Comencemos por el principio: dijo Santiago Segura, en vísperas del estreno, en 2005, del tercer segmento de su franquicia, Torrente 3. El protector, que si su nueva película recaudaba un euro menos que la anterior, Torrente 2. Misión en Marbella, no volvería a rodar un filme de la serie del expolicía más asqueroso que haya parido madre. Pues el tercer capítulo recaudó 18,16 millones de euros, bastantes menos que los 22,14 millones de euros del segundo (fuente: Ministerio de Cultura, www.mcu.es), y, sin embargo, aquí está la cuarta parte. Así que en cuanto a cumplimiento de la palabra dada, el madrileño anda regular…
Pero el cine no es precisamente un oficio de caballeros (bueno, en el caso de Pilar Miró sí, como ella mismo afirmó en una celebrada entrevista radiofónica), así que no se lo tendremos en cuenta…
Lo que sí le tendremos en cuenta es que, en lugar de mejorar la saga, la siga manteniendo en niveles ínfimos. Segura es un tío más que listo, y olfateando por donde van los tiros, ha llenado su nueva película de una recua de “freaks”, de monstruos televisivos y no televisivos, buscando ese público fácil y entregado de Enmiérdame De Luxe (uy, ¿no era así el título?) y demás garambaínas catódicas, ahondando sin recato en la escatología más nauseabunda, como si le pagaran a tanto el pedo.
Este cine argumentalmente de baja estofa, cine “de fluidos”, como lo definí en Torrente 3. El protector, se beneficia sin embargo de un empaque de producción como solo lo pueden dar diez millones de euros de presupuesto (el que, por cierto, ha casi recuperado en el primer fin de semana de exhibición: no sé si es para alegrarse o para, definitivamente, exiliarse de este país…). No es que Segura sea un dechado como cineasta, un director exquisito: su cine es convencional y ramplón, pero es verdad que está adornado por algunos de los mejores técnicos del cine español: qué desperdicio…
Y lo peor del caso es que, para la parroquia no entregada, la comedia de Segura apenas si consigue arrancarnos alguna sonrisa. Me quedo con algún gag que se sale del tópico y el cliché al que con tanta frecuencia recurre el cineasta; quizá lo mejor sea la escena en la que el guarrindongo exdetective provoca una (literal) estampida entre los hispanos que acoge (previo pago de su importe, obviously) en su casa, para librarse de los matones que le persiguen, una idea sugestiva aunque puesta en escena con su habitual desparpajo carente de brillo.
Con todo, lo peor de este cuarto capítulo (que no será el último, mal que nos pese) es que, a la vista de las descomunales recaudaciones que está haciendo, ejercerá un efecto llamada entre cuantos cineastas ávidos de volver a comer caviar en vez de mortadela hay en este país (ya lo decía la Biblia: mi nombre es Legión…), y no tardando mucho tendremos una larga retahíla de monstruosidades que, encima de todo, ni siquiera tendrán el corte autoparódico de este chorizo fílmico, sino que a lo peor hasta entronizan o elevan a los altares a la caspa sarnosa de personajes como el de Torrente: facha, machista, racista, guarro hasta provocar arcadas, del Atleti… ¿se puede caer más bajo?
Habrá que ir pensando (porque la Historia es una rueda que siempre gira, y no siempre en la mejor dirección) en crear un término para acuñar este nuevo fenómeno cinematográfico (quizá sería mejor llamarlo industrial, o charcutero…). ¿Qué tal, por ejemplo, "torrentismo"? No crean que voy demasiado desencaminado: al fin y al cabo, José Luis Torrente no deja de ser el nieto astroso, marrano y aún más rijoso del (casi) entrañable personaje que Alfredo Landa compondría en innúmeras comedietas del cine español de los años sesenta y setenta, dando lugar a lo que la Historia del Cine Español conoce como landismo.
Y es que, por muchas vueltas que da la vida, al final seguimos donde estábamos…
93'