La ópera prima de Santiago Segura muestra muchas influencias de la comedia española; la más reconocible quizá sea la berlanguiana (es fácil rastrear la huella de Berlanga en los aspectos más escatológicos de la trama y en su tono declaradamente esperpéntico). Incluso podemos columbrar ciertos guiños al Buñuel de su etapa mexicana y a discípulos del maestro de Calanda como Luis Alcoriza.
Pero además de este bagaje de cine, Segura sabe conectar con facilidad con la gente joven de las grandes capas urbanas medias, ilustradas y no ilustradas, que conforman hoy el núcleo fundamental del publico cinematográfico en España. Les da lo que quieren ver: desenfado, humor grueso pero intencionado, entretenimiento ingenioso aunque disfrazado de "burro", un producto inteligente, en el que el espectador puede reconocer elementos de su vida cotidiana: el barrio, la peña futbolera, el restaurante chino de la esquina, el mendigo de la plaza, la pescadería... cosas cercanas que le permiten un ejercicio de identificación y, al tiempo, por mor del disparate, de extrañamiento: difícilmente algo tan próximo habrá resultado tan distante por el tratamiento delirante de su autor.
Otro acierto de Santiago Segura es el cuidado "casting", en el que el propio director se ha reservado el papel protagonista, componiendo un personaje que provoca un inexplicable doble sentimiento: no se sabe si da mas asco que aversión, o viceversa. Este José Luis Torrente, definido ya en la propia publicidad como ex policía, machista, racista, fascista y fanático del Atlético de Madrid, acumula en su persona todos los defectos posibles: malhablado, violento, arrogante, fullero, pícaro... Y a pesar de todo, será capaz de mostrar valentía y arriesgarse por un colega. En resumen, un "grand-guignol" violento y excesivo, que parece presagiar que hay en Santiago Segura un realizador a tener muy en cuenta en futuros empeños.
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