Pelicula:

Tenemos en gran aprecio el cine español; pero eso no significa que, cuando no se hacen las cosas bien, como en este caso, tengamos que tener paños calientes con él. O sí, porque en puridad El silencio de la ciudad blanca se merecería un cero patatero, así que la solitaria estrellita que le endosamos tiene carácter más bien de regalo. Vaya esa estrella por la calidad profesional del empeño, que es evidente, pero no por sus resultados.

Vitoria, en nuestros días. En la cripta de la Catedral Vieja aparecen los cuerpos sin vida de dos jóvenes, chico y chica, desnudos y con una flor en salva sea la parte. Tenían veinte años de edad, y en la Ertzaintza, la policía vasca, recuerdan que dos décadas exactas atrás la ciudad ya se vio sacudida por varios crímenes con esta misma escenificación, siempre con parejas de igual edad y saltando de cinco en cinco años en cada doble asesinato. Pero el criminal está en la cárcel, penando desde entonces por aquellos execrables delitos... Unai López de Ayala, inspector con pasado trágico, recién incorporado al trabajo tras una baja por depresión, se encarga del caso, a las órdenes de la subcomisaria Alba...

El silencio de la ciudad blanca, de tan hermoso título, parte de la novela homónima de la escritora alavesa Eva García Sáenz de Urturi, un best seller con evidentes referencias a dos clásicos modernos del cine de intriga y terror, El silencio de los corderos (1991) y Seven (1995). Pero la adaptación al cine se ha encontrado con dos problemas ciertamente insuperables: por una parte, el guion del que son autores Roger Danès y Alfred Pérez Vargas (que siempre escriben en comandita) no es precisamente un prodigio de precisión: en este tipo de historias (realmente en toda historia que no sea fantástica, lo que no es el caso) la coherencia es una pauta irrenunciable, pero los guionistas parecen desconocerlo y hacen de su capa un sayo, pergeñando una trama rocambolesca en el que casi nada está justificado, montada de tal forma que cada quince o veinte minutos haya una persecución corriendo, venga a cuento o no (véase, si no, la primera de ellas, persiguiendo al personaje de Pedro Casablanc –que con 56 “tacos” y evidente sobrepeso ya no está para estos trotes...—que después se queda, literalmente, en nada); las motivaciones de los personajes son líquidas, por decir algo, y la estructura global tiene más agujeros que un queso gruyer.

El segundo hándicap de esta historia que aparenta interés pero termina no teniéndolo es la dirección. Daniel Calparsoro se dio a conocer hace ya un cuarto de siglo con una muy notable Salto al vacío (1995), que parecía reescribir las reglas del thriller español de los años noventa. Pero como si todo su talento se hubiera quedado en aquella primera película, lo cierto es que después nunca más ha vuelto a brillar a esa altura. En films como Guerreros (2002), Invasor (2012), Combustión (2013), Cien años de perdón (2016) y El aviso (2018), entre otros, Calparsoro ha hecho un trabajo profesional pero muy superficial, sin profundizar en personajes ni historias: es el caso. Aquí los personajes, por mucho que se les quiera dotar “de pasado”, no son sino pasmarotes de cartón, sin carne ni sangre; las relaciones que se establecen entre ellos, como la del inspector con su jefa, suenan a artificiales, a impostadas, como si, a estas alturas, hubiera que dar un poco de sexo para calentar el ambiente, como si estuviéramos en la época del Destape, qué cosa más antigua... Calparsoro enhebra una tras otra las escenas que le han escrito Danès y Pérez Vargas, pero allí no hay ni por asomo algo de arte, ni siquiera de intriga en sentido estricto, y la que hay está lograda gracias a la apreciable música de Fernando Velázquez, que se pliega atinadamente a los cánones de la banda sonora del cine de suspense.

Así las cosas, y con lo que nos gusta el cine policíaco español, lamentablemente habrá que decir que esta vez tampoco se ha conseguido una película con unos mínimos de calidad, a pesar de que los  mimbres (al margen de director y guionistas, como hemos  visto) eran buenos: además de Velázquez en la música, el vasco Josu Inchaustegui consigue una matizada fotografía, confirmando que el Goya en esa disciplina por La sombra de la ley no fue el sonido de la flauta del burro. También el elenco interpretativo es interesante: aparte de Javier Rey, que además de guapo es bastante buen actor (aunque aquí tenga pocos asideros a los que agarrarse), Belén Rueda resuelve su papel con profesionalidad, y entre los secundarios el algecireño Manolo Solo está, como siempre, estupendo en su retorcido personaje; Aura Garrido, sin embargo, carece de personaje en sentido estricto, y de esta forma lo normal es que naufrague, como así sucede.

En los últimos tiempos se vienen sucediendo en España las adaptaciones al cine de novelas negras de éxito, pero casi nunca revalidan en pantalla lo logrado en las páginas del libro. Es el caso de El guardián invisible (2017), según la novela de Dolores Redondo, o La niebla y la doncella (2017), adaptación de una de las novelas del ciclo Bevilacqua & Chamorro de Lorenzo Silva. Y casi siempre el error está en guiones manifiestamente mejorables, cuando se trata por lo general de producciones costeadas y profesionalmente solventes: habrá que recapacitar para darse cuenta de que, sin un buen guion, no hay forma de que una película sea ni medianamente aceptable. A ver si toman nota de una vez por todas...

(28-10-2019)


El silencio de la ciudad blanca - by , Oct 30, 2019
1 / 5 stars
Aparenta interés, pero no lo tiene