos, el “score” y la inolvidable canción, consiguieron muy merecidamente los Oscar de sus respectivas categorías.
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