14-06-2025
[El lector interesado en la figura de Charles Chaplin puede consultar también en Criticalia los artículos 1616/2016: 400 AÑOS (VI). Cervantes / Quijote/ Quijotismo. Chaplin / Charlot/ Charlotismo, del que es autor el profesor Rafael Utrera Macías, y A propósito de “El Gordo y el Flaco”: las estrellas del cine cómico mudo en el sonoro (I). Laurel & Hardy, Keaton, Chaplin, original del autor de este artículo]
Con motivo del centenario de La quimera del oro, estrenada en 1925, Movistar+ dedica uno de sus canales temporales a mostrar la obra cinematográfica de Charles Chaplin, uno de los nombres indiscutibles del llamado Séptimo Arte, mayormente como creador de un arquetipo humano (el pequeño Charlot, en España y otros países de Europa, o Charlie, en Estados Unidos) a la altura de Don Quijote, Don Juan, Hamlet o Montecristo, un personaje universal ficticio que, como los citados (y otros más, por supuesto) nos define como seres humanos. Pero, por supuesto, Chaplin fue mucho más que aquel pequeño vagabundo de pantalones bombachos, zapatones como barcos, mínimo bombín, bigotillo como de mosca y bastón arqueado: agotado el personaje, Charles supo dar el salto a otras historias, otras películas, en las que también daría muestra de su genio, aunque parece evidente que lo más fresco de su creación estuvo vinculado a aquel insignificante personajillo que, en realidad, era un gigante humano.
Hay que decir, en honor a la verdad, que Movistar+ peca de hiperbólico al anunciar su canal temporal como “Todo Chaplin”, porque en realidad no es así. A ver, es cierto que están todos los largos que dirigió, desde El chico (1921) (que con sus 68 minutos ya se puede considerar como tal) hasta La condesa de Hong Kong (1967), casi medio siglo después. Pero los cortos dirigidos por Chaplin, desde 1914 en el que se inició como realizador, alcanzan la cuantiosa cifra de 57, mientras que Movistar+ ofrece en su canal “Todo Chaplin” solo 7…
Así que, por supuesto, bienvenido este canal temporal, que estará disponible en el dial 18 de la parrilla de Movistar+ desde el 12 de junio hasta el 6 de julio de este 2025, pero, ciertamente, no es “Todo Chaplin”. Se agradece que el poderoso operador telefónico y televisivo propiedad de Telefónica tenga redaños para ofrecer un canal, aunque sea temporal, nutrido exclusivamente de una serie de películas que son, en su gran mayoría, mudas, y además, todas (salvo La condesa de Hong Kong) en blanco y negro, ambas circunstancias (cine mudo y blanco y negro) a lo que se resisten como gato panza arriba las televisiones y plataformas de nuestro tiempo.
Así que, sí, enhorabuena a Movistar+ por la iniciativa (con el “pero” de dar como “todo” lo que solo es “una parte”), que puede permitir a las jóvenes generaciones que así lo deseen hacerse una idea bastante cabal sobre lo que supuso para el cine, pero también para el mundo de la cultura, o para el mundo, a secas, la figura gigantesca de este Charles Chaplin (Londres, 1889 – Vevey, Suiza, 1977) que, con una infancia literalmente dickensiana (padre alcoholizado, madre con problemas psiquiátricos, internada en un manicomio, él mismo ingresado varias veces en hospicios), se inició muy joven en el music hall, como tantos otros cómicos del cine silente (Keaton, Semon, Langdon, Fatty Arbuckle, entre otros, todos ellos procedentes del teatro de vodevil). En 1908 Chaplin emigró a Estados Unidos, junto con la compañía de cómicos en la que trabajaba, y a partir de 1914, descubierto por Mack Sennett (uno de los nombres imprescindibles en la producción del cine de la época muda), comienza a intervenir en películas, primero solo como actor, pero pronto también como director; casi desde el principio concibe y crea su personaje del pequeño vagabundo, que se hace inmensamente popular en todo el mundo con diversos apelativos, desde el Charlie del mundo anglosajón -también llamado allí simplemente The tramp, el Vagabundo- al Charlot de la Europa no angloparlante, aunque en España, en alguna época, también fue conocido como Carlitos, que finalmente no cuajó en el imaginario popular.
Como decimos, en el canal “Todo Chaplin” se irán sucediendo los pases de esos 7 cortos (de los 57 que dirigió…), que serán, por orden cronológico de su rodaje: ¡Armas al hombro! (1918), Vida de perro (1918), Al sol (1919), Un día de juerga (1919), Vacaciones (1921), Día de paga (1922) y El peregrino (1923). Ciertamente, sin ser un número de títulos con vocación exhaustiva de su obra en este formato, sí es cierto que presenta una variedad de temas bastante amplia, aunque quizá se echa en falta presentar algunos de sus épocas anteriores, desde 1914 a 1917, especialmente para poder apreciar la evolución del personaje del pequeño vagabundo que daría fama mundial a Chaplin, pero también para poder observar las diferentes épocas del cineasta en su etapa en el formato del cortometraje, bien desde el punto de vista de las productoras para las que trabajó (Keystone, Essenay, pero sobre todo la United Artists que cofundó y le dio carta blanca para hacer su obra en libertad), bien desde la perspectiva de las estrellas con las que colaboró en aquella primera época en la que se inició en el cine, como la entonces popularísima Mabel Normand o el no menos famoso “Fatty” Arbuckle (hasta que cayó en desgracia por el tristemente célebre caso de la violación y muerte de una actriz en el transcurso de una desopilante fiesta…).
Pero bien está, como decimos, los 7 cortos que se ofrecen, que aportan una cabal, razonable idea sobre lo que supuso aquel vagabundo en el cine de su época, curiosamente, en el mismo plazo de tiempo en el que se desarrollaba la ominosa Gran Guerra, después conocida como Primera Guerra Mundial.
También se podrán ver en el ciclo de Movistar+, como hemos dicho, todos sus largometrajes, como el inicial El chico (1921), que ya dio idea cabal de la capacidad Chaplin para, además de ser un cómico hilarante y configurar un personaje humorístico plenamente identificable, presentar historias (sin obviar la comicidad) en las que los sentimientos puros, como el amor (ya de pareja, ya paterno-filial), se convertían en poderosísimos reclamos para el público, que se rindió a esta historia de padre sobrevenido que será mucho mejor progenitor putativo que otros muchos que lo son por vía sanguínea.
Curiosamente, su segundo largo como director, Una mujer de París (1923), se alejaría totalmente del tono cómico habitual en su filmografía, presentando un denso (melo)drama sentimental, una historia de pareja casadera a la que el destino separa, para reencontrarse tiempo después cuando cada uno ha tomado un camino bien distinto. Fue la última película que Chaplin rodó con su musa Edna Purviance, y curiosamente también fue un fracaso en taquilla, quizá porque el tono dramático del film estaba en las antípodas del habitual cine jocoso del cineasta inglés.
La quimera del oro (1925) es la película que, con su centenario, ha propiciado este homenaje de Movistar+ a la figura de Chaplin, y ciertamente se considera, con justicia, como su primera obra maestra, una mirada hacia el anhelo humano de conseguir riquezas que le rediman de la pobreza absoluta (esa que Charles tan bien conocía, de su dickensiana infancia londinense…), ambientando la historia en aquella fiebre del oro que se desató en Canadá a finales del siglo XIX, y que llevó a la región del Klondike a miles de desesperados en busca de un repentino enriquecimiento; nuestro Charlot estará entre esos miles de pobres diablos, pero las peripecias que le suceden, a más de divertidísimas (ese baile que se monta con los panecillos, esas suelas de zapato cocinadas como filetes…), eran también, en el fondo, un grito enloquecido sobre las penurias a las que aboca la sociedad al ser humano que tiene la mala suerte de nacer entre los desposeídos de la fortuna.
Con El circo (1928) Chaplin pone su mirada en el proceloso mundo circense, que le sirve para recuperar el humor más charlotiano, más cercano a su vagabundo, dentro del contexto habitual de ese circo que le permitirá divertidos gags, como el que tiene lugar dentro de la jaula del león, con nuestro pequeño Charlot con toda la jindama del mundo encerrado con el rey de la selva.
Luces de la ciudad (1931), cuando el cine ya era en su inmensa mayoría sonoro, tras la llegada del nuevo sistema en 1927, será sin embargo, de nuevo, una película muda, considerando Chaplin que la nueva fórmula que permitía diálogos y música incorporada no se correspondía con el auténtico arte cinematográfico, pensando también (que Dios le conserve la vista…) que sería una moda efímera que pronto pasaría… Ello, no obstante, nos permitió contar con esta bellísima película, otra de las cumbres chaplinianas, una historia de amor fou, absoluto, entre un vagabundo pobre como las ratas y una violetera ciega, con escenas memorables como la del combate de boxeo y, por supuesto, la escena final, cuando la violetera, que ya ha recuperado la vista, reconoce a su benefactor.
El nombre de Chaplin, y la extraordinaria película que es Luces de la ciudad, la convirtió en un éxito de taquilla que quizá alentó al genio londinense a perseverar en la fórmula del cine mudo, en la que reincidió en Tiempos modernos (1936), que sí sería ya su última peli en esta modalidad silente. Tiempos modernos (también visible en el ciclo de Movistar+, como todos sus largometrajes, como hemos comentado) será también quizá su película más política hasta ese momento, una vigorosa denuncia del maquinismo deshumanizador, con algunos gags ciertamente inolvidables, como aquel en el que el pequeño vagabundo forma parte de la vertiginosa cadena de montaje de una fábrica, hasta ser engullido por la gigantesca maquinaria y pasar (milagrosamente ileso: es lo que tienen las comedias…) entre todos los engranajes.
El gran dictador (1940) será, de largo, su película más política, una crítica durísima hacia los fascismos, con una caricatura inmisericorde (por supuesto: ¿cómo tener misericordia con semejantes personajes?) no solo a Hitler (aquí Hynkel), sino también a su primo facha Mussolini (aquí Napaloni…), cuando aún se desconocía el grado de sadismo y de perversión al que iba a llegar el llamado Führer. Los dos dictadores de pacotilla protagonizaban juntos una escena ciertamente descacharrante, en la que Chaplin se mofaba a placer de las majaderías militaristas de ambos; pero, poniéndose serio, su personaje positivo, el pequeño barbero judío (obviamente un primo carnal de su Charlot), protagonizaba un sentido “speech” final que es todo un compendio del mejor humanismo, tomando elementos del cristianismo, del racionalismo, del socialismo democrático. Como cabía imaginar, la película, rodada en 1940, no se pudo estrenar en España hasta 1976, tras la muerte de nuestro dictador particular…
Monsieur Verdoux (1947) será, junto a la mentada Una mujer de París, su única película esencialmente dramática (aunque algunos la motejan como comedia negra…), un film que, ciertamente, poco tiene que ver con el resto de la obra chapliniana, una especie de biografía camuflada del famoso Landrú, aquel asesino de mujeres que durante la Gran Guerra sedujo a centenares de mujeres y (lo que es mucho peor…) asesinó a varias de ellas para quedarse con sus fortunas. Sobre ese personaje ciertamente execrable era difícil hacer una peli que protagonizara Chaplin (aunque fuera con los ropajes de la comedia negra…), y consecuentemente el film se estrelló comercialmente en Estados Unidos y, en general, en todo el mundo, considerándose uno de los pocos fracasos económicos del cineasta londinense.
Candilejas (1952) le reconcilia con el público, en una tragicomedia sobre un viejo payaso alcoholizado, de nombre Calvero, en el que no es difícil adivinar a un Charlot avejentado, y su complicada relación con una chica a la que salva del suicidio, en una historia ahíta de emociones y con una secuencia final a la vez divertidísima y tristérrima, en lo que supone una auténtica reivindicación de la figura del artista, del “the show must go on”, el espectáculo debe continuar, a todo trance. La película además supondrá la recuperación para el gran cine de Buster Keaton, en un personaje ciertamente inolvidable.
Películas como El gran dictador, Tiempos modernos y Monsieur Verdoux le valieron a Chaplin en su país de adopción, Estados Unidos, la etiqueta de comunista; cuando a principios de los años cincuenta el senador McCarthy, al frente del llamado Comité de Actividades Antiamericanas, pone la proa a los artistas del cine, Chaplin emigra a Europa, donde hará lo que le resta de su carrera, que serán solo dos películas, no especialmente afortunadas: Un rey en Nueva York (1957), sátira sobre la realeza en tiempos mayormente republicanos, en la que lo más curioso es su acre burla sobre los tratamientos para evitar la vejez, con la famosa escena de los estiramientos dérmicos que son contradictorios con la risa ancha y espontanea; y La condesa de Hong Kong (1966), una historia romántica con el dueto formado por Marlon Brando y Sophia Loren, en la que un viejo Chaplin de 78 años se reservaba un pequeño papel, casi un cameo, en lo que sería su última aparición en una pantalla.
El canal temporal “Todo Chaplin” se completa con dos audiovisuales sobre el genio londinense: el largometraje Chaplin (1992), en la que Richard Attenborough biografió al gran Charles, basándose en las memorias del cineasta, con un Robert Downey Jr. cuya caracterización e implicación fueron totales, hasta el punto de estar nominado al Oscar por este papel; y Chaplin, espíritu gitano (2024), documental dirigido por Carmen Chaplin, nieta del famoso actor y director (y productor, y guionista, y compositor…), que incide en hasta qué punto el arte chaplinesco estuvo influido por sus ancestros romaníes.
Ilustración: Una imagen de La quimera del oro (1925), película de Charles Chaplin que cumple 100 años.