Enrique Colmena

El estreno de María, Reina de Escocia, de Josie Rourke, y, algo más atrás, el de La favorita, de Yorgos Lanthimos, pone de actualidad a las reinas británicas en el cine y la televisión, un tema que, como veremos, ha dado mucho de sí, y durante prácticamente todas las épocas, desde el cine mudo hasta nuestros días.

Al no existir la Ley Sálica en Inglaterra, Escocia y el posterior Reino Unido de la Gran Bretaña (que engloba a ambas naciones, más Gales e Irlanda, después solo Irlanda del Norte), lo cierto es que en las Islas Británicas han reinado varias soberanas que, digámoslo ya, han marcado sus reinados de una forma mucho más reseñable de lo que lo que lo han hecho los monarcas varones, salvo, quizá, Enrique VIII, y en este caso no solo por su afición a divorciarse o a decapitar a sus esposas, según tocara, sino, sobre todo, por el cisma religioso que, por supuesto, tenía mucho más de trasfondo político que de auténtica discrepancia con el catolicismo.

Como decimos, las reinas británicas han sido, en general, mucho más interesantes que sus homólogos hombres, y en eso el cine y la televisión, que tienen un radar especial para saber cuándo interesan al público las historias, han llevado sus vidas y reinados reiteradamente a la pantalla. Sobre cinco soberanas centraremos este conjunto de artículos, las cinco soberanas sin duda más atractivas, en términos artísticos y vitales, de las que han reinado sobre Inglaterra, Escocia o el Reino Unido en su conjunto. Como siempre afrontamos este asunto sin vocación de exhaustividad, si bien es cierto que gran parte de la filmografía sobre las reinas británicas va a pasar por este grupo de artículos.

Las monarcas británicas, aunque teóricamente en su momento (salvo, ya en el siglo XX y XXI, Isabel II), gozaban de un poder absoluto, como sus homólogos varones, lo cierto es que tuvieron que soportar presiones muy superiores a la de los reyes hombres, por obvias razones: en una sociedad como la británica de la llamada Edad Moderna, la mujer tenía un papel secundario, subsidiario con respecto al varón, por lo que, aunque tuviera su testa coronada, aquellas que se sentaron en el trono de San Jorge tuvieron que, por un lado, ejercer el gobierno con dureza, sin que el más leve temblor en el pulso hubiera podido indiciar debilidad en su mandato, y, por otro, debieron ejercerlo con una inteligencia superior a la media de su tiempo, para estar por encima de cuantos nobles de la corte consideraban que debían asesorar a quien, es evidente, consideraban inferior en todo (también en cacumen), aunque tuviera sangre real.

Si hay una reina por la que el cine, y también la televisión, se ha interesado especialmente, esa es Isabel I Tudor, cuya filmografía sobre su figura es larga como un brazo. Isabel I de Inglaterra (o Elizabeth I, como deberíamos decir en puridad) nació en 1533 y murió en 1603; su reinado tuvo lugar entre 1658 y la fecha de su muerte, en total 44 años. Hija de Ana Bolena, su madre fue decapitada por orden de su padre, Enrique VIII, cuando la princesa Isabel tenía solo 3 años. Llegó al trono tras la prematura muerte de sus hermanos Eduardo VI y María I. Su dilatado reinado se caracterizó, por una parte, por su renuencia a contraer matrimonio y tener herederos; por otro, por el mantenimiento de Inglaterra en el seno de la iglesia protestante, para reforzar la independencia del reino frente a las naciones católicas del continente, y también por el florecimiento de las artes: Shakespeare, Marlowe, John Ford (el dramaturgo, no el cineasta de varios siglos después), Francis Beaumont o Charles Spenser, entre otros grandes literatos, crearon su obra en aquella etapa, conocida como la era isabelina. La guerra de Inglaterra contra la España de Felipe II también es uno de los grandes asuntos de este período, así como su pugna con María Estuardo, reina de Escocia, postulante al reino de Inglaterra, a la que finalmente ordenó decapitar.

Una vida azarosa, llena de temas interesantes, que el audiovisual no ha desdeñado llevar a la pantalla una y otra vez. Curiosamente, la primera ocasión en la que, según nuestros datos, aparece Isabel I en el cine no será en un film inglés, sino francés: es Les amours de la reine Élisabeth (1912), un mediometraje dirigido por Henri Desfontaines y Louis Mercanton, en el que el papel de la monarca fue interpretado nada menos que por Sarah Bernhardt, la gran diva del teatro galo, centrándose el film en la relación entre la soberana y el conde de Essex, uno de sus grandes amores. También de la época silente es Drake’s love story (1913), dirigida y protagonizada por Hay Plumb en el papel del pirata del título, un folletín romántico con el bucanero de galán y la reina Isabel I, que fue su protectora, en un personaje episódico, interpretada por Violet Hopson.

Saltamos a los años veinte para encontrar The virgin queen (1923), film británico de la época muda, dirigido por J. Stuart Blackton, con Diana Maners como la soberana, en una historia con tono de thriller, en la que el conde de Leicester, otro de los amantes de la reina, desbaratará un complot para asesinarla. Con ese mismo título, The virgin queen (1928), se hará el primer film sonoro sobre la Tudor, ya bajo pabellón USA, con dirección de Roy William Neill y con Aileen Manning como la monarca inglesa. De nuevo aparecerá la figura recurrente de Sir Francis Drake en la película Drake of England (1935), de Arthur B. Woods, aproximación británica al desastre de la Armada Invencible, y en la que, además del pirata, con los rasgos de Matheson Lang, la reina Isabel estaba encarnada por Athene Seyler.

Los años treinta fueron profusos en películas sobre la reina Tudor, y además fueron ganando en presupuesto y estrellas. Así, la británica Inglaterra en llamas (1937), con dirección de William K. Howard, contará con Flora Robson como la soberana, y nada menos que Laurence Olivier como el espía que la reina envía a España para enterarse de los planes de Felipe II, lo que le permite desbaratar el ataque de la Armada Invencible. Tangencialmente, la reina Isabel aparecerá también en Will Shakespeare (1938), TV-movie dirigida por Clemence Dane, sobre la vida del famoso dramaturgo, en la que la monarca tendrá los rasgos de Nancy Price. La última de las películas de los años treinta sobre la reina Tudor tendría gran éxito: es La vida privada de Isabel y Essex (1939), corriendo la dirección cinematográfica a cargo del gran Michael Curtiz (el director de Casablanca, para situarnos), y con una fastuosa pareja, Bette Davis como la monarca y Errol Flynn como su amado, Robert Devereaux, conde de Essex, en un film en el que también tenían papeles gente tan buena como Olivia de Havilland y Vincent Price, y que ponía en imágenes la tormentosa relación entre Isabel y Essex, una auténtica relación de amor/odio.

Ya en los cuarenta, será de nuevo Michael Curtiz quien tocará, esta vez secundariamente, la figura de la reina Isabel en El halcón del mar (1940), típico film de aventuras en los que era perito Hollywood, de nuevo con Errol Flynn al frente del reparto, ahora como el pirata Geoffrey Thorpe, al servicio de la soberana para luchar contra España y su Armada Invencible, correspondiendo de nuevo a Flora Robson (ya lo hizo en Inglaterra en llamas, según hemos visto) poner cara a la reina.

Saltamos a los años cincuenta para encontrarnos de nuevo con el tema de la soltería de la monarca en La reina virgen (1953), con dirección de George Sidney, sólido cineasta jolivudense con títulos sobresalientes en su haber (recuérdense Los tres mosqueteros o Levando anclas, por ejemplo), en la que se nos narra la historia de Isabel desde su niñez hasta que asciende al trono, aquí con los rasgos de Jean Simmons, y su enamoramiento secreto del almirante Thomas Seymour, al que encarna Stewart Granger, con algunos secundarios de lujo: Charles Laughton como Enrique VIII y Deborah Kerr como Catherine Parr, sexta y última esposa del monarca. En esa misma década se rodará El favorito de la reina (1955), con dirección de Henry Koster y, de nuevo, Bette Davis en el papel de la monarca, en una verídica historia (aunque fantaseada para la ocasión) sobre su relación (en este caso no sexual) entre la soberana y el noble sir Walter Raleigh, encarnado por Richard Todd.

En la década de los sesenta será la televisión la que llevará a la pantalla a la monarca Tudor. Así, con producción de la prestigiosa BBC, tendremos la miniserie Kenilworth (1967), sobre la novela homónima de Walter Scott; narra la historia (basada en hechos reales) del Conde de Leicester, quien casó en secreto con su amada mientras, con gran ambición política, cortejaba a la reina, que interpretaba Gemma Jones. Y, en este caso en Estados Unidos, se hizo Elizabeth the Queen (1968), segunda versión al cine (la primera fue La vida privada de Isabel y Essex, ya citada) de la obra teatral homónima original de Maxwell Anderson; se trata de una costeada TV-movie con dirección de George Schaefer y nada menos que con Charlton Heston, entonces ya toda una estrella, como el conde de Essex, y Judith Anderson (sí, la inolvidable ama de llaves de Rebeca...) como la circunspecta soberana, de nuevo a vueltas con la relación entre el amor y el odio de la monarca y el aristócrata.

Ya en los años setenta, la miniserie de la BBC Elizabeth R. (1971), con dirección de Roderick Graham y con la gran Glenda Jackson como la reina, pondrá en pantalla la vida de Isabel I desde su llegada al trono, con especial énfasis en la sorda lucha que mantuvo con sus consejeros para no contraer matrimonio, y también en su pugna no menos sorda con su prima María Estuardo, encarnada por Vivian Pickles. Aunque en general el tratamiento sobre la soberana Tudor ha sido serio, a veces también el cine y la televisión (sobre todo esta última) se han permitido un trato mucho más relajado, incluso humorístico, como ocurría en la serie televisiva La víbora negra (temporada 2ª, datada en 1986), con dirección de Mandie Fletcher, que ponía en solfa la era isabelina con un Rowan Atkinson (antes de convertirse en actor popularísimo con la serie Mr. Bean) en el papel principal, en clave de comedia chusca, y con Miranda Richardson encarnando a la soberana.

Orlando (1992) aportará una curiosidad de lo más bizarra: el film de Sally Potter sobre la novela homónima de Virginia Woolf que fantasea sobre un joven (el Orlando del título, interpretado por la andrógina Tilda Swinton) en la época isabelina, a quien la monarca, en su lecho de muerte, lega un importante patrimonio a cambio de que no envejezca nunca, lo que sorprendentemente, sucede; sin embargo, a lo largo de los siglos cambiará de sexo, convirtiéndose en mujer; en un rasgo de libertad absoluta, el film presenta a la reina Isabel con los rasgos de... un hombre, el famoso actor y escritor travesti Quentin Crisp, en una película que, obviamente, no jugaba en la liga de la Historia sino en la de la fantasía.

Mucho más clásica y ajustada a los hechos históricos será Elizabeth (1998), con dirección del indobritánico Shekhar Kapur, fastuosa recreación de la era isabelina que contará con una espléndida Cate Blanchett en el papel de la reina, una película que cuenta los primeros años de la soberana británica, con Joseph Fiennes en el papel del conde de Leicester, uno de los amantes más duraderos de la soberana. Ese mismo año se estrena Shakespeare enamorado (1998), con dirección de John Madden, sobre el personaje literario del título (que interpreta también Fiennes), apareciendo en un papel secundario pero más que relevante Judi Dench como Isabel I, hasta el punto de que uno de los siete Oscar logrados por la película fue para la eximia actriz.

El siglo XXI también será pródigo en presentar en pantalla a Isabel I. Con el título de Elizabeth (2000) se hace una TV-movie en clave de docudrama, con Imogen Slaughter como la soberana. La reina virgen (2005) será una miniserie televisiva de la BBC, dirigida por Coky Giedvoyc, con Anne-Marie Duff, narrando la mayor parte del mandato de la reina, con sus amores iniciales de juventud con el conde de Leicester (aquí con los rasgos del que posteriormente sería popularísimo actor, Tom Hardy) y en sus tiempos de madurez con el conde de Essex (aquí el actor y director Dexter Fletcher). Ese mismo año Tom Hooper dirige una costeada miniserie, Elizabeth I (2005), en este caso para la HBO y el Channel Four británico, con Helen Mirren como la monarca y nada menos que Jeremy Irons como Leicester, en una historia que se centra en los últimos años de la reina.

Aunque la famosa serie Los Tudor (2007) se centra fundamentalmente en la vida y obra de Enrique VIII (con los rasgos de Jonathan Rhys Meyers), la que sería reina aparecerá como princesa Isabel y con los juveniles rasgos de Laoise Murray. Como una continuación a la Elizabeth de Shekhar Kapur, y con el mismo director y gran parte del mismo equipo técnico y artístico, se rueda Elizabeth. La edad de oro (2007), con Blanchett de nuevo como la monarca, ahora ya más madura, en la plenitud de su reinado, y con Samantha Morton encarnando a María Estuardo y, ¡oh, sorpresa!, Jordi Mollà como Felipe II, el monarca español.

Quizá a rebufo del enorme éxito de Los Tudor, Las hermanas Bolena, ya en cine, pone en escena de nuevo la tormentosa relación de Ana Bolena, pero también de su hermana María, con el rey Enrique VIII; las hermanas estaban interpretadas por las estrellas de Hollywood Natalie Portman y Scarlett Johansson, con Eric Bana como el poderoso monarca y un elenco de lo más atractivo: Mark Rylance, Kristin Scott Thomas, Benedict Cumberbatch, Eddie Redmayne, Juno Temple... incluso nuestra Ana Torrent, muy apropiadamente como Catalina de Aragón. Como se ve, una costeada producción, entre otros de Columbia, Focus Features y la BBC, en la que la entonces princesa Isabel estuvo interpretada por Maisie Smith.

Las apariciones relevantes de la última monarca Tudor se cierran, por ahora, con Anonymous (2011), la puesta en imágenes del alemán (afincado desde hace décadas en USA) Roland Emmerich sobre la supuesta autoría real de los textos de Shakespeare, adjudicados, según esa teoría, al conde de Oxford, quien por posición aristocrática no podría figurar como autor de los mismos y pagaba a William como testaferro. Vanessa Redgrave pondrá su imponente presencia para interpretar a una ya muy madura Isabel I, una excelente forma, desde luego, de terminar este repaso, esta glosa sobre la forma en la que cine y televisión han visto la figura de aquella mujer que, ciertamente, cambió el mundo, o al menos el mundo entonces conocido...

Ilustración: Una imagen de Cate Blanchett caracterizada como la reina Isabel I en Elizabeth (1998), de Shekhar Kapur.

Próximo capítulo: Reinas británicas, el poder en femenino (II). Victoria