La producción cinematográfica de Palestina es, como era de esperar, bastante limitada. A la hora de escribir esta crítica, en el año 2015, la IMDb recopilaba algo más de 360 títulos de esa nacionalidad, entre películas de largometraje, documentales, cortometrajes, series de televisión, TV-movies y telefilmes. Quiere decirse que es una cinematografía todavía joven, con serios problemas para contar con recursos económicos suficientes y también, como parece obvio, con fuertes limitaciones en cuanto a su mensaje, dadas las peculiares (por llamarlo de alguna forma) circunstancias del país, una nación sin estado incardinado en las entrañas de Israel, con múltiples problemas de convivencia entre ambas sociedades.
Villa Touma se ambienta en Ramala, la capital de Cisjordania, la zona más rica (o menos pobre…) de Palestina. Cabe decir que este país sin estado es una tierra, además de multirracial, también multirreligiosa, pues además del islamismo predominante también existe, aparte del judaísmo que gobierna la república israelí, una importante comunidad cristiana. Sin ir más lejos, la esposa (después viuda, of course) de Arafat era cristiana, como sabemos. En ese contexto social, la directora palestina Suha Arraf plantea su filme en el ambiente cerrado, añejo, clasista, de un trío de hermanas de religión cristiana, vecinas de Ramala, en cuya casa (la Villa Touma del título) acogen a una sobrina huérfana que se ha criado en un hospicio. Las tres féminas tienen muy diversos caracteres: la mayor debió renunciar a su boda para cuidar de sus hermanas; la intermedia (con cierto parecido a Irene Papas, aunque más joven) casó con un viejales que la dejó viuda y entera dos días después del himeneo; la pequeña, la más rebelde, se vio coartada por la familia en su intención de casar con alguien que no era de su posición.
La hermana mayor, que gobierna la casa con mano de hierro, intenta hacer de la huerfanita una señorita, aunque tiene serios problemas. Buscará casarla con alguien de mérito, quizá intentando con ella lo que no pudo hacer consigo misma ni con sus hermanas…
No deja de ser curioso que Villa Touma, en el fondo, no deja de ser una versión libérrima de La casa de Bernarda Alba, el drama teatral de Federico García Lorca, aquí también con una joven rebelde que será duramente reprimida en sus deseos carnales y de libertad por la matrona de turno, además en una casa que, como en la lorquiana, también es prácticamente un personaje más de la trama.
Suha Arraf, la directora y también guionista, debuta en el largometraje con esta estimulante propuesta, un filme ambientado en una atmósfera de asfixiante represión, de estereotipadas convenciones, en la que cabría atisbar influencias de filmes sobre el exacerbado clasismo como El gatopardo (1963), de Visconti, o Bearn o la sala de las muñecas (1983), de Chávarri. Y lo cierto es que no se le nota su bisoñez: la película tiene un ritmo perfecto, resulta amena, bien contada, y el último tramo se reviste vigorosamente con ropajes como de tragedia griega (tan cercana geográfica, culturalmente), en un filme sobre el choque entre lo viejo y lo nuevo, sobre el corsé y la liberación, sobre la limpieza de sangre y el mestizaje.
Buen trabajo interpretativo de las cuatro protagonistas absolutas (aquí los personajes masculinos son episódicos, segundones sin mayor relieve, salvo, quizá, el noviete de la huérfana), pero en especial de la Bernarda Alba palestina, una Nisreen Faour que hace toda una creación de su personaje, una mujer con una disciplina tan rigurosa que a su lado el ama de llaves de Rebeca o la señorita Rotenmeyer, la estricta gobernanta de Heidi, parecen dos pelanduscas…
85'