Enrique Colmena

En los días en los que se escriben estas líneas es inminente (salvo sorpresa de última hora) la exhumación del Valle de los Caídos y posterior inhumación en el Cementerio del Pardo, de los restos de Francisco Franco Bahamonde, quien fuera Jefe del Estado desde 1939 hasta su muerte en 1975, en virtud de un pronunciamiento militar iniciado el 18 de Julio del primero de esos años. Dejando al margen la evidente ilegalidad del cargo, carente de cualquier legitimidad democrática, lo cierto es que Franco gobernó el país con mano de hierro durante 36 años (39 si contamos los de la Guerra Civil 1936-39, en los territorios bajo dominio de los sublevados contra la República). Es, pues, un nombre de vital importancia para entender la Historia de España del siglo XX... y, como estamos viendo en estos días, también la del siglo XXI.

Aparte de esa actualidad política, la figura de Franco está también de actualidad cinematográfica con el estreno en estas semanas de Mientras dure la guerra, la nueva película de Alejandro Amenábar, que pone en escena los últimos meses en la vida del intelectual Miguel de Unamuno, desde la fecha del Alzamiento Nacional y la inicial adhesión del escritor vasco, hasta su decepción con el giro brutal que, en su ingenuidad, no llegó a vislumbrar en su primitivo entusiasmo por la causa de los rebeldes, pensando que venían a poner orden en la República pero no a sustituirla por un régimen de corte fascista, a la manera de los entonces ya vigentes y pujantes en Alemania e Italia. En la película de Amenábar aparece el personaje de Franco representado por un actor, hecho que, si bien durante el franquismo fue imposible, a partir de su muerte se ha ido produciendo hasta hacer que la filmografía que incluye a un Franco interpretado sea ya bastante considerable.

El catedrático Rafael Utrera Macías ha publicado en Criticalia una espléndida serie de cinco artículos relativos a diversas circunstancias culturalmente reseñables sobre el que fuera dictador de España durante casi 40 años, bajo el título genérico Franco: exhumación literaria y cinematográfica, que el lector puede consultar haciendo clic en los siguientes enlaces: I, II, III, IV, V.

Por nuestra parte nos proponemos en el presente ciclo de artículos glosar las películas, series, miniseries de televisión y TV-movies o telefilms en los que ha aparecido el personaje de Francisco Franco interpretado por diversos actores. Aunque generalmente huimos de la exhaustividad, esa imposibilidad, física o metafísica, estimamos que, en este caso, el detalle que vamos a hacer sí reúne todos los productos audiovisuales que, hasta la fecha (octubre de 2019) se han estrenado en salas de cine, se han emitido en canales televisivos o se han difundido a través de plataformas digitales, en los que ha aparecido, aunque haya sido de forma fugaz, el rol del militar gallego que rigió férreamente los destinos de España durante casi cuatro décadas.

Si hacemos nuestro repaso por orden cronológico, nos encontraremos con que la primera ocasión en la que el dictador aparece representado en una pantalla será en el largometraje Companys, proceso a Cataluña (1979), film de Josep Maria Forn que narraba la historia de Lluís Companys, que fuera presidente de la Generalitat desde 1936 hasta 1940 (desde el 39 en el exilio), huido a Francia a la entrada de los sublevados nacionalistas en Barcelona y entregado por las autoridades colaboracionistas francesas a España, siendo fusilado por el régimen franquista. En el film, de claro aliento catalanista (estábamos al principio de la Transición, nada que ver con nuestros días...), aparece fugazmente la figura de Franco, interpretado (lo que son las cosas...) por un actor catalán, Bartomeu Olsina, de trayectoria cinematográfica escasa, siendo su ámbito natural el teatro. Estamos todavía en una aparición episódica, con un pequeño papel, que sin embargo llamó la atención en tanto en cuanto fue la primera vez en la que un actor hacía del dictador: habían pasado solo 4 años desde su muerte, y la maquinaria del régimen franquista estaba, en buena medida, intacta...

En un tono muy distinto, la adaptación al cine de la novela de Fernando Vizcaíno Casas ...Y al tercer año, resucitó (1980), dirigida por uno de los cineastas “de cámara” del franquismo, Rafael Gil, presentaba con claves de comedia (más bien astracanada) la imaginaria resurrección del dictador al tercer año de su muerte, en un remedo de la resurrección de Cristo (al tercer día, en este caso) que no se entiende cómo en su momento no produjo sarpullidos en la inflamada aunque menguante parroquia nacionalcatolicista. Esa fantasiosa resurrección producía, como era de prever en la calenturienta imaginación franquista, la medrosa respuesta de los políticos de la incipiente democracia. Curiosamente, será José Nieto el encargado de poner rostro (fugazmente) a Franco, en esa más bien imposible resurrección. Y decimos curiosamente porque Nieto, en Raza (1941), la película que José Luis Sáenz de Heredia rodó con guion del propio Franco, bajo el seudónimo de Jaime de Andrade, interpretaba a Pedro Churruca, el hermano “malo” (político republicano, mendaz y fullero) del protagonista, José Churruca, trasunto del propio Franco (interpretado por Alfredo Mayo). Así que, también en el imaginario franquista, quizá esta fue la forma en la que el bueno de José Nieto se “redimiera” de aquel politicastro rojo y masón...

Curiosamente, cuando se estrenó Dragón Rapide (1986), de Jaime Camino, se reputó como la primera vez que aparecía en efigie el dictador en una pantalla, lo que ya hemos visto que no fue así; sí es verdad que fue la primera vez en la que Franco era el protagonista prácticamente absoluto, con un personaje que se constituía en centro y eje de la trama, ambientada en los días previos al llamado Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936. De Franco hacía el actor sevillano (de Bormujos, concretamente) Juan Diego, un todoterreno que ha hecho de todo, desde numerosos Estudio 1 y Novela en los años sesenta y setenta, hasta teatro a lo largo de toda su dilatadísima carrera, pasando por innumerables películas y series, un grande de la interpretación que compuso un dictador desabrido, bronco y autoritario, como el imaginario popular lo recordaba en su magín, tal y como lo había transmitido incesantemente primero el Nodo y después Televisión Española. Se dijo con sorna que no dejaba de ser curioso que el primer actor que interpretaba el personaje del dictador como protagonista fuera alguien conocido por sus ideas de izquierda, militante comunista y, en la época de la dictadura, firme combatiente antrifranquista. El trabajo de Juan Diego fue excelente, no solo en la caracterización, sino sobre todo en la creación de un tipo humano que el español de la época, sobre todo el que tenía ya cierta edad, reconocía plenamente como el hombre que durante 40 años mantuvo las riendas del país y reprimió las más elementales libertades públicas y civiles.

Si Dragón Rapide (nombre del avión inglés que trasladó en secreto a Franco desde Canarias, donde era Capitán General, hasta Marruecos, para iniciar el golpe de Estado) era un film fundamentalmente histórico, que buscaba poner en imágenes no solo la figura central de Franco, sino todos los movimientos que se produjeron en el entorno del 18 de julio y que desembocaron en el llamado Alzamiento Nacional, el siguiente film que presentó en pantalla al dictador lo haría en clave de comedia. Fue Espérame en el cielo (1988), que fantaseaba con la posibilidad de que Franco tuviera un doble que le sustituyera tanto por razones de seguridad como de comodidad. La película, dirigida por Antonio Mercero, presentaba al actor argentino Pepe Soriano como el dictador, pero también a su doble, un pobre diablo llamado Paulino Alonso que, sin comerlo ni beberlo, se encontraba en la tesitura de ser, velis nolis, el sosias del jefe del Estado, todo ello ambientado a finales de los años cuarenta. Por supuesto, la dualidad del personaje permitía escenas descacharrantes cuando se producía entre los subalternos confusión sobre quién era realmente en cada momento el que parecía Franco, o quizá no lo era (esto es muy gallego, sí...). José Sazatornil “Saza” bordaba su personaje, un burócrata redomadamente facha que, sin embargo, se verá en más de un apuro con esta duplicidad no siempre clara de su jefe y el infeliz que lo sustituía. Soriano estaba estupendo en su doble papel, estremecedor en su dureza como el despótico jefe del Estado y tiernamente humano (aunque también supiera ponerse serio cuando era de menester, sobre todo con los que le ninguneaban por su papel subsidiario) como el otro, el que se vio compelido, sin posibilidad de escape, a vivir la vida de alguien socialmente muy por encima de él, un hombre llamado a estar en la Historia, aunque esta no lo absolverá.

En otro giro radical, la siguiente vez en la que veremos a Franco en pantalla, será en una de las muy peculiares historias de Francisco Regueiro, uno de nuestros más interesantes (también más raros) directores españoles entre las décadas de los sesenta y los noventa. La película fue Madregilda (1993), y su fracaso en taquilla precipitó el final de la carrera del cineasta vallisoletano. El film, una fantasía quizá más literaria que cinematográfica, imaginaba, en el contexto del estreno en España de la mítica Gilda (1946), de Charles Vidor, un local secreto en el que se reunirían, para jugar una semanal partida de mus, el mismísimo Franco, ya entonces Generalísimo y dueño absoluto de los destinos del país, además de otros personajes curiosos, como un militar de alta graduación, manco y tuerto (veladamente, por tanto, el general Millán Astray –que también aparece en la mentada Mientras dure la guerra--, aunque nunca aparezca como tal); todos ellos componían un peculiarísimo film sobre la sensualidad, la sexualidad, la maternidad, el poder, una extraña película, extravagante y lúcida, como todas las de Regueiro, pero también comercialmente suicida. De Franco, y de su sosias, hacía Juan Echanove, en una composición que no buscaba asemejarse al original sino adentrarse en el personaje imaginario que el film describía, que a la vez se parecía y no se parecía al auténtico Franco, en una historia, como queda dicho, que transitaba más por terrenos literarios que puramente cinematográficos.

Ilustración: Juan Diego, caracterizado como Francisco Franco, en una imagen de Dragón Rapide (1986), de Jaime Camino.

Próximo capítulo: Todos los rostros de Franco en la pantalla (II). 1996-2010