El enorme éxito de taquilla de Torrente, el brazo tonto de la ley, hacía prever que Santiago Segura, su autor total, que es más listo que el hambre, no iba a desaprovechar la oportunidad de presentar de nuevo en sociedad a su antihéroe, campeón de la caspa nacional, racista, machista, guarro y del Atleti, conformando con ello el más completo compendio de la abyección humana que imaginarse pueda.
El problema llega cuando Segura ha querido (como suele suceder en las segundas partes) rizar el rizo del primer y simpático envite; aquí todo tiende a ser mucho más desmesurado: el protagonista es más asqueroso, mezquino, rastrero, arrogante, cobardica y chulo que en la primera entrega, prácticamente "ad nauseam" (y nunca mejor dicho...), pero ése es casi el único contenido de esta historia alicorta que desaprovecha las evidentes posibilidades que depara una ciudad como Marbella, donde la mafia rusa campa por sus respetos, la cosa pública se gestiona como si fuera un garito y la abominable "jet-set" tuesta su cuerpos estirados hasta lo inverosímil, mientras parasita a costa de la prensa del bajo vientre.
Quizá el hecho de tener que contar con el beneplácito de la administración gilista ha hecho que Segura se muerda la lengua, pero lo cierto es que el resultado es una mediocre parodia de las películas de James Bond, con un Segura como el ¿agente secreto? más puerco que hayan visto los anales, un malo de pacotilla (José Luis Moreno resulta mucho más perverso en sus actuaciones con sus muñecos que en este villano de pandereta) y hasta una chica Bond de toma pan y moja, Inés Sastre, pero con evidentes carencias (canta como un grillo...).
Los títulos de crédito, excelentes, suponiendo una sátira conceptualmente muy imaginativa de los habituales de la serie 007, parecían encaminar adecuadamente el film, pero Segura pronto se dedica sin recato a mostrarnos a su cada vez más degradado investigador privado, buscando una parodia sobre el género negro y de espías que no termina de convencer, empeñado en sus chistes de humor grueso que ya resultan repetitivos, sin aprovechar adecuadamente personajes estupendos como el yonqui y memo integral que compone Gabino Diego, o el resucitado Tony Leblanc, ahora como un tío, ejem, putativo del protagonista, sin ningún escrúpulo y toda la codicia.
Lástima, porque sigue habiendo historias que contar en clave esperpéntica, entre berlanguiana y valleinclanesca, bañada en las descreídas aguas del nuevo milenio, en esta España tan moderna en la que, a poco que se rasque, aparece la roña nacional.
(22-08-2004)
100'