Enrique Colmena

La trigésimo segunda edición de los Premios Goya se saldó con el (de alguna forma esperado) triunfo de la película vasca, hablada mayoritariamente en euskera (aunque también minoritariamente en español) Handia, que consiguió diez galardones: Actor Revelación –un estupendo Eneko Sagardoy como el gigante protagonista--, Vestuario, Montaje, Dirección de Producción, Dirección Artística, Fotografía, Peluquería y Maquillaje, Efectos Especiales, Guión Original y Música; es posible que el hecho de que los dos premios gordos, Película y Dirección, no fueran finalmente para la cinta de Jon Garaño y Aitor Arregi, empañara algo su éxito, pero es evidente que una acumulación tal de “cabezones” (como son conocidos coloquialmente los bustos de Goya que se entregan en la ceremonia anual) supone un gran espaldarazo para un film que, injustamente, pasó un tanto desapercibido desde el punto de vista de recaudación cuando se estrenó, aunque en cuanto a criticas sí fue muy bien recibido. Ciertamente su tema (poner en pantalla la vida del llamado Gigante de Altzo, entre la leyenda y la historia, que vivió en la primera mitad del siglo XIX en el País Vasco) no parecía concitar muchos entusiasmos desde un punto de vista puramente comercial, pero el empeño se saldó con un resultado artístico (que es el que, al fin y la postre, debería primar) muy favorable.

Se puede decir sin faltar a la verdad que, si bien Handia fue la ganadora numérica de la noche, dada la abultada cifra de Goyas acaparados, la vencedora moral fue La librería, escrita y dirigida por Isabel Coixet, pues aunque sólo se llevó tres estatuillas, fueron de las más lucidas: Guion Adaptado y, sobre todo, Película y Dirección. Hablada íntegramente en el inglés de la Irlanda del Norte en la que se ambienta, esta hermosa adaptación de la combativa novela de Patricia Fitzgerald, contra pronóstico y casi en el último momento, se llevó un buen sabor de boca con esos tres premios que pueden darle un segundo aliento en taquilla, aunque el film ha funcionado razonablemente bien en ese aspecto.

Con igual número de Goyas, aunque quizá de menor rango, Verano 1993 se llevó los premios a Dirección Novel, Actriz Revelación (Bruna Cusí) y Actor de Reparto (David Verdaguer). Candidata de la Academia de Cine de España para los Oscar, aunque finalmente no fue seleccionada por sus homólogos de Hollywood, la ópera prima de Carla Simón, hablada íntegramente en catalán, narra la historia autobiográfica de la propia directora, ambientada en el momento temporal del título, cuando queda huérfana de padre y madre (ambos muertos por el sida) y es acogida por sus tíos maternos, una película en do menor que gana por su voluntad realista, por su capacidad de emocionar desde la sencillez.

El autor, del almeriense Manuel Martín Cuenca, debió conformarse con dos estatuillas, ambas ya “descontadas” (como se dice en términos bursátiles) por los “goyólogos”: Actor Protagonista, para un estupendo Javier Gutiérrez, seguramente en su mejor momento, ganando todos los premios habidos y por haber; y Actriz de Reparto, para una no menos excelente Adelfa Calvo, gran descubrimiento de este año, aunque ya la habíamos admirado en un papel muy diferente, hace algún tiempo, en el serial televisivo El secreto de Puente Viejo.

Poco quedó para el resto: Verónica, la interesante propuesta de terror de Paco Plaza, confirmó que el cine de género, en los Goya (como en los Oscar), suele tener una acogida regular; suyo fue el premio al Mejor Sonido; No sé decir adiós, el drama generacional de Lino Escalera, hizo que Nathalie Poza, por fin, se llevara un “cabezón” (por Actriz Protagonista) a casa, al cuarto intento, y tan merecido. La llamada, la revelación de los Javis (Javier Ambrossi y Javier Calvo) adaptando su propia obra musical, se llevó el Goya a la Mejor Canción Original, para Leiva.

Del resto de los premios (están en la red, no hace falta citarlos todos) comentaremos que nos pareció muy justo el de Mejor Película Iberoamericana para la chilena Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio; la Mejor Película Europea fue para la sueca The square, candidata al Oscar a la Mejor Película en Habla No Inglesa.

En cuanto a la gala propiamente dicha, hacía tiempo que no veíamos una tan rematadamente mala: con un guion pésimo, dos conductores (Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla) que no terminaron de conectar en ningún momento ni con el público de la sala ni (lo que es peor) con el que veía la ceremonia a través de televisión, y una serie de absolutamente innecesarias meteduras de dedo en el ojo ajeno, como el menosprecio para con los cortos: “si ganas dos Goyas, ya tienes uno de verdad”, vino a decir el mameluco de Sevilla. Al público presente en el acto, salvo en los gags que estaban guionizados con algunos de ellos, se le notó incómodo con las chácharas de estos comicastros que reivindican el humor del absurdo, cuando eso es lo que hacían Gila, Tip y Coll y hasta Martes y Trece, pero desde luego no ellos. Lo suyo, lo de estos chicos de La hora chanante, Muchachada nui y otras majaderías similares, no es humor del absurdo sino humor de la nada: vamos, una nadería, que puede funcionar (más o menos) en un monólogo de bar de carretera, pero no en el que se supone es el evento más importante del año del cine español.

En cuanto a las reivindicaciones feministas, los abanicos rojos repartidos brillaron (salvo en algún momento) por su ausencia, con lo que no tuvieron eco alguno; los esforzados “speeches” de algunas de las presentadoras y de algún que otro presentador resultaban extrañas en una gala cuyos conductores eran ambos hombres (qué magnífica ocasión para la paridad...) y en el que el nutrido equipo de guionistas, también, estaba formado abrumadoramente por varones. Se agradeció, eso sí, que, a diferencia de un lamentable Julián López --otro de la misma cuadra-- en la conducción de los Premios Feroz, no se invocara el espíritu del #metoo para pringar de forma generalizada e indiscriminada a todos los productores españoles en la abyecta práctica del acoso sexual.

Pero la cosa no se quedó solo en los conductores y sus chistes espesos y sin apenas relación con el contexto cinematográfico en el que debían insertarse; la realización fue manifiestamente mejorable, hubo errores de coordinación propias de función de fin de curso de instituto, la ceremonia careció de ritmo, y la sensación global es que la Academia, este año, ha hecho aguas (mayores...) en los Goya.

Eso sí, queda el dato curioso de que, de los veintiocho premios Goya entregados (aparte del de Honor, muy merecido, para la siempre estupenda Marisa Paredes), dieciséis lo fueran para películas rodadas en lengua distinta al español: Handía (10 Goyas), en euskera; La librería (3 Goyas), en inglés; y Verano 1993 (3 Goyas), en catalán. Así que se puede felicitar a esos films, con toda justicia, en cada una de esas lenguas: ¡zorionak, congratulations, felicitats!


Pie de foto: Una imagen de Handia, ganadora de 10 Premios Goya.