Tras el inenarrable éxito de Marcelino pan y vino (1955), de Ladislao Vajda, la cinematografía española insistió en la golosa baza del cine “con niño”, en la esperanza de encontrar nuevos afluentes en ese tipo de películas. Conseguirá acertar, al menos en cuanto a repercusión popular, con dos infantes: Joselito, un niño de prodigiosa garganta que a partir de El pequeño ruiseñor (1957), de Antonio del Amo, se convierte en un fenómeno no ya nacional sino incluso internacional (para hacerse una idea, su cantarina voz resuena en Mamma Roma, de Pasolini, como ejemplo de hasta qué punto se hizo famoso en aquellos años en todo el mundo), teniendo después una exitosa carrera que se truncó cuando le llegó la juventud, le cambió la voz y no quedó rastro del meloso niño de voz de tiple; y Marisol, una pequeña malagueña también con una notable voz y además un efervescente temperamento, que irrumpirá en el cine español a partir de esta Un rayo de luz (1960), convirtiéndose en un auténtico fenómeno sociológico y conociendo una época dorada en la que sus películas se contaron por grandes éxitos de taquilla.
En ese año de 1960, el ya veterano guionista y realizador Luis Lucia descubriría en Marisol un filón que se agotó por consunción cuando la niña, llegada a la edad adulta, evolucionó en su pensamiento y dio un giro radical a su carrera, haciendo a partir de entonces películas de tono bastante fuerte para la época, como La corrupción de Chris Miller o El poder del deseo. Encauzó entonces su carrera hacia otros derroteros, cambiando incluso su nombre artístico de Marisol por el suyo real, Pepa Flores, hasta que se retiró para siempre en 1985 tras hacer Caso cerrado, de Juan Caño.
Pero en Un rayo de sol Marisol lucía en todo su ingenuo esplendor, una niñita traviesa, resabiada y cantarina que encandilaba a su abuelo, un severo conde italiano contrariado por el matrimonio secreto de su difunto hijo con una modesta actriz española.
Luis Lucia, que fue un cineasta cuya carrera como director y guionista se desarrolló en su totalidad dentro del franquismo, fue un correcto profesional pero carente de verdadero talento; en su filmografía no hay títulos de relieve, y en general se plegó siempre a las tendencias oficialistas del cine franquista del momento, plagado de folclorismos, clasismos, comedietas del tres al cuarto, acartonado cine histórico y vehículos a mayor gloria de la fugaz estrellita de turno.
Más allá de su valor sociológico como documento de lo (poco) que se podía hacer en la España de los sesenta, y de tratarse del pistoletazo de salida de lo que podría llamarse el “marisolismo”, un subgénero dentro del cine español “con niño”, Un rayo de luz carece, a estas alturas, de ningún otro interés. Ni siquiera tiene un buen reparto de secundarios, como tan habitual era en el cine español del franquismo; solo cabría destacar a la siempre estupenda María Isbert, hija del gran Pepe Isbert: y es que ya se sabe, de casta le viene al galgo...
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