Tras la comedia, toca hablar en este nuevo capítulo de otro de los géneros preferidos por el cine vasco de la democracia, el thriller, la intriga, policíaca o no, con suspense, o no, a veces entreverado de terror. Hablamos, desde luego, de films incardinados en este género que es uno de los más antiguos del cine (también de otras artes relacionadas, como dentro de la literatura la novela o el teatro), pero sin relación con el llamado “conflicto vasco”, que ya hemos comentado en tres de las primeras entregas de esta serie de artículos.
El primer ejemplo, por orden cronológico, de thriller vasco sin relación con el conflicto ídem lo encontramos ya mediados los años ochenta; su autor será uno de los históricos del cine vasco, Imanol Uribe, que comenzó filmando algunos de los primeros films que tocaban la candente temática vascuence, como El proceso de Burgos y La fuga de Segovia, ya comentados en anteriores capítulos, y que posteriormente dio el salto al cine nacional. En 1986, a medias entre la película de ambición española pero a la vez con temática propia de Euskadi, rueda Adiós, pequeña, que busca sus señas de identidad en el cine negro norteamericano clásico, “aggiornado” al cine que se hacía ya en los años ochenta, con una intriga de abogados en la que una letrada de la alta burguesía vasca (la madrileña Ana Belén…) se verá envuelta en un tortuoso caso con un acusado de narcotráfico del que se enamora (interpretado por Fabio Testi), con resultados más bien desastrosos. Lo cierto es que, aunque Uribe buscaba un nuevo camino para hacer cine en su tierra (se ambientó y rodó en Baracaldo, Vizcaya), el resultado distó mucho de ser satisfactorio, en una intriga que se notaba artificiosa, poco natural y casi nunca creíble. A pesar de contar con buenos mimbres (los mentados Ana Belén y Testi, más buenos secundarios como Juan Echanove, Nacho Martínez y Antonio Valero), la cinta no llegó a interesar y pasó más bien sin pena ni gloria.
Todo lo contrario ocurriría, sin embargo, con la segunda película dirigida por el bilbaíno Enrique Urbizu, Todo por la pasta (1991), que ya había debutado en el largo con la comedia Tu novia está loca (1988), comentada en el anterior capítulo. Aquí Urbizu se destapó como un más que interesante cineasta que en el thriller se encontraba en su elemento, en una historia en el que el catalizador es una fuerte cantidad de dinero robada de un bingo, que ocasionará una búsqueda desaforada del botín, en una intriga violentísima (para la época) en la que un sorprendente Antonio Resines mostraba su lado más duro, lejos de sus habituales papeles cómicos. Descubierto Urbizu por este film, será fichado por el cine nacional, en el que, entre otras cintas de géneros diversos, rodará dos de los más interesantes thrillers del cine español de este siglo XXI, La caja 507 (2002) y No habrá paz para los malvados (2011).
A mediados de esa década de los noventa llama poderosamente la atención el debut en el largometraje del donostiarra nacido en Barcelona Daniel Calparsoro: la película es Salto al vacío (1995), thriller guerrillero (en afortunada definición del director de fotografía Kiko de la Rica) que se centraba en una joven que lidera una más bien desastrosa banda de marginales en los barrios lumpen de las localidades industriales vascas tras el desmantelamiento de los Altos Hornos de Vizcaya, en una film de alguna forma nihilista, fuertemente influido por el estilo del entonces emergente Quentin Tarantino. Calparsoro dará el salto al cine nacional, donde se especializará en un tipo de cine bronco, no precisamente estiloso, un cine que podríamos denominar “macho”, con gran violencia y dureza, generalmente en los terrenos del thriller o sus aledaños. Recientemente ha vuelto a rodar en Euskadi, concretamente en Vitoria-Gasteiz, en la adaptación al cine del bestseller de escritora alavesa Eva García Sáenz de Urturi, El silencio de la ciudad blanca (2019), claramente influenciada por crímenes rituales, a la manera, en cine, del Seven de David Fincher o, más recientemente, a la manera, en literatura, de la Trilogía del Baztán, de Dolores Redondo, también llevada a la gran pantalla. Este nuevo thriller rodado casi un cuarto de siglo después de Salto al vacío, sin embargo, resulta estar lógicamente mucho mejor rodado pero con mucho menos interés, mucho más flamígero, manierista, artificioso y falso.
El bilbaíno Ernesto del Río tiene una filmografía no demasiado larga, tampoco demasiado distinguida, en la que abundan sobre todo los dramas, aunque también algún thriller entreverado de drama, como Hotel y domicilio (1995), ambientado en su ciudad natal, que se centra en un forense abandonado por su pareja que se verá tentado por cubrir las urgencias sexuales tirando de agencia de chaperos, lo que le hará verse envuelto en una peligrosa trama. Aunque buscaba un cierto acercamiento hacia el entonces reciente fenómeno de la prostitución masculina, Del Río, que nunca ha sido precisamente un estilista, no consiguió interesar ni al público ni a la crítica, en este film que buscaba hablar de la temática LGTBI y de la prostitución gay, todo ello en clave de mediocre thriller.
Ana Díez, que había tenido cierta repercusión años antes con su debut en el largometraje con Ander eta Yul (1989), da el salto fuera de Euskadi y de España en su segundo largo, ahora en clave de thriller, con Todo está oscuro (1997), ambientada inicialmente en San Sebastián, en la que una periodista (Silvia Munt) tendrá que viajar a Bogotá, en Colombia, para descubrir lo sucedido con el asesinato de su hermano, viéndose envuelta en una turbia espiral de violencia, tanto por su cualidad de europea como por los ambientes en los que se movía su hermano, en un film ciertamente curioso que buscaba una aproximación a una realidad muy distinta de la del País Vasco, donde las seguridades y certezas de los occidentales se desvanecen.
El actor y director Patxi Barko, nacido en Cataluña pero de obvias raíces vascas, rueda su primer largometraje, El final de la noche (2006), dentro del género del thriller, en una historia de corte psicológico en el que tendrá una fuerte incidencia el componente erótico, una historia ciertamente peculiar en la que la persona encargada de la reconstrucción periodística de un asesinato múltiple se dará cuenta de que ella misma está implicada en tan oscuro asunto… Lo cierto es que la película no llegó a interesar y pasó sin pena ni gloria, a pesar de un interesante reparto, con Itziar Ituño a la cabeza, mucho tiempo antes de consagrarse con La casa de papel, pero también con un amplio elenco de veteranos actores vascos, como Ramón Agirre, Joseba Apaolaza y Kandido Uranga.
La tentación por la coproducción internacional será la gasolina que pondrá en marcha el proyecto de Bosque de sombras (2006), el primer largometraje de Koldo Serra, que unos años antes había llamado poderosamente la atención con su corto El tren de la bruja (2003). Con un reparto internacional, comandado por Gary Oldman, Virginie Ledoyen y Paddie Considine, pero también nacional, con Aitana Sánchez-Gijón y Lluís Homar, la película, hablada en español e inglés, buscaba un público europeo y norteamericano con un thriller en el que se daban cita elementos tales como la confrontación de culturas, algunos atisbos de cine de terror y el siempre agradecido cine de persecuciones, aunque el resultado distó de ser el deseado y la película no tuvo apenas repercusión, ni en España ni fuera, a pesar del cosmopolita reparto. Años más tarde, el propio Koldo Serra reincidiría en el género, aunque ya con temática más carpetovetónica, en 70 binladens (2018), que se podría reputar una versión libérrima y en clave dramática de El mundo es nuestro (2012), la desvergonzada comedia andaluza de Alfonso Sánchez. Serra presenta una situación económicamente angustiosa, con una mujer (estupenda Emma Suárez, como siempre) necesitada perentoriamente de una apreciable cantidad de dinero, que se verá envuelta en un atraco cuando está en el banco para solicitar un préstamo. A destacar también la siempre magnífica Nathalie Poza, una de esas actrices que resultan convincentes en cualquier papel.
Por su parte, La sombra de nadie (2006) es un thriller entreverado de terror, una historia ambientada en la Navarra euskalduna, y localizada cronológicamente en los años sesenta, momento en el que aparece el cadáver de una niña de un internado; a partir de ese macabro suceso se precipitarán los acontecimientos... La película contó con la dirección del donostiarra Pablo Malo, que rodaría años más tarde otro thriller, Lasa y Zabala, incardinado en el llamado “conflicto vasco” y, por tanto, ya comentado en capítulos anteriores. Lamentablemente, este La sombra de nadie, intento de hibridar terror y thriller, no tuvo apenas repercusión comercial ni crítica. Como curiosidad, en el reparto aparecen varios actores andaluces (José Luis García Pérez, Manuel Morón, Vicente Romero), interpretando personajes vasconavarros.
El maltrato doméstico será el tema sobre el que pivote La matanza (Txarriboda, 2015), el thriller rodado al alimón por Alvar Gordejuela y Javier Rebollo, con un esposo decidido a pasar al estado civil de viudo de forma traumática y sin que le echen la culpa, aunque se encontrará con la horma de su zapato en la persona de la inspectora encargada de investigar el caso.
El último thriller vasco que tenemos censado por ahora sería Campanadas a muerto (Hil kanpaiak, 2020), dirigido por Imanol Rayo, que hacía con este su segundo largometraje, una de esas historias que sobre el papel tienen mucho atractivo, pero cuya plasmación en imágenes deja bastante que desear. La historia, sobre la novela de la guipuzcoana Miren Gorrotxategi, planteaba el hallazgo de unos huesos en la propiedad de una familia, que mantiene una acre, sorda disputa con otra parte del clan familiar; ese macabro hallazgo traerá al momento presente recuerdos que mejor debían estar olvidados, desencadenándose una espiral de violencia. Pero Rayo no era el director adecuado; quizá un Enrique Urbizu hubiera podido sacar más partido de una historia intrigante y con posibilidades.
Ilustración: Nathalie Poza y Hugo Silva, en una imagen de 70 binladens (2018), de Koldo Serra.
Próximo capítulo: El cine vasco de la democracia (VII). El cine de género: el drama