CINE EN PLATAFORMAS
ESTRENO EN MOVISTAR+
El lacerante tema de la pederastia en el seno de la Iglesia católica, y cómo esta lacra ha sido ocultada, cuando no protegida, por la alta jerarquía de esta fe religiosa, es un tema que, a pesar de su evidente dureza (en un tiempo en el que el audiovisual busca incesantemente temáticas morbosas), no se ha plasmado en muchas películas o series. Y en España nos tememos que menos todavía, a pesar de que aquí, como en otros países, esa realidad se ha hecho evidente tras numerosas denuncias, la realidad de que en muchos centros católicos se toleraron, e incluso se ocultaron (espero que, en ambos casos, el tiempo verbal en pasado sea el correcto...), conductas indeseables por parte de sus miembros sobre menores de edad que habían sido puestos bajo su tutela en base a la confianza que generaban como religiosos.
En otros países este tema ha sido y sigue de plena actualidad, y se ha presentado con frecuencia en las pantallas: en Francia recordamos Gracias a Dios (2018), de François Ozon, y en Estados Unidos Spotlight (2015), de Tom McCarthy, ganadora de dos Oscars, y La duda (2010), de John Patrick Shanley; en Hispanoamérica el tema ha aparecido varias veces, en films como los chilenos El club (2015), de Pablo Larraín, y El bosque de Karadima (2015), de Matías Lira, en este último caso sobre el pederasta padre Fernando Karadima, y en México en Obediencia perfecta (2014), de Luis Urquiza, sobre el también pederasta padre Marcial Maciel. En España, sin embargo, a vuela pluma, solo recordamos la denuncia (que además era tangencial, no el tema central) de Pedro Almodóvar sobre el vidrioso asunto del abuso sexual de niños en colegios religiosos en su película criptoautobiográfica La mala educación (2004).
Por eso el mero hecho de que esta Verano en rojo se centre en ese tema, la pederastia en la Iglesia católica en España, y, sobre todo, la resistencia que la curia española ha venido presentando para evitar que esos crímenes sean investigados, es ya una buena noticia. Otra cosa será que el resultado, como en nuestra opinión ocurre aquí, no sea precisamente bueno.
La historia se ambienta en el verano de 2010, en dos escenarios, Madrid y Navarra. Previamente habremos visto un prólogo, fechado en 1975, donde vemos a un niño, quizá como de 8 años, en el funeral de su madre, y cómo después es enviado a un internado religioso, donde más tarde veremos que sería abusado sistemáticamente por uno de los sacerdotes. En 2010, conocemos a la comisaria María Ruiz, a la que se le encarga el caso de un chico que ha aparecido muerto, ahogado, en un estanque de Madrid. A partir de ahí, la comisaria se verá envuelta en una tortuosa historia en la que el asesinado, menor de edad, resulta tener fotos de contenido sexual de él con algunos de los profesores de su centro religioso, llamado “Los Penitentes”. Pero entonces empezarán a surgir obstáculos de todo tipo, incluidos los que le llegan procedentes de gente importante dentro de la propia Policía...
Sobre la novela homónima de la escritora santanderina Berna González Harbour, publicada por RBA en 2012, Belén Macías, con guion propio y de Helio Mira, ha filmado esta versión que, ciertamente, como decimos, lo mejor que tiene es que hable de los abusos a menores en el seno de la Iglesia católica, y de cómo ésta (a pesar de los esfuerzos de transparencia del Papa Francisco) se resiste a que esos crímenes sean investigados y juzgados como corresponde. Pero esa denuncia certera no se corresponde con el tiro, que entendemos errado: en una película continente y contenido tienen que ir de la mano, y aquí hay un tema interesante (aunque ficticio, es evidente que está libremente inspirado en muchos de los casos que la prensa ha divulgado en los últimos años), pero torpemente puesto en escena, partiendo de un guion que ya es un mal comienzo, que mezcla confusamente el tema principal, evidentemente los abusos pederastas y su protección por parte de la jerarquía católica, con algunas líneas paralelas que no aportan nada, desde la relación de la protagonista con su hija adolescente y rebelde (perdón por el pleonasmo...), a la sexual y afectiva que tiene o ha tenido (que no queda demasiado claro) con un compañero del Cuerpo Nacional de Policía (por cierto, en un clamoroso error de cásting: Marta Nieto y Francesco Carril tienen entre ellos menos “feeling” erótico que Epi y Blas...), o a su relación cuasi paterno-filial con otro colega del cuerpo, que parece estar saliendo de una grave enfermedad, y que, sin embargo, enseguida lo tenemos ya muy hecho pieza como uno más de los “maderos”, como si estuviera sano cual pera limonera.
Ello por no hablar de la tortuosa trama con el pederasta asesino, que parece buscar la manida figura del abusado en la infancia que se convierte en abusador en la edad adulta, reproduciendo el infierno vivido cuando era niño, pero hecho con un desaliño y con una falta de convicción notables. Y la relamida y engolada escenita, que da vergüenza ajena, en la que el criminal se escapa de la prota y huye a través de un campo de girasoles con los aspersores a toda potencia, mientras le habla a Dios, es para enmarcar... en las escenas que no se deben rodar, o, al menos, no se deben incluir en el montaje final, si tuviste la mala idea de filmarla.
Torpe, rutinariamente rodada, cuando Belén Macías es una veterana cineasta que nos gustó mucho con una de sus primeras apariciones como directora en El patio de mi cárcel, lo cierto es que nos parece que Verano en rojo es una oportunidad desaprovechada para haber hablado, aunque sea en la clave de thriller en la que se encuadra, de un tema, el del abuso infantil que a veces parece sistémico dentro de la Iglesia, y lo que es casi peor, el hecho de que por parte de sus gerifaltes se mire hacia otro lado o, directamente, se eche tierra encima a estos casos, haciendo incluso lo que nunca se debe hacer, que es trasladar al pederasta de turno a otro centro, con lo que lo único que consiguen es poner a su disposición nuevos corderitos de los que abusar.
Lástima, decimos, porque el cine es una potente arma de concienciación ciudadana, y aunque entendemos que la opinión pública está ya claramente informada de estos desmanes, una buena película podría haber puesto en el centro del debate público (más allá de las idioteces de los politicastros que nos asolan con sus majaderías) un tema que, por más que se trate, no deja de ser lacerante, execrable y abyecto.
Marta Nieto, que es una actriz notable, y que en sus colaboraciones con Rodrigo Sorogoyen ha alcanzado una altura excelsa, aquí la vemos a menor nivel, como si no se creyera demasiado su papel. Jose Coronado, del que tenemos escrito que cuando está bien dirigido es sublime, y cuando no lo está, resulta horrible, aquí está más cerca de esa segunda opción, poco creíble y diciendo sus frases sin mucha convicción que digamos. Del resto nos quedaríamos con el siempre fiable Luis Callejo y un secundario que siempre está bien, el veterano Tomás del Estal, que compone el único cura que aquí intenta hacer lo correcto, aunque sea contraviniendo las órdenes de sus superiores.
(09-09-2023)
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